sábado. 27.04.2024

Vivía un mundo sin inocencia en un tiempo perdido. Debía escapar por bienestar mental. Cerré con llave la puerta de mi casa. Salí a la calle con mi bicicleta y me puse a pedalear sin un destino definido. Me dejé guiar por los pájaros. A los cinco días, mis piernas estaban duras como palos. Recorría carreteras secundarias llenas de baches, comía en las escasas zonas de sombra y dormía junto a riachuelos contaminados para sentir su frescor. El calor apretaba seco, a veces en exceso. Una de esas mañanas desperté sobresaltado.  

Un agricultor que conducía un tractor se percató de mi cara: "Está pálido, ¿quiere que le traslade al pueblo más próximo?". Le di las gracias pero le contesté que continuaría mi viaje a ninguna parte. Pedaleados unos kilómetros por el paraje inhóspito avisté a la izquierda de la carretera una montaña pelada donde había un túnel de corta longitud. Allí entré, posé la bicicleta y tomé mi somnífero para descansar en un lugar sombrío, aunque en ruinoso estado de conservación.

Descansé tanto, que solo me despertó la maquinaria de una obra. Cuando abrí los ojos estaba a oscuras: las dos bocas se encontraban tapiadas. Grité desaforado, me invadía el horror, pero no me escuchaban afuera. Iban a demoler el túnel conmigo dentro.

El túnel hacia ninguna parte
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