Acabo de publicar DOS TONELADAS DE PASADO, un libro donde, entre otros desastres, un cantante feo y homosexual intenta pasarse al negocio de la resurrección, un poeta enloquecido funda la ciudad de Londres, una escritora intercambia algo más que su carácter con una amiga, un torero fracasado torea el tráfico, una fotógrafa encuentra el paraíso en el Amazonas y un cocinero griego repite la Odisea con la crisis bancaria de fondo.
Siempre he pensado que una novela es como un matrimonio más o menos largo mientras que una columna es un lío de una noche. Fui finalista del premio Nadal en 2003 con El gran silencio y he ganado también el Hammett de la Semana Negra de Gijón y el Tigre Juan por Niños de tiza, así como el premio Logroño por Punto de fisión, de donde toma su título esta trinchera.
Como se ve, con mis novelas he hecho lectores y amigos, y con mis columnas más bien al contrario. Pero está bien así, porque siempre he pensado que un escritor ha de luchar contra el poder, sea del signo que sea, aunque la señal de su triunfo resulte tan minúscula como una picadura de mosquito en el culo de un elefante.