viernes. 19.04.2024

Comenzamos el libro 'Casas de papel', de Antonio Vilela.

CAPÍTULO 1 - MARÍA SE DEJA EL ALMA EN EL CAMINO

Hay días en los que no estás para nada, años que como el 2020 son para el olvido y décadas como las que llevan sufriendo los afectados por las sentencias de derribo, donde piensas, ¿qué he hecho yo para merecer este castigo?

Era un día de esos que quedas para dar una vuelta con los amigos, más por compromiso que por otra cosa, el tiempo era desapacible, tampoco estabas para muchas historias, cansado de aguantar situaciones injustas; a pesar del tiempo y los cientos de promesas recibidas los problemas seguían creciendo, y proporcionalmente las fuerzas se van apagando.

Por el camino mi amigo me iba contando su conversación con María, sus palabras eran de asombro por su capacidad de sufrimiento, y sobre todo por devolver a la vida una sonrisa, cuando esta le daba una patada en la boca, la castigaba y atormentaba. La pena se transmitía en sus palabras detrás de una admiración indisimulada. Ver el dolor de cerca produce un doble efecto, el de compasión, incluso de desconcierto por no saber muy bien cómo ayudar, y el de contagio que te penetra, te estremece, te duele como propio, encendiendo todas tus alarmas, poniéndote los sentidos en alerta.

El viento arreciaba y las palabras de mis amigos a veces me llegaban distorsionadas, como muchas veces lo es nuestra interpretación de la propia realidad, afectándonos tantas variantes desde el estado de ánimo, hasta un cielo gris parecía no escuchar nuestros lamentos. Con los relatos de mis amigos te dabas cuenta de cuántas personas pasan por nuestras vidas, pero son pocas las que penetran nuestra coraza y llegan a nuestro interior, esas que dejan su huella, María sin duda era una de ellas. Quizás tenemos nuestra mente tan llena de sensaciones, emociones, problemas…, que ya no hay espacio que nos pueda traspasar tanta realidad ajena, y sobre todo cuando la misma tiene tanta amargura.

Hay quien sostiene que en nuestra cultura vivimos de espaldas a la muerte, actuamos como si la misma no llegara nunca, como si fuéramos eternos. Los proyectos, las reflexiones, la vida del día a día no tiene espacio para dedicarle tiempo y cuando la misma te mira de cerca, el miedo se apodera de uno, la percepción de la realidad da un gran cambio. A veces no sabes muy bien si eso se debe a un olvido, por no querer ver aquello que consideramos desagradable, o simplemente estamos tan ocupados viviendo, que para qué vamos a dedicar tiempo a algo que inexorablemente llega.

Recordábamos situaciones que por lo excepcional atraían nuestra atención y conmovían nuestros sentidos, así al echar la vista atrás veíamos a nuestra amiga, con el sufrimiento reflejado en su cara subiendo la empinada cuesta del mirador de Ajo. El cuerpo se encorvaba para mitigar el dolor, los ojos clavados en el suelo, y los pies se movían como si pisaran ascuas al rojo vivo. Nos acercábamos a ella, con suavidad y respeto, para no asustarla en la reflexión que parecía mantener con ese cuerpo maltrecho, para pedirle que subiera a uno de los vehículos de apoyo, pero ella en un gesto de orgullo y dignidad rechazaba nuestro ofrecimiento, y nos miraba con ojos desafiantes, que manifestaban mucho más que sus palabras.

Era duro verla sufrir y no poder hacer nada por ella, pero María es de otra madera, quizás de otra época, donde el dolor se ocultaba, como en oriente, y se seguía adelante a por la meta por muy lejos que esté la misma, y por muy difícil que sea el camino.

Hoy, cuando el umbral del dolor está tan bajo que piensas en hacer testamento al tener un simple resfriado, recordar a María es ver a alguien muy especial. Se esforzaba y luchaba por lograr su objetivo y ni la grave enfermedad que padecía, ni nuestros ruegos para que se concediera un descanso eran obstáculo; ella seguía su camino, cuesta arriba, mojando el asfalto con el sudor de su dolorido cuerpo y haciendo gala de una fuerza interior que nos asombraba.

Es difícil de comprender lo que la mantiene, cierto que su casa significa mucho para ella, es el esfuerzo de una familia durante muchos años, trabajar hasta la extenuación, dejarse literalmente media vida por la misma, no está dispuesta a que nadie se la robe, se la derribe o intente destruirla, pero hay algo más importante, la dignidad, que nadie tiene derecho a robarte lo tuyo.

La constructora la dejó tirada, a ella y a cientos de vecinos, con el beneplácito de los responsables de las administraciones, que obraron de mala fe, que no la avisaron de la ilegalidad que se estaba cometiendo, que dieron permisos a cambio de prebendas y… La constructora  se marchó como los cobardes, como los corruptos que son, con una quiebra fraudulenta, dejando una vivienda esqueleto, una estructura de hormigón, un monumento a la avaricia de esas personas crueles y sin alma, que solo piensan en cómo aumentar su cuenta corriente, aunque para ello tengan que robar los ahorros de una jubilada, pisar la cabeza y las ilusiones de pobre gente que trabaja honradamente toda una vida para dar un futuro mejor a su familia. Se marcharon dejando la desolación, y una fuerte deuda a la que hacer frente. Pese a los golpes que te da la vida, y apoyada en su familia y amigos, María apretó los dientes y trabajando con sus propias manos, con mucho esfuerzo y dificultades acabaron su casa.

Después de tantos contratiempos, y como aquello de “a perro flaco todo son pulgas”, se apareció lo menos esperado, algo que en un estado de derecho parece simplemente imposible, su vivienda tenía una sentencia de derribo; al enterarse por la prensa, la conmoción fue total, y la incredulidad más.

María releía una y otra vez para encontrar el error, no puede ser posible, esto no me puede estar pasando, esto es una pesadilla. Pero las letras no deprecian, ni cuando sus lágrimas mojaban el periódico que le había traído su marido asustado, el peor de los presagios estaba allí. Al igual que sus vecinos, había comprado una vivienda con todos los permisos pertinentes, cumpliendo hasta el último detalle de la legalidad vigente, estudio de detalle, licencia de obra, permiso de primera ocupación, con el visto bueno de todos los organismos municipal y autonómico, y sin saber nada, sin que nadie le hubiera informado de nada, se encontraba con una sentencia de derribo. Se preguntaba una y otra vez, si nadie me ha denunciado, si nadie me ha comunicado nada, ¿cómo puedo tener una sentencia de derribo sin una sola comunicación de ningún tribunal? ¿cómo es posible que no pueda ni defender mis legítimos derechos, mi vivienda, mi patrimonio?

Seguían mis amigos con su relato, al fondo ya se divisaba la playa de Berria en Santoña, no había prisa, caminábamos lentamente, trasladando nuestra mente a tiempos pretéritos, llegaba el olor del salitre de las marismas, el rumor del viento, el graznido de patos y gaviotas entre las nubes que teñían el cielo de un gris plomizo, con el ruido del mar ponían la banda sonora a nuestras palabras. Recordando tantos amigos que se nos han ido, la pena también cubría nuestra mirada, era doloroso mirar hacia el pasado, tantas injusticias cometidas por aquellos que tenían el deber de constitucional de vigilar y respetar nuestros derechos, que la esperanza de que algún día se diera una solución para todos las familias víctimas de las sentencias de derribo se diluía, como las olas entre la arena de la playa.

Se dice que la felicidad plena no existe, que simplemente es el camino hacia ella, en nuestro caso ha sido un trayecto, muy duro e injusto, pero con momentos inolvidables, llenos de ternura, de cariño y afecto, y las huellas de ese pasado nos irán enseñando ese camino hacia un futuro más justo.

Capítulo 1. María se deja el alma en el camino
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