viernes. 26.04.2024

¿UN MAUSOLEO BAJO UN RÍO?

Octubre de 2015. El alcalde de Cosenza, una pequeña población en el sur de Italia, presenta una noticia que da la vuelta al mundo. El inicio de los trabajos arqueológicos para encontrar la tumba del rey visigodo Alarico –y sobre todo su tesoro, valorado en cientos de millones de euros– enterrado 1.600 años atrás en algún lugar bajo el río Busento, que también pasa por la ciudad. 

¿Por qué ocultamos tesoros en las tumbas y, sobre todo, por qué esa compulsión por abrirlas y robarlos después? Aquí se dan cita la codicia, el morbo, la fascinación ante la muerte y la llamada del misterio. Un cóctel irresistible.

QUE ALARICO NOS TRAIGA EL TURISMO

Volvemos a Italia. En el año 410 de nuestra era, el caudillo visigodo Alarico encontró inesperadamente la muerte en Cosenza, mientras trataba de embarcar con todo su pueblo hacia norte de África. Venía de saquear Roma, una acción que había conmocionado a toda la cristiandad y marcó el definitivo hundimiento del imperio romano de occidente. De Roma se trajo un botín que incluía, entre otras riquezas, dicen que dos toneladas y media de oro y plata. 

Alarico fue enterrado a la usanza de algunos jefes escitas: bajo el lecho del río Busento, y acompañado de una parte del botín. Previamente, se desvió el curso del río y, tras restablecerlo, todos los esclavos empleados como obreros fueron asesinados.

Ni que decir tiene que esta historia, descrita por el historiador Jordanes 140 años después no ha dejado de estimular las imaginaciones calenturientas. La tumba y el tesoro ya fueron buscados tan intensa como vanamente en los siglos XVIII y XIX, y hasta el mismo Hitler estaba obsesionado con encontrarlos.

Que el alcalde de Cosenza solo intentaba llamar la atención del turismo para que visitaran su ciudad queda probado por el silencio que siguió, –hasta hoy– a las tan cacareadas excavaciones. 

ATRÉVETE Y ENTRA EN LA OSCURIDAD

Quién no conoce el mito del dragón custodiando un tesoro cuyo descubrimiento se paga con la muerte. Muy semejante al repugnante cadáver oculto, pero rodeado de tesoros y protegido por una maldición. Encontrar esos recintos secretos, romper los sellos y adentrarnos en su interior es una fantasía colectiva expresada en innumerables aventuras literarias y cinematográficas. También científicas: los arqueólogos son humanos y les mueven los mismos impulsos que al resto.

TUMBAS INTERIORES

A la inquietud que nos provocan estas historias de muertos, tumbas y riquezas no es ajeno su intenso simbolismo. Un reflejo de la búsqueda de los recintos ocultos en nuestro interior. Presentimos que existen criptas del alma, emociones enterradas junto a una experiencia traumática o el cadáver de quien una vez fuimos y ya no somos. Y rodeado de un tesoro de recuerdos de inocencia o felicidad perdidos. 

ENTRE EL ENGAÑO Y EL DESLUMBRAMIENTO

Búsquedas como la de la tumba de Alarico se apoyan en leyendas que a veces resultan falsas. Otras, se producen hallazgos deslumbrantes. Basta recordar el descubrimiento de la tumba intacta de Tutankamón, o la del primer emperador chino Qin Shi Huang, fallecido en el 210 A.C., con más de 7.000 figuras de soldados de terracota y un palacio subterráneo en el que la tumba, aún no abierta, se encuentra junto a una réplica de China recorrida por ríos y un mar de mercurio. 

Los guerreros del mausoleo de Quin Shi Huang | Foto: Wikipedia
Los guerreros del mausoleo de Quin Shi Huang | Foto: Wikipedia

Cómo no mencionar las ansiadas tumbas de Marco Antonio y Cleopatra, probablemente bajo el Mediterráneo y entre los escombros de la Alejandría que los amantes conocieron. O la maravillosa cámara mortuoria de Nefertari, “aquella por la que brilla el sol”, esposa de Ramses II y cuya imagen, representada en sus frescos mortuorios, literalmente enamora. De aquella mujer que medía entre 1.60 y 1.70 de entonces, se han encontrado recientemente, ay, fragmentos momificados de unas piernas que debieron levantar algo más que pasiones. 

Nefertari, aquella por la que sale el sol, con el Dios Anubis | Foto: Wikipedia
Nefertari, aquella por la que sale el sol, con el Dios Anubis | Foto: Wikipedia
Tumba de Nefertari | Foto: Wikipedia
Tumba de Nefertari | Foto: Wikipedia

En el siglo I AC, el megalómano rey Antíoco I se representó a sí mismo en el sudeste de Turquía como uno más entre las estatuas monumentales de sus dioses, y se hizo enterrar junto a ellas. El lugar, de una grandeza que conmociona, se encuentra  en la cumbre del monte Nemrut, a más de 2.000 metros. Coronando la cima, su tumba permanece oculta bajo una gran pirámide de piedras que hasta hoy ha resultado infranqueable.

La cabeza de Antioco y al fondo la pirámide que contiene su tumba en el monte Nemrut | Foto: O.L.
La cabeza de Antioco y al fondo la pirámide que contiene su tumba en el monte Nemrut | Foto: O.L.

LADRONES DE TUMBAS CON PATENTE DE CORSO

Quién no vuelve la cabeza para escuchar una noticia que trate de tumbas perdidas. Como curiosamente compartimos con nuestros primos los elefantes, un morboso impulso nos lleva a remover –aunque no sea literalmente– las cenizas de los muertos tras una respuesta ante lo que tan profundamente nos desconcierta. Aun sabiendo que tal respuesta no existe. 

Sepulturero y expoliador de tumbas son dos rentables profesiones complementarias que no han decaído a lo largo de los siglos. De la segunda ha surgido recientemente una variante legal, con patente de corso, que llamamos arqueólogo. No hay dudas sobre su nobleza de intenciones porque no busca un provecho personal. Pero ¿no estamos hablando de lo mismo?

BEBAMOS DE LA COPA DE LA DESTRUCCIÓN

Esa hermosa frase salió de la boca de Gengis Khan, el hombre que amasó el imperio más extenso que el mundo ha conocido. En Mongolia es el héroe nacional. En el resto de Eurasia el responsable de crueldades inimaginables y de entre 6 y 40 millones de asesinatos. 

Gengis quería que nadie lo molestase tras su muerte y dispuso con un celo extremo el secreto de la ubicación de su tumba. En la que, según la leyenda, fue enterrado junto a 40 doncellas y 40 caballos, lo que sugiere que temía la posibilidad de un aburrimiento eterno.

MATAR PARA QUE NO ENCUENTREN AL MUERTO

Tras su fallecimiento, en 1227, un destacamento de guerreros transportó durante meses su ataúd hasta algún perdido lugar de Mongolia. Cualquiera que presenciase el paso de la comitiva era ejecutado en el acto. Y se dice que los militares que llevaron a cabo la misión, fueron igualmente asesinados por otros enviados hasta el lugar, quienes lo serían a su vez a su regreso.

Los 800 años transcurridos desde entonces acumulan una larga lista de intentos fallidos por encontrar la tumba. Recientemente, Pierre Henri-Giscard, uno de los padres de la arqueología mongola, parece haberla localizado en Burkhan Khaldun, un dédalo de montañas en el remoto nordeste de Mongolia. 

EL LADO HUMANO DEL MONSTRUO

El lugar, que significa “la montaña de los dioses”, un espacio sagrado para los chamanes locales, ha estado sujeto a una prohibición de entrada ya establecida por orden de Gengis, que se mantuvo hasta fechas recientes. En 1992 el enclave fue protegido como un espacio natural con importancia religiosa, y en 1995 entró en la lista de la Herencia Cultural de la Humanidad de la UNESCO, estando aún en la actualidad su acceso muy restringido.

Buscando en fuentes antiguas, los investigadores habían descubierto que durante su juventud, Gengis Khan escapó de la muerte a manos de sus enemigos refugiándose en Burkhan Khaldun. Allí vivió una epifanía que le empujó a unificar la nación mongola y luego salir a conquistar el mundo. Y también que había manifestado su deseo de ser enterrado en el lugar.

El espacio mágico de Burkhan Khaldun, donde Gengis Khan pidió ser enterrado | Foto: Wikipedia
El espacio mágico de Burkhan Khaldun, donde Gengis Khan pidió ser enterrado | Foto: Wikipedia

A MI MUERTO, NI TOCARLO

La exigencia de las autoridades mongolas de respetar el valor religioso del enclave y el deseo del emperador sobre la integridad de su tumba, obligó a los arqueólogos a emplear técnicas no invasivas basadas en nuevas tecnologías. Tras localizar varias estructuras artificiales por satélite, encontraron un gran túmulo alargado que coincidía con las costumbres funerarias mongolas de la época. Las prospecciones del suelo obtuvieron una imagen tridimensional que mostraba un gran espacio semejante a un templo, con un pequeño recinto rectangular en su interior. 

La fortuna quiso que en aquellos días una tormenta derribase uno de los árboles que coronaban el túmulo, mostrando entre sus raíces una teja medieval de la cubierta del edificio enterrado bajo aquel. Su análisis por termoluminiscencia dio precisamente la fecha de la muerte del caudillo.

Aunque al fin localizado, el viejo sanguinario seguirá disfrutando de sus riquezas, sus caballos y sus doncellas en esa cápsula de tiempo detenido desde hace 800 años en la que permanece.

PREPOTENCIA CIENTÍFICA

La decisión del gobierno de Mongolia de impedir la apertura de la tumba de Gengis Khan por respeto a su voluntad choca con los criterios de la arqueología actual. Los maravillosos frescos de las tumbas egipcias, visitados y fotografiados cada día por legiones de turistas, se hicieron para la exclusiva intimidad del difunto, y los propietarios de los cadáveres desenterrados por todo el mundo nunca hubieran permitido los expolios de sus tumbas por muy científicos que sean,  y mucho menos ser expuestos en las vitrinas de los museos.

¿Es ético ignorar la voluntad de los muertos en beneficio del conocimiento? Sí, solo en el caso de que consideremos que nuestra ciencia está por encima de su superstición. O que solo existe una verdad –la nuestra– rodeada de los errores del resto de las culturas. 

LOS ARQUEÓLOGOS TIENEN SUEÑOS DE MOMIAS Y LAS MOMIAS PESADILLAS DE  ARQUEÓLOGOS

La piedra filosofal de la arqueología: laureles imperecederos esperan a quien halle la tumba de Alejandro Magno, cuya momia estuvo expuesta durante 700 años en Alejandría para, según se cree, desaparecer durante las revueltas de fanáticos cristianos contra el mundo pagano al final del siglo IV. 

Cada pocos años, algún exaltado gana unos días de gloria proclamando que ha encontrado a Alejandro, hasta que la noticia queda en un fiasco. Hoy se cree posible hallar su momia entre los miles de momias doradas del oasis Al Bahariya o en algún lugar de Alejandría, escondida por los paganos para preservarlo de las turbas cristianas. 

Sarcófago atribuido erroneamente a Alejandro en el museo de Estambul | Foto: O.L
Sarcófago atribuido erroneamente a Alejandro en el museo de Estambul | Foto: O.L

Pero hay teorías para todos los gustos: algunos expertos estiman como más probable que la tumba del macedonio fue saqueada durante los disturbios y la momia echada a los perros, o troceada para su venta en forma amuletos y reliquias. Otros son más optimistas, incluso demasiado, como Andrew Chugss, quien ofrece una historia rocambolesca pero bien documentada. Argumenta cómo, por una serie de avatares, quien ocupa ahora la tumba de San Marcos en la basílica del mismo nombre en Venecia, es la momia del general macedonio. Chuggs ha pedido a las autoridades eclesiásticas que le permitan realizar una prueba para determinar la antigüedad del cadáver, pero no parece que ésta esté dispuesta a correr el riesgo de que tenga razón.

LA FELICIDAD EN ESTA MUERTE

En las conocidas como Tumbas de los Nobles, en Luxor, se pueden ver los retratos de sus ricos ocupantes sin las convenciones y hieratismos reservados a los faraones. En ellas, los difuntos aparecen en medio de una imagen de armonía que enternece por su ingenuidad: la pareja, retratada con gran realismo, se representa entre hijos que los honran y, más allá, esclavos y criados trabajando en cosechas siempre espléndidas. Una imagen tan idílica que pronto comprendemos describe una felicidad que nunca existió en su vida. Lo que allí está representado es lo que querrían haber vivido. Sus más dulces sueños, pintados o tallados con fidelidad sobre las paredes para que, mágicamente, por fin sucediesen durante toda la eternidad. Que así sea.

Pintura con amantes celebrando la vida en un banquete funerario del Siglo V a.c. Foto Wikipedia
Pintura con amantes celebrando la vida en un banquete funerario del Siglo V a.c. | Foto: Wikipedia

ASÍ EN LA VIDA COMO EN LA VIDA

Consideramos a la muerte como aquello que arruina nuestra felicidad. Y paradójicamente, intuimos que no se puede alcanzar la auténtica felicidad sin la conciencia de la muerte. Es el acicate que nos empuja a disfrutar del momento, relativiza nuestros problemas y nos hace ver la inconsistencia de apegos, soberbias y codicias. Y también que para sentirnos mejor con nosotros y con los demás necesitamos de la ética.

La muerte pide que corra el vino y suene la música. Y que disfrutemos del amor y la amistad mientras dure la fiesta. Como ya anticipó Peret, aquel gran filósofo, es preferible reír que llorar.

A la busca y saqueo de la tumba perdida
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