La cultura, ¿qué es eso?

Sin tener que hacer reducción fenomenológica alguna, todos acostumbramos a sorprendernos mucho más tarde, y cuanto más ganamos en años

Imagino que nadie se ha sentido libre nunca de haberse podido evitar, en la silla de la mesa escolar, unas ‘lecciones’ engorrosas y cargantes, pareciendo como si, exánimes, huyendo de la mirada del maestro, nuestra alma volase lejos, a otros paraísos más lejanos o, por miedo, a objetos o vidas más cercanas e inverosímiles -"Y en la aborrecida escuela, raudas moscas divertidas, perseguidas por amor de lo que vuela, —que todo es volar—, sonoras rebotando en los cristales en los días otoñales… (…) me evocáis todas las cosas"- (Las moscas, A. Machado), porque la materia que había que ‘aprender’ no iba con nosotros, no nos atraía, sin trato alguno con nuestra propia vida. “No nos tenía paciencia”, decía con tristeza El Chavo del Ocho.

Siempre hemos percibido que algo que antes no nos había causado la menor impresión súbitamente aparece destacando como una supernova

Sin embargo, sin tener que hacer reducción fenomenológica alguna, todos acostumbramos a sorprendernos mucho más tarde, y cuanto más ganamos en años; nuestra cultura, nuestro cultivo, se ha ido haciendo -a no ser que el ambiente propio vivido haya sido un destrozo y que nuestro lenguaje, y por tanto nuestro conocimiento, haya sido demasiado ajustado y cercado-, va apareciendo, sin rondón, sin sentirlo, y empieza a espabilar.

Unos dicen que lo que mueve al mundo es el amor. Otros, que la economía. Muchos, el poder. Y cada cual va dando su propio parecer en la respuesta. Otros están convencidos de que es la historia. Y a estos tampoco les falta razón, porque solo su aprendizaje y su aplicación nos posibilita concebir la sociedad y nos aporta que captemos lo impensable de la forma en que se mueve.

¿Es que los maestros no advertimos anteriormente que la literatura, por ejemplo, no es una pesada asignatura más, sino un estado de encantamiento y seducción que facilita comunicar las propias habilidades y, simultáneamente, respetarlas?

Siempre hemos percibido que algo que antes no nos había causado la menor impresión súbitamente aparece destacando como una supernova. Estamos cada vez más convencidos de comprobaciones y experiencias semejantes. El origen debe de ser que nuestro conocimiento se conforma a través de un reflexivo y hondo reajuste y que nuestra escuela se encuentra en un aprieto… porque está mutando. Y a nosotros nos cuesta ir a su son.

Los recursos didácticos y educativos pobres y gastados aparecen como si se hubiesen transformado en excepción, anquilosándose y traduciéndose en solo enunciados y meras expresiones, a la vez que menos aún los docentes los amparan o justifican hoy con plena seguridad. Pues hemos continuado madurando, debemos comprometernos y reconstruir el discurso con nuestra educación y cultura prosperando en un enfoque más fresco. La diversidad de nuestros alumnos y, sobre todo, los que con más problemas pueden tropezar, en la práctica educativa de hoy, precisamente lo anhelan y están a la espera.

Nos hallamos ante seres humanos que solamente alcanzan a descubrir como suyo la ciencia, el conocimiento, si son, al menos un poco, para ellos; colegiales y alumnos que se resisten a aprovechar el total de los restos y escurriduras de una instrucción coleccionable, ya que su corazón latente es su actividad, y sus modos inconfundibles.

Nos están comunicando, por consiguiente, que consideran y aprecian la obligación de crecer inmersos en nuestra cultura, además de colaborar, si les es autorizado, en el diálogo de la educación y del progreso. Por eso, no podemos dejar de pensar en ellos. Pensar en lo que proporciona la cultura respecto a sus estudios e ideas en general, y a su conformación o educación en particular.

Hoy no se discute que solamente está cultivado quien es idóneo para disponer y sistematizar sus propios saberes

Nuestra cultura social contemporánea, nuestro pueblo, nuestro acervo cognitivo, nuestra cultura de la tolerancia y de la libertad o nuestro Estado nación aparecieron en nuestro continente, no en otro territorio. Daniel Defoe, La isla del tesoro, Cervantes, Macbeth, Los Buddenbrook u Otelo son célebres por ello. La poesía de Hölderlin la conocíamos con anterioridad a él. La psiquiatría de Jung tampoco era nueva.

Por otra parte, nuestra admiración por las contribuciones científicas y didácticas de los diferentes innovadores, artistas o compositores ha de comprometerse desde la interpretación y el entendimiento con ellos, no del calco de las devociones y cultos por otros ante divinidades a las que se hace difícil conocer. Debemos desposeer al bagaje cognitivo y científico que nos hemos dado de las armaduras y blindajes que implican los enunciados recetarios, para hacer y recibir cultura, para hacer y recibir educación.

En su origen, venimos de Atenas, de la cultura hebrea, de Roma, del cristianismo, de los invasores germánicos, de los agáricos y del feudalismo. Más tarde, del Renacimiento. Pero también del período donde ganan los valores de la modernidad, es decir, el progreso, los transportes, la racionalidad. Más tarde, de la política como hoy la entendemos, y, posteriormente, de las dos espantosas y execrables guerras mundiales. ¿Y ahora?  Se pretende y se reclama la obligación de un resurgimiento cultural.

Hoy no se discute que solamente está cultivado quien es idóneo para disponer y sistematizar sus propios saberes, sin ser esto suficiente para fijar una inflexible contradicción o barrera entre sabiduría y torpeza. Se debe organizar y configurar innumerables pormenores y elementos, incluir y relacionar una taxonomía y una percepción y perspectiva de conjunto.

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