jueves. 28.03.2024

La pandemia de Covid-19 ha destruido miles de trabajos. Pero detrás de las frías cifras hay personas, hombres y mujeres que han visto truncadas sus formas de vida. En economía, las crisis se valoran como oportunidades de cambio, y eso es lo que ha hecho Diego, uno de estos afectados por la crisis económica y laboral que nos ha dejado el terrible año 2020. Y lo ha hecho, además, aprovechando una de sus pasiones y recuperando, de paso, una profesión tradicional que corre el riesgo de desaparecer.

Noja tiene dos productos característicos: la jibia y la nécora. Y ambos se siguen capturando de forma artesanal en las costas de la Villa cántabra, afrontando los pescadores el riesgo de faenar entre las rocas. Una profesión para la que “hay que andar con muchos ojos”, como reconoce Diego. Eso, entre muchos otros factores, es lo que está provocando que esa tradicional forma de pescar se esté perdiendo. “No hay auge en la juventud en esta profesión”, reconoce este pescador que ha roto esa tendencia y ha decidido comprar un pequeño barco y establecer un puente generacional para mantener vivo este arte.

“Se estaba perdiendo esa actividad en el pueblo”, señala Diego

El barco solo tiene algo más de 5 metros de eslora, “es de artes menores”, pero prácticamente no dudó en comprarlo cuando se enteró de que estaba a la venta. Fueron muchos los argumentos que le llevaron a comprarlo y dar un nuevo rumbo a su vida. “Se estaba perdiendo esa actividad en el pueblo”, señala como uno de los motivos de su decisión.

Claro que no es la única. Diego no es ajeno al mar, de hecho asegura que “me encanta”, al igual que la pesca. Su destino previo a volver a Noja, su pueblo, era Mallorca, donde “tenía un negocio de pádel surf”. El Covid-19 echó por tierra su trabajo en el último año. “Flojeó mucho”, reconoce, pues en la isla balear “el turismo es todo extranjero”, y muchos de los hoteles con los que él trabajaba ni siquiera abrieron. “Así que era volver a la pintura o renovarme con otra cosa”.

Y esa renovación llegó de la mano de una tradición como la pesca con un barco “pequeñito y muy bien amoldado a la zona que yo quiero explotar”. Una zona que, reconoce, “es muy peligrosa”, en la que “no te puedes despistar ni un momento”. Pero a pesar de ese riesgo, la ilusión se nota en su tono de voz cuando explica que el barco, aunque sea de pequeño tamaño, está preparado para “sacar las redes del mar” con menor esfuerzo en la época de la jibia y en la de la nécora.

Precisamente este fue otro de los motivos por los que tomó la decisión de dejar la isla y aterrizar en Cantabria. “Es una zona muy rica”, señala, y como “no hay mucha competencia puedo salir de forma más segura”. Eso no quiere decir que vaya a trabajar solo. “Saldremos mínimo dos en el barco”, puntualiza.

Diego no es un hombre nuevo en la pesca. “Empecé hace unos seis o siete años”, recuerda, aunque en un principio fue solo un hobby. Pero poco a poco, con la tabla de pádel surf, “me iba bordeando los acantilados”, y además de realizar una “ruta muy bonita”, lograba pescar diferentes animales. “Llegó un momento en que salía dos veces al día siempre que no estuviese de trabajo hasta el cuello”, explica.

Su regreso a Noja no ha podido tener mejor recibimiento. De hecho, ha contado con el “apoyo de los viejos lobos de mar” de la Villa. Es gente que, como explica, “me está apoyando mucho”, y sin los que iniciar esta nueva etapa en su vida “me costaría 10 veces más, o igual no podría”.

“Me van a enseñar también”, añade Diego, pues “una cosa es la pesca recreativa y otra dedicarte profesionalmente a ello. Es mucho más duro y hay que trabajar mucho más”. Es por eso que durante un tiempo va a tener como compañero en el barco a uno de estos pescadores veteranos. Dos generaciones que mantendrán viva la tradición de la pesca artesanal que pone sobre la mesa dos de los manjares más característicos de Noja.
 

Recuperar una profesión artesanal en tiempos de pandemia
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