jueves. 25.04.2024

La bella Otero, y su esplendor en el siglo XX

El personaje de Carolina Otero no es único, pero única debió de ser su famosa piel, así como las fortunas que pagaron por estar en su compañía. Única, su dolorosa infancia y su ambición por ser la mejor, la más deseada en su época.

Amante de reyes, y de los hombres más poderosos de la época, Carolina Otero (Valga-Pontevedra, 1868 - Niza, 1965), una gallega nacida en la miseria a mediados del siglo XX, se convierte en la mujer más deseada de príncipes, millonarios y famosos, así como en la musa de pintores, escultores y poetas.  

Empieza su carrera como bailarina, siempre con ayuda de hombres a los que utiliza, además de su atractivo personal, tenacidad y una capacidad más que notable para mostrar su arte y encantos. Consiguió fama, fulgor y dinero como pocas mujeres lograron en su época y condición, acabó su vida a sus 96 años, pobre y en una pensión de Niza.

Brilló como ninguna en la Belle Époque. Se dice que desprendía una enorme sensualidad, acompañándola un toque de dulzura

Me regalaron hace años la biografía que de ella escribe Carmen Posadas, me interesó y me sedujo su personaje, tanto más porque a mi abuelo, viudo y hombre de mundo, Teodoro Cea, que regentaba un salón-barbería en Santander y más tarde en Liaño, le escuché a menudo su nombre, entre sonrisas, picardía y admiración, así como las de sus clientes. ¡La Bella Otero!  

Uno de sus primeros amantes la lleva al famoso y ya retirado Bellini para que la enseñe a cantar. El memorable maestro dice de ella: “Necesita un año, o quizás toda la vida. No sabe bailar, no sabe cantar. Y no tiene estilo”. El mismo Bellini, un poco más adelante, reconoció que desprendía  erotismo puro. También dicen que se enamoró de ella. 

Brilló como ninguna en la Belle Époque. Se dice que desprendía una enorme sensualidad, acompañándola un toque de dulzura. Su vida me recuerda en ciertas ocasiones a la de Marilyn Monroe, exceptuando que la Otero al parecer era fría, calculadora, y con el deseo de supervivencia preciso para vivir hasta los 97 años.  Marilyn la acabó trágicamente a los 36.   

La compartieron, entre otros, el entonces Príncipe de Gales, el zar Nicolás II, Alberto de Mónaco, el Kaiser Guillermo, Alfonso  XIII -éste último dudoso, aunque se conocieron, Maurice Chevalier. Siete hombres se suicidaron por el desamor de Carolina. Uno de ellos, Ernest Jurgens, de sus primeros amantes, y a la vez mánager, que realizó un buen trabajo de relaciones públicas y la dio a conocer en América y media Europa,  a la vez que con una gran osadía, logra introducirla en los ambientes más selectos, pero Jurgensdeja a su familia de cinco hijos y se arruina por ella. Carolina Otero, ya célebre, lo deja por otro, sin querer volver a verlo. Ernest se suicida en un hotel barato, endeudado y solo. Nunca se atrevió a pedirle a Carolina una parte de sus ganancias. Merecidas y trabajadas.

La vida de La Bella Otero fue fulgurante porque ellos la desearon sin límite

Ella y Jurgens inventaron los orígenes de la Bella Otero, su identidad así como otros detalles que le sirvieron para dar lustre a su origen e incitar el deseo de los hombres. Hay muchas anécdotas de Carolina, y es difícil al parecer para los investigadores saber dónde empieza y dónde acaba el mito. Ella misma se encargaría de despistar sus huellas.  

De los pocos documentos oficiales que existen, hay uno, encontrado por casualidad, que confirma que la niña Agustina Otero Iglesias -su nombre auténtico- fue violada brutalmente el 6 de julio de 1879 en las afueras de su pueblo.  

Los médicos que la atendieron en su miserable casa, informaron que el ultraje no tenía parangón, que había sido cometido de una manera tan brutal, que no podía describirse, por decencia. A la vez diagnosticaban su estado de gravísimo. Tardó varios meses en recuperarse de las hemorragias y rotura de pelvis, en un hospital de beneficencia. Una de las secuelas fue su esterilidad. 

Diez años tenía. Vivía con su madre, cinco hermanos, como ella de padres desconocidos, en una casa miserable y prácticamente con los animales. A esa edad ya bailaba y mendigaba mendrugos de pan. Antes de cumplir 12 años huye con un grupo de cómicos ambulantes, nadie ha logrado con seguridad saber si a Portugal o Barcelona. Huye de las críticas, del ambiente opresivo y hostil de su pueblo en el que su popularidad posterior no contó con simpatías. En aquellos años, en Valga se negaban a hablar de la Bella Otero; para ellos, la descarriada Agustina.  

En sus años de esplendor, en París, no tuvo rival, a pesar de que otras mujeres bellas e incluso con más talento para la música y el baile competían con ella. Pero la Bella Otero tenía un plus. Belleza, erotismo y, lo más importante, deseos de desquitarse. ¡Era la Belle Époque! No faltaba nada. Su belleza, una buena dosis de ambición y tenacidad, otra buena dosis de imaginación y capacidad de fingimiento. Uno de sus amantes dijo, “te hacía sentir como si fueses el hombre más importante sobre la tierra”, y seguramente le gustase lo que hacía. Le regalaron joyas dignas de una reina, las lucía en sus espectáculos con ostentación, llegó a ser inmensamente rica, hasta que la pudo su adicción por el juego, perdía grandes cantidades en los salones más selectos de la época. Empezó a perderlo todo casi al tiempo que ya no lo ganaba. Se retiró a los 46 años de la vida pública. Se arruinó, murió pobre y olvidada, también lúcida y orgullosa. A sí lo entiendo por lo que se lee en las diferentes biografías que de ella escribieron Raimundo García Domínguez -Borobó-, periodista; Marga do Val, escritora, crítica literaria; y Carmen Posadas, escritora. 

El personaje de Carolina Otero no es único, pero única debió de ser su famosa piel, así como las fortunas que pagaron por estar en su compañía. Única, su dolorosa infancia y su ambición por ser la mejor, la más deseada en su época. Amante durante años del famoso banquero William K. Vanderbilt, que a la vez de numerosas joyas la obsequió con uno de sus espectaculares yates. Nunca tuvo un solo amante, cosa que a la mayoría no parecía importarles  

Brilló al tiempo que una de mis escritoras favoritas, Colette, ésta última también se permitió desnudarse en sus representaciones de teatro. La diferencia entre ambas no tiene duda, Collette era una escritora ya conocida que amaba y vivía escandalosamente, La Bella Otero era bien recompensada por fingir dar amor o deseo. 

Asombro causa Carolina; más asombro, la cantidad de hombres de todas las clases sociales a los que deslumbró. La vida de La Bella Otero fue fulgurante porque ellos la desearon sin límite. Me pregunto si es que desean lo que otros desean, si es cuestión de status social o si efectivamente hay mujeres que tienen ese toque que las hace únicas, especiales, tanto como para llevar a siete hombres al suicidio. Se cree que Carolina era frígida debido a las graves lesiones sufridas, y nació y vivió en la Belle Époque una gran profesional, una gran artista del amor y el espectáculo.  

Nunca volvió a su pueblo natal. No volver fue inteligente. Ya a los 10 años cuando fue violada, también fue juzgada y sentenciada. En Valga -Pontevedra- una nueva generación, desde hace unos años, recopila en un museo pertenencias que van surgiendo por diferentes lugares del mundo, llenando los vacíos dejados y reconociendo como suya a una mujer única en su época.    

   

La bella Otero, y su esplendor en el siglo XX
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