viernes. 29.03.2024

NO ENCONTRARÁS NADA PARECIDO

No hay ningún lugar como el Cáucaso. Un istmo de mil doscientos kilómetros entre los mares Negro y Caspio, atravesado por una cordillera de picos de más de cinco mil metros al norte, y áreas desérticas al sur.

Los griegos creían que esas montañas sostenían el mundo, y situaron en ellas el lugar al que Zeus había encadenado al titán Prometeo para que un águila le devorara el hígado (que por las noches volvía a crecer) como castigo por haber robado el fuego de los dioses  –símbolo del conocimiento técnico– para entregárselo a los hombres. Una metáfora que, con diferentes nombres, aparece en los mitos de los cinco continentes. 

UN SITIO EN EL PRINCIPIO DEL MUNDO

Svanetia, en el Caúcaso, es el fin del mundo. No, está incluso más allá. En realidad, en su principio. Un paraíso natural en el norte de Georgia, rodeado de montañas de más de cuatro mil metros que lo cubren de nieve más de la mitad del año. Vivir en esas condiciones ha forjado un carácter fieramente duro y resistente en sus habitantes. También violento. El aislamiento ha preservado costumbres milenarias: en las iglesias aún hay un recipiente con cuernos empleados en bebidas rituales, y las tumbas de los cementerios están rodeadas de botellas de alcohol y alimentos que los parientes dejan como ofrenda cuando se reúnen allí para festejar a los difuntos.

Una tumba en Iprali con ofrendas de alcohol y alimentos para el difunto
Una tumba en Iprali con ofrendas de alcohol y alimentos para el difunto

POPEYE

Los georgianos son en general de gesto áspero, y necesitan un empujón de simpatía para arrancarles la sonrisa y que los encuentros fluyan. Los habitantes de Svanetia han elevado ese listón mucho más alto.

Sin embargo, la mujer que regenta mi guesthouse en el pueblo de Mestia, capital de Svanetia, es una persona muy agradable. Su marido se mantiene siempre a distancia y siempre observándome. Es un gigante hosco, con brazos como los de Popeye, que parece relegar en su mujer el trabajo del hotel a la vez que mantiene cierto recelo por ello. Ambos tienen un hijo de unos diez años, siempre con la madre.

Necesito un todo terreno que me lleve al punto de partida de un trekking de varios días y pregunto al hombre –instantáneamente ya lo bauticé como Popeye– si le interesa llevarme en el suyo y después venir a recogerme a Ishguli, el poblado en el que finaliza la ruta. Negociamos el precio y acordamos salir en la mañana siguiente. Yo sonrío para cerrar el trato. Él responde con un gesto casi imperceptible. Como el que te hace un favor.

POBLADOS CONSTRUIDOS CON TORRES

Hay una fotografía de un hombre en el museo de Tblisi, capital de Georgia, que muestra cómo vestían los svan a principios del siglo XX: cota de mallas, espada, escudo y arma de fuego. 

Atuendo de un hombre Svan a principios del siglo XX
Atuendo de un hombre Svan a principios del siglo XX

Todos los pueblos de Svanetia están erizados de torres, construidas en idéntico estilo y datadas entre el siglo IX y el  XII. Pero se estima que existieron desde mucho antes, quizás desde la prehistoria.

Los pueblos erizados de torres de Svanetia | Foto: Wikipedia
Los pueblos erizados de torres de Svanetia | Foto: Wikipedia

Cada clan edificaba su torre, no tanto por defenderse de los invasores –¿quién iba a venir aquí?– como para guerrear con los clanes vecinos. Las estructuras tenían un espacio inferior para refugiar al ganado y techos de piedra con el fin de evitar que incendios provocados quemasen los pisos superiores. A éstos solo se accedía por escaleras de mano que se retiraban desde arriba. Las paredes de las torres estaban equipadas con troneras para poder disparar tranquilamente a los vecinos.

Así era como los svan eludían el tedio en sus horas libres. Enfrentamientos que podían durar siglos, mantenidos por una alternancia interminable de asesinatos y venganzas de miembros de cada familia a cargo de la otra. Un ambientazo.

DEDE O EL HORROR

Mi amigo Popeye me deja en la aldea de Zhabesi y camino hacia el fondo del valle para luego iniciar el ascenso, donde me cruzo con dos excursionistas alemanas. Las incesantes viras del sendero se repiten en mi pensamiento. No puedo dejar de dar vueltas al violento pasado de esta tierra.

Dede es una película georgiana dirigida por Mariam Khatchavani en 2017. A través de una historia con mucho de documental, describe la asfixiante atmósfera de Svanetia en fechas tan cercanas como los años 90. Un melodrama de amor, celos y normas medievales en una sociedad brutal, escenificada entre sombrías montañas y pueblos enterrados en nieve. 

En ella, la vida y la muerte se aceptan sin remilgos. El asesinato es un acto de deber. La justicia se dirime entre vecinos junto a una imagen del santo protector, ante el que se jura, y los clanes ajustan sus cuentas con total impunidad. Nadie escapa a su autoridad ni a sus normas inviolables. La vida cotidiana está llena de supersticiones ancestrales, y en momentos difíciles se invoca la protección de los antepasados. Con seguridad las cosas han cambiado mucho en los últimos 30 años. La cuestión es cuánto.

BOMBAS DE RELOJERÍA

El laberinto de montañas del norte del Cáucaso contiene una increíble diversidad étnica. Osetios, chechenos o abjasios nos suenan por los conflictos que han generado recientemente. Pero hay muchas más etnias, alrededor de cien, seguramente desarrolladas por el aislamiento de sus recónditos valles. Muchas están allí desde tiempo inmemorial. Otras llegaron con invasores que hablaban dialectos indoeuropeos, semitas o turcos, y a su vez evolucionaron creando nuevas lenguas.

Pero toda etnia tiene su lengua. Y desde el Romanticismo europeo, toda lengua exige ser una nación, generando violentos conflictos si no lo consigue. Georgia y Armenia, con una larga historia de autogestión, tuvieron éxito. Otras son repúblicas autónomas dentro de Rusia. El resto permanece en un letargo de siglos, ajenas por ahora a los movimientos nacionalistas. Bombas de relojería.

HOMBRE SOBRE LAS RUINAS DE SU CASA

La senda asciende entre bosques dorados por el otoño hasta llegar a un alto desde el que se divisa la doble cima de granito y nieve del monte Ushba, de 4.700 metros. “El que trae problemas” significa su nombre en lengua svan, y no es en vano: la montaña atesora un largo historial de montañeros muertos.

La cima del Ushba, de 4.700m, cementerio de montañeros
La cima del Ushba, de 4.700m, cementerio de montañeros

La ruta gira luego hacia la derecha y remonta hasta los 2.700 metros en torno a las faldas de la hermosa pirámide de hielo del Tetnuldi, con 4.800. Un acusado descenso desemboca en un estrecho y verde valle. Entonces, las torres de Adishi, el pueblo en el que dormiré, aparecen sobre la ladera.

La pirámide de hielo del Tetnuldi, 4.800m
La pirámide de hielo del Tetnuldi, 4.800m

La mitad de Adishi ya son ruinas. La dureza de la vida en este lugar provocó la huida de sus habitantes. Ahora, la llegada de montañeros europeos ha permitido que algunos rehabiliten las casas y vengan en verano para ofrecer habitaciones.

Casas y torres de Adishi al llegar al pueblo
Casas y torres de Adishi al llegar al pueblo

Hay un hombre en lo alto de una pila de escombros. Con un vaso de vino en la mano está arengando a una docena de personas situadas debajo. Todos brindan. Al acercarme, uno de sus hijos me ofrece un vaso de vino casero, de color tostado y sabor recio. 

Por una de las chicas alemanas que conocí en la ruta, sé que es una familia que ha venido hoy desde Tblisi a visitar lo que queda de la casa familiar. Un largo viaje. Hago un gesto al hombre acerca de reconstruir la vivienda. Me responde con otro que no tiene dinero.

PACIFISTA MUERTO

La biología nos dice que la cooperación y la competitividad, el amor y la violencia forman parte de nuestra naturaleza. Y la historia que, sin esa agresividad y esa violencia, nos habríamos extinguido hace mucho. Aún así, nuestra cultura ha ido desarrollando un hermoso ideario de coexistencia armónica que en buena medida hemos conseguido llevar a la práctica. 

Pero las cosas no siempre pueden ser así. Es un deber y una felicidad vivir en paz, pero solo si nuestros vecinos lo comparten. Cuando uno de ellos deja de hacerlo, tenemos que elegir entre ser un pacifista incoherente o un pacifista muerto. 

GLACIAR

Saliendo de Adishi, la ruta discurre valle arriba y, al doblar un recodo, el imponente glaciar de Adishi, que desciende entre los Picos Tetnuldi y Gistola, resplandece irreal como una aparición. La senda cruza el río de hielo derretido, pero no hay puente. Es necesario quitarse botas y pantalones y afrontar la corriente fuerte y helada, que llega a los muslos. Mejor pensar en no caer.

Un montañero cruzando el río helado que baja del glaciar de Adishi
Un montañero cruzando el río helado que baja del glaciar de Adishi

LA TRAGEDIA DE KHALDE

El camino asciende ahora entre los rojos de un bosque otoñal, con vistas espectaculares del glaciar, hasta un alto. Más allá sigue un largo descenso hacia el abandonado pueblo de Khalde, aunque recientemente algunas familias empiezan a reconstruirlo. 

El camino por un bosque otoñal con vistas espectaculares del glaciar
El camino por un bosque otoñal con vistas espectaculares del glaciar

Cuando, en 1875 toda Svanetia se levantó contra la imposición de impuestos por el zar, Khalde fue elegido como chivo expiatorio. Sin embargo, sus vecinos derrotaron al contingente que vino a castigarles. Meses después, los rusos volvieron con armamento pesado y tomaron el pueblo a sangre y fuego. Los supervivientes fueron ejecutados o enviados a Siberia –solo dos regresaron– y el pueblo, demolido. Nada quedó en pie. 

Khalde vuelve a la vida tras su demolición por los Zares hace 150 años
Khalde vuelve a la vida tras su demolición por los Zares hace 150 años

SED BUENOS… SI PODÉIS

El desahogo de nuestra sociedad pacifista es un aluvión de cine, series y literatura en los que todo gira en torno a la violencia y el asesinato, como si fueran un ritual catártico. El espectador se empapa en sangre mientras se identifica con personajes ante los que saldríamos corriendo si estuvieran a este lado de la realidad. Por no hablar de esas sutiles formes de abuso psicológico que impunemente se van adueñando de nuestra vida cotidiana.

Sed buenos… si podéis, decía un gran santo. Antes de exigirnos ser como querríamos es necesario conocer objetivamente quienes somos. Porque tratar de ser quien no se es conduce a una frustración cuya salida es la hipocresía. Y cosas peores.

VIAJAR EN EL TIEMPO

A una hora de Khalde se alcanza Iprali, un pueblo minúsculo y fin de la etapa. Quedan un montón de ruinas y algunas casas reconvertidas en albergues. La propietaria del mío, un caserón fantasmal, se mueve como alma en pena por la casa. Mi habitación es un viaje a un pasado que no alcanzo a imaginar: colchas y paredes cubiertas de estampados con motivos turcos y rusos, luces mortecinas, ventanas remendadas con trozos de cristal pegados encima, viejas fotografías de parientes difuntos ocupando una pared de la cocina, semejando un altar. Demasiados espectros para un sueño tranquilo.

LA VIOLENCIA Y LAS PLANTAS DE INTERIOR

¿Hasta dónde podemos reducir nuestras tendencias violentas por medio de la educación? Con seguridad, muchísimo. Pero no olvidemos que la cultura es una fina capa de barniz que, como las flores de interior, solo sobrevive en un ambiente protegido. Cuando el sufrimiento, el abuso o la injusticia superan cierto nivel, esa capa salta por los aires y el castillo de naipes de la civilización se derrumba. Entonces, vuelven los monstruos.

EL CORAZÓN DE PIEDRA DE SVANETIA

La última etapa transcurre iluminada por los granates y dorados de bosques otoñales que cubren suaves cordilleras. Luego, las casas de piedra negra erizadas de torres de Ushguli se recortan contra los 5193 metros del monte Shkhara y el glaciar que desciende de él. 

Ishguli con el glaciar de Shkhara al fondo
Ushguli con el glaciar de Shkhara al fondo

Ushguli, patrimonio de la UNESCO, es el pueblo más alto de Europa y el que mejor conserva la atmósfera de Svanetia. Aquí apenas hay calles: la propiedad privada lo impide. Sobra decir más.

Ushguli
Ushguli

¿ENSALADA DE ENDIBIAS? NO, DE INSIDIAS

Georgia se acercó a Rusia en el siglo XVIII intentando escapar de la codicia de rusos, otomanos y persas por su territorio, para inevitablemente acabar engullida por el imperio de los zares.

Con la independencia de la URSS en 1991, tres regiones, Adjara, Osetia del Sur y Abjasia exigieron separarse a su vez de Georgia. La primera aceptó un estatuto de autonomía, pero las otras dos dieron lugar a sanguinarios enfrentamientos étnicos, en los que Rusia hacía de mediador y también de parte, apoyando a los independentistas.

Ya en este siglo, Occidente se mostró interesado en la estratégica posición del país, un tapón amigo entre Irán y Rusia, y una cómoda salida al Mar Negro para sus oleoductos de petróleo y gas del Caspio y Asia Central. A su vez, Georgia reclamó su europeísmo solicitando la entrada en la OTAN y, más recientemente en la UE. 

Rusia respondió, ante lo que consideraba una amenaza, agitando los separatismos con un apoyo militar que independizó de facto Osetia y Abjasia, y finalizó con su ejército llegando a las puertas de Tblisi en 2008. Un prólogo a lo que sucedería después en Crimea y Ucrania.

O AMISTAD O MUERTE

A la hora convenida, el todo terreno de mi amigo Popeye llega a Ushguli para devolverme a Mestia. De retorno me indica con un gesto que suelte mi cinturón de seguridad –como allí hacen todos– mientras por primera vez sonríe. “¿Es que no confías en mi destreza conduciendo?”, quiere decirme. Pero creo que le caigo bien.

Al irme, surge un problema con la factura. Una de las noches estaba pagada, pero la mujer del guesthouse no lo recuerda. Hay un breve forcejeo, en el que Popeye se deja ver por si hay que arreglar las cosas de otra manera, hasta que finalmente decido pagársela otra vez para evitar discusiones. En ese momento aparece su hijo dándome la razón.

Siguen las excusas, la conciliación, y la despedida. Popeye se acerca y me da la mano. En sus ojos hay una luz diferente: intuyo que se ha entreabierto una puerta que, con tiempo, daría acceso a un tesoro de amistad y lealtad inquebrantables. El dulce envés que esconde la fiereza svan. Pero ya es demasiado tarde.
 

Alto Cáucaso: Las Montañas por las que el tiempo olvidó pasar
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