viernes. 29.03.2024

El Impresionismo, el arte de aquellos nuevos tiempos; su alma y el encanto original

El arte no es efímero, y menos el de los pintores impresionistas. Sus vidas, la mayoría de las veces, fueron duras y difíciles, aun habiendo podido conformarse con un devenir más muelle.

Es la emergencia que facilita el arte en el siglo XX. Y es un puro deleite. Son esas dos oraciones las que podrían definir este movimiento artístico. Sustantivos que pueden también calificarlo abarcan desde alma y sentimiento hasta musicalidad. Lo que interviene es la realidad de ese encanto y ese atractivo. Para ello, los impresionistas trabajaron denodadamente en la técnica de sus creaciones y en el coloquio que se cimentaba entre ellas, investigando esa realidad de encanto y atractivo.

En la sucesión pendular de los movimientos artísticos ni el purismo que se resiste al cambio ni las novedades del progreso que llegan cambiando -ninguno de esos dos términos- olvidan que por lo general la representación de lo real o la plasmación de lo que se va descubriendo -el arte- es el encanto original, la belleza. Así, son conscientes, voluntaria o espontáneamente, de que su alma y su espíritu ha de contagiarse durante suficientes siglos, buscando la perpetuidad o al menos la perdurabilidad.

Y por más que los que vienen empujando quieran y necesiten desligarse totalmente del movimiento anterior, siempre se verán influidos por el discurso de las etapas, en el que vienen a seguirse las cimas y defenestraciones de las corrientes que van sucediéndose. Quienes vienen lo hacen determinados por ese influencia o peso no buscado, a sabiendas de que a ellos les volverá a suceder en la próxima generación y siguientes. Y quienes son apartados, tampoco son conscientes de que no han sido olvidados del todo, de que, en al menos dos generaciones posteriores, su arte se verá recompensado, aunque a veces no sea más que en parte. En Angelina (1865) y El pífano (1866) de Manet -influjos de Velázquez- se pueden materializar estas manifestaciones.

EL EMBRIÓN DEL IMPRESIONISMO

"En torno al pintor [Edouard Manet] vilipendiado por el público, se ha formado un frente común de pintores y escritores que lo reivindican como un maestro" (Émile Zola)

Precisamente Edouard Manet (París, 1832-1883) es quien va a representar cada abundancia y negación de esta corriente artística tan fresca y luminosa, el más sobresaliente impulsor del colectivo de jóvenes pintores, escultores y literatos de aquella Escuela de Batignolles, el barrio de París en donde él residía junto con una porción considerable de los pioneros del Impresionismo. Allí se reunían el escultor Zacharie Astruc; Claude Monet; Otto Schölderer, llegado de Alemania para tratarse y aprender con los alumnos de Gustave Courbet, el creador y la mejor imagen o símbolo del Realismo; el propio Manet; Émile Zola, el padre del Naturalismo; Auguste Renoir; O Frédéric Bazille (Montpellier, 1841 - Beaune-la-Rolande, 1870), desaparecido a sus veintinueve años en la guerra franco prusiana de 1870. Atraído por las telas de Delacroix, cursa Bellas Artes y Medicina. Conoce a Renoir y ve que lo suyo es el Impresionismo. Se relaciona y armoniza con Monet, Manet y Sisley, a quienes apoyó, por su pudiente condición, con su dinero. A la edad de veintitrés años, había pintado ya varias de sus creaciones más importantes, como, por ejemplo, El vestido rosa; en 1967, aparece el célebre Reunión de familia, o 'Retratos de familia'.

SU GERMINACIÓN Y CRECIMIENTO

Tanto en sus orígenes como en su progreso y desarrollo, el grupo de impresionistas trabaja en la nueva idea que tenían. Trabajan duro, lo hacen con esfuerzo, atrevimiento y coraje. Las labores y faenas previas habían ganado tiempo y anticipado este momento. Los primeros experimentos quedaron en eso, en pruebas ya olvidadas. El nuevo movimiento, de rondón, sin sentir, posee ya su propia peculiaridad, su verdadera singularidad.

Se hallan con responsabilidad para configurar una asociación y considerar semejantes intenciones, ideales y metas que les ayudarían para llamar más y mejor la atención de la respetable concurrencia que, hasta entonces, solo les había denostado. Así, para hacerse más fuertes, organizan la Sociedad anónima de pintores, escultores y grabadores (1874), que presentaría la primera exposición colectiva en el año siguiente, año por el que oficialmente se le da el nombre a este movimiento, pues una de las obras distinguidas era Impresión, sol naciente (1872-1873) de Claude Monet.

La mayor parte de ellos tenían un origen pudiente, e incluso altoburgués, si bien no escasearon en algunos una cuna austera y sencilla

Aquella exposición fue el germen de un grupo humano, de lo que identifica a un equipo cuyo viaje iba a ser el de la colaboración y la amistad. Por ejemplo, la cooperación y nexo que existía entre Cézanne (1839-1906) y Pisarro (1830-1903) puede verse en sus creaciones La casa del ahorcado y Los Tejados rojos, respectivamente, en las que su letra y partitura son, en suma, semejantes. O la cuñada y modelo de Edouard Manet, Berthe Morisot (Bourgues, Cher, Francia, 1841 - París, 1895). 

La corta vida que tuvo esta pintora, cincuenta y cuatro años, fue frondosa e intensa, y su actividad artística señaló las facultades de las demás mujeres en el arte, al declinar el XIX. Eligió una posición muy tajante, para una mujer en aquella época, que la entreveraría con los impresionistas, la avanzadilla y el progreso entonces. Morisot evidencia el auge y la calidad que desde ese instante van a inaugurar las mujeres artistas, atribuyéndoselo una particularidad más de esta familia de pintores, donde todos interpretaban, en cualquier caso, una clase de sociedad más original, aparecida después del coronamiento de la Primera Revolución Industrial. Por eso, sus láminas se van a separar de los motivos de sus ensayos, aprovechando contenidos más familiares y profanos, y considerando más las labores diarias y corrientes.

LAS FAMILIAS DE LOS IMPRSIONISTAS

Siempre les movió la esperanza en perfeccionar su pintura, por eso lo que pintaban no dejaba de ser una imagen y metáfora de la vida

La mayor parte de ellos tenían un origen pudiente, e incluso altoburgués, si bien no escasearon en algunos una cuna austera y sencilla, como la de Pierre-Auguste Renoir (Francia, 1841-1919). El de los más numerosos estaba asentado en el pico de la colectividad banquera, acaudalada, mercantilista y potentada, como las raíces de la apreciable Berthe Morisot, o de Camille Pisarro (Saint Thomas, Islas Vírgenes, 1830 - París, 1903); los Manet; el padre de Gustave Caillebotte (París, 1848-1894), rico empresario; el de Monet (París, 1840 - Giverny, 1926); la procedencia de Fréderic Bazille, y la de Cézanne. Y hubo ascendientes que ayudaron a sus hijos; y otros, no. La madre de Berthe Morisot, por ejemplo, sostuvo con su hija una especie de mecenazgo y poniéndola en conocimiento de Camille Corot, o de Fantin-Latour. Y, sin embargo, Monet, Pisarro y Cézanne tuvieron que buscarse la vida por su cuenta.

Concluyendo, el arte no es efímero, y menos el de los pintores impresionistas. Sus vidas, la mayoría de las veces, fueron duras y difíciles, aun habiendo podido conformarse con un devenir más muelle. Y no fue así porque a todos les perseguía un sueño de cambio, alejados del academicismo, y una sacralización de la naturaleza, de los bosques y el aire libre. Siempre les movió la esperanza en perfeccionar su pintura, por eso lo que pintaban no dejaba de ser una imagen y metáfora de la vida.

El conocimiento de su arte a través de la contemplación de sus pinturas nos deja la cadencia y musicalidad en esa necesidad de perfección en donde se siente que cada vez más emerge la belleza.

El Impresionismo, el arte de aquellos nuevos tiempos; su alma y el encanto original
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