jueves. 28.03.2024

Cuando el día 21 de diciembre de 2002 fallecía el poeta José Hierro se llevaba consigo parte de una historia juvenil largamente velada.

José Hierro Real había nacido en Madrid el 3 de abril de 1922. Con apenas dos años de vida, sus padres Joaquín y Esperanza se trasladaron a Santander por cuestiones laborales de su progenitor, así que en la capital santanderina residiría el siguiente cuarto de siglo de su existencia.

Por medio, un capítulo negro habría modificado el carácter del poeta que desde muy niño manifestaba tendencias creativas, afición al teatro, cultivo de la pintura, la poesía y la música, varias de ellas congeladas abruptamente en el año 1939, debido al ambiente represivo que se respiraba en la posguerra española.

En el año 1936 José Hierro pertenecía al grupo de teatro Fábula, una iniciativa de la FUE (Federación Universitaria Española) promovida por el escritor y pintor Luis Corona Cabello bajo la dirección escénica del actor y recitador Pío Muriedas. Ambos pertenecían a la recién creada Alianza de Escritores y Artista Revolucionarios.

En aquel ambiente artístico, donde solía hacer de apuntador, el chico o el chino (pues con ambos apelativos se le conocía, el primero por razones obvias y el segundo debido a su aspecto orientaloide) tuvo ocasión de confraternizar con personas bastante más mayores que él, entre las cuales se encontraba la joven maestra y actriz María Lanza, intérprete de algunas de las obras del repertorio, como el monólogo Antes del desayuno, de O’Neill. Además, conoció al pintor Antonio Quirós, autor de los decorados de las obras representadas, quien le hizo un retrato. También publicó en la prensa local un par de poemas, enviados a El Cantábrico y El diario montañés, lo que supuso su debut en la poesía.

Una vez se produjo la entrada en Santander de las tropas sublevadas, la detención de su padre, telegrafista, fue instantánea

Una vez se produjo la entrada en Santander de las tropas sublevadas, la detención de su padre, telegrafista, fue instantánea, acusado de haber desviado el telegrama remitido desde el cuartel general franquista al coronel Pérez García Argüelles ordenándole la sublevación de las tropas acuarteladas en Santander. La entrega a las autoridades republicanas de este telegrama impidió la sublevación y, con ello, la demora de trece meses en poder contar con la provincia de Santander.

Podemos pensar que, pese a esta identificación familiar, la corta edad de Pepín Hierro evitó su detención por los sublevados, quienes quizás ignoraran la autoría de los poemas antes aludidos, uno de los cuales estaba dedicado al general republicano Miaja. De la misma manera que sospechamos la presencia de alguna mano protectora evitando que fuera detenido su amigo el poeta José Luis Hidalgo (1919-1947), pese a que sus carteles sobre la guerra civil habían sido exhibidos en la Biblioteca Popular de Torrelavega.

pepehierro03José Hierro de niño

En esos primeros tiempos de represión, María Lanza (1917-2017) estaba vigilada, su marido el maestro Manuel Concha era encarcelado, al igual que Luis Corona y tantas otras amistades de su círculo, mientras su condiscípulo de la Escuela Laica Eulalio Ferrer (1920-2009) luchaba en el frente de Aragón y el pintor Quirós (1912-1984) lo hacía en el de Extremadura antes de trasladarse ambos al exilio, y el actor Pío Muriedas se refugiaba en Cataluña y después en Francia.

La falta de conocimiento de Hierro e Hidalgo sobre los alcances de la represión franquista les había llevado a visitar a Luis Corona, preso en el convento de los Salesianos, con la intención de entregarle el ejemplar de una revista que ellos habían confeccionado.

En un principio todo parecía indicar que los acontecimientos pudieran capearse hasta que fueran aclarados, pero las continuas detenciones y los encarcelamientos, paseos y penas de muerte ejecutadas en los días siguientes les proporcionarían una muestra de que la represión iba en serio. Tan en serio que las familias de los represaliados se organizaron para intentar la libertad de los detenidos o, por lo menos, obtener fondos para mantenerlos a ellos y sus allegados.

La distribución de los sellos del SRI fue el sistema utilizado para la cuestación mediante la infraestructura de los invidentes

La distribución de los sellos del SRI (Socorro Rojo Internacional) fue el sistema utilizado para la cuestación mediante la infraestructura de los invidentes, obligatoriamente afiliados desde el 13 de diciembre de 1938 en la ONCE, una organización destinada a unificar las diferentes agrupaciones locales y regionales existentes en España desde las primeras décadas del siglo. Con ellos conectarían algunos jóvenes dispuestos a colaborar en esta tarea: José Hierro, con el padre en la cárcel y su madre necesitada de medios para subsistir, sería uno de ellos.

Hasta que en el mes de septiembre de 1939 la policía desbarató aquella cadena. Era la primera desarticulación de un grupo clandestino organizado registrada en Santander, y debido a los medios utilizados se la conoció como la caída de los ciegos.

pepehierro04El joven José Hierro

Hierro siempre se mostraría remiso a abordar los prolegómenos que le condujeron a lo que en términos poéticos denominó como “un lugar donde viví mucho tiempo”, pero gracias a la memoria escrita de otro de sus compañeros tenemos bastantes detalles del proceso seguido: se trata del músico Eduardo Rincón García (Santander, 1924), dos años más joven que Hierro, quien lo dejaría plasmado en las memorias tituladas Cuando los pasos se alejan (2011).

Eduardo Rincón aún no había cumplido los quince años cuando recibió la visita de unos policías  conminándole a acompañarles para tomarle declaración. No hacía mucho tiempo que el muchacho había regresado de su periplo por Cataluña y Francia, de donde volvió nada más finalizar la guerra española, comprobando que la situación familiar había cambiado sustancialmente desde su marcha ya que también su padre había sido detenido. Así lo cuenta:

A través de mi hermano Ramón, antes de que se marchara hacia Marruecos, donde había sido destinado, tomé contacto con un grupo de jóvenes, dos a tres años mayores que yo, y aunque no sabía lo que hacían, les ayudaba llevando recados de ropas, comestibles o dinero a las familias de los presos políticos que llenaban las cárceles en aquellos años, sin saber, claro está, que yo iba a formar parte de ese enorme grupo de represaliados y que la situación duraría cuarenta años, más o menos.
Una noche (…) escuché la noticia de que se había declarado la Segunda Guerra Mundial: era el 1 de septiembre de 1939. Esa misma noche fui detenido por la Brigada Político Social que dirigía el Coronel Eymar junto a su segundo, el Capitán Norte, con su ayudante, más conocido por Carlitos¸ como se llamaba a sí mismo. Iban a buscar a mi hermano y como no lo encontraron, me detuvieron a mí.
En la comisaría de la calle del Sol, donde habían establecido su oficina de “trabajo”, me encontré con José Hierro, varios chicos más a quienes no conocía y un grupo de siete ciegos. Después de varios días de torturas (golpes, descargas eléctricas, etc.) uno de los mayores intentó suicidarse después de ver como torturaban a su mujer haciéndole presenciar el espectáculo; cuando acabaron con nosotros fuimos conducidos a la Prisión Provincial de Santander. En la primavera del año siguiente, nos trasladaron a Madrid, a la Prisión provisional del Convento de las Comendadoras. Casi un año más tarde fuimos juzgados por un pomposo tribunal militar, en juicio sumarísimo (todos los juicios políticos lo eran por este procedimiento excepcional) y todos los detenidos fueron condenados a pesadas penas de prisión, algunos a muerte (no sé cuántas de ellas se ejecutaron), menos yo que pasé a disposición del Tribunal de Menores, con la obligación de presentarme cada semana en el juzgado militar de la calle de Barquillo quedando deportado en esta ciudad
”.

Su vida carcelaria discurrió entre los centros penitenciarios de Santander, Palencia, Segovia y Madrid

José Hierro fue condenado a doce años y un día de reclusión. Su vida carcelaria discurrió entre los centros penitenciarios de Santander, Palencia, Segovia y Madrid (Comendadoras, Porlier, Torrijos y Alcalá de Henares), quedando en libertad en el mes de enero de 1944, unos días antes de que falleciera su padre también excarcelado.

Hierro siempre eludió cualquier abordaje de los muchos que se le hicieron sobre esta parte de su existencia, mostrándose molesto y, a veces, hasta destemplado cuando salía a colación la represión que el franquismo ejerció sobre los vencidos de la guerra civil. En todo caso, no quiso personalizarlo: como si con él no fuera.

pepehierro05Hierro (derecha) y otros dos presos hacen deporte en la cárcel

Por eso me extrañó la confidencia que nos hizo poco antes de fallecer, habiendo yo propiciado un encuentro en la delegación de la ONCE con el fin de que le hicieran entrega de la edición en braille de su libro Agenda. Y quizás fuera debido a los recuerdos que aquellas personas ciegas le traían o movido por la emotividad de un acto desarrollado casi en la intimidad, sacó a colación una anécdota vivida en su juventud carcelaria, cuando nada más entrar en la prisión provincial y al salir al patio de la misma se encontró con unas gentes que en la oscuridad de un pequeño reducto, a la sombra de la sombra –si se puede utilizar esta expresión redundante–, se encontraban departiendo animadamente.                        

Llamó su atención –nos dijo– el hecho de que aquellas personas no aprovecharan el respiro que proporcionaba la luz del sol, hasta que al aproximarse pudo comprobar algo que desconocía: se trataba de un grupo de ciegos, media docena o algo más, integrantes de lo que se conocería como la caída de los ciegos, la misma que inopinadamente Pepe recordaba transcurridos ya más de sesenta años de unos hechos tan dolorosos por las consecuencias que, tanto para él como para el resto de los detenidos, tuvo aquella operación policial.

El joven Pepe Hierro y ‘la caída de los ciegos’
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