viernes. 03.05.2024

Nada obsesionaba más a ella que visitar un cementerio. Casi siempre que se acercaba en su coche a un camposanto llevaba un libro de Poe y la merienda. Aquel día, la mujer de piel pálida cojeaba por un resbalón en la cocina de su casa. No aparentaba sus 55 años, parecía más joven. Con su fino oído musical era capaz de inventar la más bella de las melodías. Necesitó la ayuda del enterrador, que acababa de dar sepultura al borracho del pueblo, para ascender por un empinado camino hasta la entrada con verjas.  .

-¿No ha venido ningún familiar? -preguntó con curiosidad.

-No señora. Vivía en el asilo y aquí no tenía parientes. Su única distracción era escribir cuentos delirantes. -contestó el sepulturero.

-¿De qué ha muerto?

-De cirrosis.

El hombre se despidió después de contar chismes y anécdotas de su pueblo. Todavía alumbraba el sol y pudo recorrer las tumbas, los nichos y el panteón de una familia pudiente. Cuando saboreaba una onza de chocolate, fiel a su tradición, se sentó en un sepulcro. Abrió el libro de Poe y leyó un párrafo de 'El pozo y el péndulo': "Larga y sin piedad es la tortura aquí por la sed de sangre inocente, sin saciar, sin alimentar, ahora que la patria está protegida y rota está la gruta fúnebre, la muerte estuvo donde ahora hay vida saludable". Un violento rumor se apoderó de su mente y se levantó agitada. Le entraron sudores fríos. Sacó un mechero de un bolsillo de su pantalón y prendió fuego en el libro hasta que se redujo a cenizas que fueron esparcidas por el aire de la montaña. Creía que estaba escrito por el muerto de la tumba.

El escritor de la tumba
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