jueves. 25.04.2024

Cuando llegas a nuestra región, no solo sabes que has llegado por el aroma que flota en el aire, por las montañas que saludan al viajero… Cantabria te acoge en esa esencia embriagadora que la convierte en infinita.

No hay paisaje más bonito que el de nuestros montes alfombrados por los colores del otoño. Esta es una tierra de praderas verdes, de montañas plateadas que se visten con su suave mantón blanco en invierno, de mar de un azul profundo, etc. Todo aquí invita al viajero a disfrutar, a desear quedarse para siempre en esta tierra mágica.

Casona

La magia nace en Cantabria desde la raíz del alma de sus gentes; también de aquéllos que hace doce siglos llegaron desde Castilla huyendo del invasor musulmán para repoblar los profundos valles verdes, defendidos por colosales montañas. Los foramontanos fueron los primeros turistas de la región. Haciendo valer las recomendaciones del rey casto, Alfonso II, se trasladaron junto a sus ganados para emprender una vida de tranquilidad, sosiego y paz, lejos de un ansioso ejército conquistador que quería imponer su pensamiento y forma de vida. Los castellanos llegaron y asimilaron de buena gana las costumbres de los cántabros, enriqueciendo, a su vez, un modo de vida, un carácter, que pervive en la actualidad.

La magia nace en Cantabria desde la raíz del alma de sus gentes

Uno de esos lugares donde se asentaron los foramontanos fue el Valle de Cabuérniga, dando origen a núcleos de población por los que parece que no haya pasado el tiempo. Entre ellos, la sin igual Carmona, reliquia de un pasado de costumbres y tradiciones, que mantiene su esencia medieval contra las embestidas de la modernidad.

Al llegar a Sopeña, continuando hacia el oeste, adentrándonos en el corazón de Cabuérniga, el pueblecito, hoy declarado Conjunto Histórico-Artístico, nos recibe silencioso, agazapado entre robledales y bosques de castaños, dejando entrever su encanto en el humo denso, embriagador, que emerge de las pequeñas chimeneas de algunas de sus casas señoriales. De repente, el grave y cansado ladrido de un perro en la lejanía. Si escuchas profundamente el silencio, quizá también te topes con el curioso “castañueleo” del urogallo, señor de estos bosques del norte. Si sigues escuchando, percibirás la presencia del labrador o el ganadero, al paso de sus abarcas (las mejores de Cantabria), siendo este lugar famoso por la labra de la madera de castaño o avellano, de la que surgen este estiloso y eterno calzado.

Vacas

Pasea por sus calles, graba en tu retina los quehaceres del día a día de sus gentes, para las que es igual que sea fiesta, fin de semana o día de diario; su oficio, el de antaño, se impone sobre lo demás. Un oficio tradicional, antiguo, duro, que ha forjado la justa admiración de quien observa al paisano en plena faena.

Pero no todo es trabajar. Tiempo hay para festejar la prosperidad, bien merecida, que también llegó y se quedó en estas tierras del valle. La segunda quincena de agosto es especial para los vecinos de Carmona. A las celebraciones de San Roque (16 de agosto) se suma, una semana después, la romería al Santuario de la Virgen de Las Lindes, un paseíto de media hora que nos acerca al templo y desde donde, entre el sonido de los cencerros del valle, el griterío de los niños, las dulzainas, rabeles y el murmullo alegre del turista, que clama desde unos ojos llenos de vida, disfrutaremos de una preciosa vista del entorno, de un verde profundo, luminoso, que ofrece Cabuérniga.

Es en estas fechas cuando late el corazón de Carmona, y del propio valle, con más fuerza. La vida es un ir y venir del péndulo, y entre las montañas que protegen Carmona se sabe que en primavera la vida nace, que explota en el brillo de mil colores y madura en el verano, que en otoño se va desvaneciendo, en el sosegado y espectral rumor de la bruma de cada mañana, hasta desaparecer, bajo el frío manto blanco de la muerte, durante los meses del cobijo, de ese invierno que invita a vivir desde lo más profundo del alma.

Así, es desde la profundidad del alma de sus gentes desde donde todo resurge, cada año, con el tiempo de las primeras mascaradas, que simbolizan el triunfo del bien sobre el mal.

Desde el alma de estas gentes brota el ánimo que atrae a los turistas a sus fogones, desde donde son bendecidos a sorbo de cuchara, deleitándose con el cocido montañés, la sopa de picadillo, las alubias con jabalí o corzo, etc.

En Carmona las casas de sillería encierran, al abrigo de sus arcadas, la esencia del valle, la singularidad del carácter de su gente, cincelado a golpe de soledad, de calor de leña de chimenea, de montaña implacable. Gentes que ya conoció y disfrutó Carlos I de joven, cuando llegó a España para su coronación, y que determinaron el cariño de todo un imperio, el español, hacia esta región.

Ven a Cabuérniga, tú que sueñas con viajar. Ven y disfruta; recréate en la vista de Carmona desde la Collada, pasea, investiga, escudriña sus callejuelas, observa la belleza de las balconadas de sus casas señoriales, como la de La Corralá, recorre la Senda de los Árboles Singulares, vive la tradición, el gusto de lo antiguo, de lo eterno, desde la esencia sin par de las gentes de Cantabria.

Cantabria, esencia de montaña y valle
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