MEMORIA

Poner voz al crimen. Poner nombre a las víctimas

En el acto
En el acto

Hace pocos días fui invitada a título personal y como integrante de la Plataforma Memoria y Democracia al acto de reconocimiento a víctimas que la Delegación de Gobierno de España en Cantabria realizaba en su sede de Santander. Fui invitada, también, a decir unas palabras en el acto; quizá en la elección se valoró mi capacidad de escribir…es posible que fuera una mera elección aleatoria que no merezca más que agradecimiento. Allí estuve, junto a compañeras/os de lucha y reivindicación de la Memoria Democrática e Histórica. Fíjense que hasta calcé tacón y todo…

La solemnidad del acto me apabulló un poco, puesto que el edificio tiene y tuvo su simbolismo. Fue sede del gobierno civil en tiempos pretéritos y los recuerdos de cosas referidas por la gente que vivió años duros de la dictadura me sobrecogieron un tanto al cruzar el umbral de la sala ataviada, para la ocasión, con las banderas oficiales del estado. La sala estaba llena de integrantes de la política actual y de compañeros/as, la organizadora del acto y Delegada del gobierno, Eugenia Gómez de Diego,  nos introdujo con calidez. Al punto de empezar el acto llegaron el coronel jefe de la Guardia Civil, Antonio Orantos, mando supremo en Cantabria, su homologa en la Policía Nacional, María del Carmen Martínez Ruiz  y en el ejército. Les confieso, que para una lega republicana, libertaria y pacifista tanta estrella y entorchado militarista me sobrecogió un poco.

El primer pensamiento fue para las palabras escritas que portaba y que iba a pronunciar poco después. Como un rayo me cruzó la cabeza el pensamiento de “suavizar” el mensaje que había concebido en la soledad de mi casa sin presumir tamaña  audiencia. De forma inmediata deseché la idea. No, me dije, deben oírnos. Debemos hablar descarnadamente y sin autocensura de nuestras percepciones sobre la historia y el presente de nuestra sociedad. Ya está bien de concebir el discurso en sintonía con la audiencia intentando “no molestar”. Cuantas veces he reprochado lo mismo a gente con poder. Que no, que hay que  pronunciarse con el mensaje por todos los rincones, aunque les confieso que me reconozco convaleciente del síndrome dictadura ¿En qué consiste este síndrome? en considerarlos amos, ganadores de esa batalla infame e infamante de la Segunda Guerra Mundial que fue la guerra de España. Me considero convaleciente del “respeto” reverencial al poder emanado de la traición y el golpe malvado que dieron los militares africanistas contra la democracia republicana. Sí, yo misma. La que suscribe, confieso que a veces me tiembla la mano al escribir o hablar sabiendo a qué y quiénes me enfrento. Claro que hay un dicho, y es que, no es valiente quien no teme sino quien se enfrenta a sus fantasmas y los vence.

Y ahí estaba yo, en el atril frente a las tres autoridades plenas de entorchados y estrellas picudas que me abocinaban las palabras que había preparado. Decidí mirar al frente, leer lo escrito y pensar en lo importante que es llevar el nombre de los derrotados, de las víctimas, fusilados, agarrotados, torturados y masacrados por un fascismo que nos gobernó y aún pretende seguir (si dudan miren hacia ese CGPJ que no se quiere ir porque consideran la Justicia su coto privado)

Levantar la voz como familiares de asesinados por la dictadura en esa  sala lo consideré, en los escasos minutos de mi lectura, parte importante de lo que reclamamos desde hace tantos años. Reconocimiento, explicación veraz y sin titubeo del horror vivido,  levantando la voz poniendo nombre a los desaparecidos forzosos, fusilados en juicios sumarísimos, a las torturas y vejaciones que sufrió nuestra gente a manos de los socios del nazismo alemán y del fascismo italiano. Nuestra guerra no es guerra fratricida ni monsergas por el estilo. Fue, y así lo leerán en mi discurso, la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial, esa que libraron las democracias occidentales contra el fascismo y el nazismo.

Y así lo dije. Entendía que las familias de las víctimas, que ese día recogían el reconocimiento de un estado cómplice durante tantos años con la dictadura, eran parte del camino que debemos recorrer para trazar la verdadera salud social. Sin reconocimiento, sin la completa asunción de responsabilidades de lo ocurrido no hay paz posible. No se cierran las heridas a base de silencio, al contrario, se envenena el tejido social y se pudre.

Por eso el acto me resultó emocionante, no tanto a titulo personal o familiar, como por ver con mis ojos que por fin el estado reconoce que jamás debió ocurrir aquello. Agradezco mucho que ¡por fin! las autoridades realicen estos actos y nos hagan participes de los mismos. Agradezco mucho (lo hice en persona) a quienes me invitaron a poner voz a mi gente.

A continuación les dejo el texto que leí en la recepción. He de decir que la respuesta de varias de las personas oyentes, fue similar: “me he sentido identificada, hablaste de tu familia pero es la mía. Tus recuerdos son los míos” Ese era el propósito y el deseo que tuve al ser la encargada de hablar en dicho acto.

Discurso para Delegación de Gobierno

“Sembrar el terror… eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros. (…) Echar al carajo toda esa monserga de derechos del hombre, humanitarismo y filantropía.”

Al reivindicar el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, nos suelen interpelar con la pregunta de ¿por qué nos molestan los nombres, los monumentos si hace tiempo que están ahí y no hacen daño a nadie? La solapada queja ante una ley, que imagino igual a otras, siendo de obligado cumplimiento, es constante. Nos dicen que no molestan, que no es importante, que hay otras cosas urgentes, que no toca, que llevan tiempo y la gente está acostumbrada a la nomenclatura.

A veces  expresan que no entienden el porqué  nos preocupa tanto  el pasado…

Les voy a contar mis conclusiones, que les dejo a título personal, porque es posible que clarifiquen.

Siendo  muy pequeña, no más de cuatro o cinco años, las Navidades las pasábamos en  la humilde casa de mis abuelos maternos. Un piso de no más de cuarenta metros, en un barrio  proscrito de Santander, La Albericia. Eran clase trabajadora, gente de barrio acostumbrada a perder. Llegando a finalizar el primer plato que solían ser caracoles, mi abuela me ordenaba que cerrara la puerta de la cocina.

-Niña, cierra la puerta que las paredes oyen.

Yo lo hacía y poco después esa abuela valiente, vestida de negro, de recia figura, se ponía a contar. Nos refería como mi madre, con pocos años vio por la calle San Fernando de Santander a su padre entre muchos hombres y subió a contarlo. Ella, mi abuela, sabía hacia donde dirigían a mi abuelo. Era un día caluroso de agosto, exactamente el 26 de ese mes del año 1937. Mi abuelo, Juan Cañedo Mancebo,  era conducido hacia la Plaza de Toros, como mi tío Anastasio. Ambos eran clase trabajadora, albañiles, pobres como ratas, porque su padre había muerto durante la pandemia de gripe española dejando a una viuda de veintiocho años y siete hijos que se tuvieron que poner a trabajar, con doce, trece, incluso con diez años…Apenas pudieron ir a la escuela, aprender a leer y a escribir lo justo porque a los hermanos Cañedo les fascinaba leer y escribir.

Mi tío Anastasio, poco antes de este cuento, había falsificado la edad para poder subir al Escudo a  luchar una guerra perdida. Mi abuelo y el resto de los hermanos le habían hablado de la democracia, de los votos, de los derechos de los/as trabajadores, de sindicalismo, de conciencia de clase, de libertad…del derecho que tenían los niños a ir a la escuela. Y mi tío Tasio Cañedo, decidió que debía falsear sus datos y subir a luchar contra el fascismo y por los valores republicanos. Tanto mi abuelo como el resto de mis tíos, eran sindicalistas de UGT, ignoro si socialistas, comunistas o anarquistas pero me importa poco.

Mi tío se creyó aquello y cuando la guerra andaba perdida le hicieron teniente del glorioso ejército republicano. Porque sabía leer y escribir, no por ningún hecho heroico, no se crean.

Mi abuelo, cuando la derrota era inevitable,  quiso construirle un zulo para esconderle, pero mi tío se negó

-¿Por qué me voy a esconder, Juan? Si yo lucho por un mundo mejor. Si yo quiero que la gente tenga escuela, no pase hambre, pueda votar…derechos, hermano ¿cómo va estar mal eso?

Ese mediodía de agosto a mi tío lo llevaron también a la Plaza de Toros, donde se encontró con su hermano Juan. Mi tío era bajito, de ojos claros, parecía un niño…era un niño. Cuando mi abuela sale de casa, enloquecida, intentando salvar a su Juan, porque las mujeres sabemos o intuimos los peligros y nos anticipamos, se encontró, después de varias puertas cerradas, a un amigo que le dijo que él podría salvarle.

Era un trabajador, de derechas, un hombre bueno y amigo de mi abuelo. No era un fascista desalmado. Ese hombre tenía un yerno guardia civil que estaba patrullando en la Plaza. Allí fueron y después de insistir mucho, se decidió a buscar a mi abuelo.

Le encontraron entre la muchedumbre y el guardia, sargento por más señas, le dijo que saliera con él. Mi abuelo, miró a mi tío y le respondió que sin su pequeño no iba a ninguna parte porque era el ojito derecho de su madre y andaba con achaques como para perder a un hijo. El sargento, serio y temeroso dijo que él sacaba a uno no a dos, porque se jugaba la vida. Mi tío Tasio dijo.

-Vete tranquilo, Juan, no ves que yo no he hecho nada, que ni llegamos a entrar en combate en el Escudo porque nos derrotaron antes. Ni he pegado ni un solo tiro, hermano, verás que en una semana estoy en casa con la mama y lo celebramos. Tú tienes a la Modesta y tres críos pequeños, yo la vida por delante. Vete, hermano que luego iré yo.

Contaba la Modesta, que se dieron un abrazo muy tierno y se dijeron hasta luego con los ojos tristes. En estos momentos, mi abuelo Juan, hundía su cabeza entre las manos mientras una lágrima se paseaba por sus mejillas.

Sigo con la historia

Se volvieron a ver. Claro que sí. En el penal del Dueso, poco después del juicio sumarísimo  donde a Tasio Cañedo Mancebo, le condenaron a muerte por incitación a la rebelión. Allí debieron despedirse ambos hermanos porque Tasio sabía que no tenía salvación. Fue trasladado a la cárcel de Larrinaga, donde entró en capilla y el 28 de mayo de 1938, a la misma hora, en la misma madrugada en que en Ciriego se fusilaba a Matilde Zapata, mi tío Anastasio Cañedo Mancebo fue fusilado en Vistalegre, Derio Vizcaya.

Mi abuela callaba en ese momento,  sabíamos la historia ya que año tras año la repetía y a esa niña de cuatro, cinco, seis y más años le perturbaba saber que se asesinaba inocentes.

Con los años a mí me contaron en los sucesivos colegios en los que estuve que hubo una Cruzada contra el comunismo, que los republicanos eran bestias animalizadas y que el Caudillo de España nos salvó de no sé cuántos desastres. Pero yo había escuchado a mi abuela. Yo había oído la verdad de una boca que jamás pudo silenciarse y entre las paredes de una casa de obreros, contaba y contaba.

A esa historia, a esa abuela charlatana, yo le debo mi arquitectura moral y social.  He construido mi alma, la de mis hijos y nietos con la argamasa del antifascismo, de los ideales democráticos, socialistas y libertarios que me enseñaron contando esas historias. Nadie, ninguna de las monjas, de los/as profesoras pudieron desprogramas las palabras de mi abuela porque eran verdad.

Yo le debo todo lo que soy a esas palabras. Yo debo mis creencias antifascistas, repúblicas, socialistas, libertarias, democráticas, igualitarias, feministas…a esa voz que no pudieron callar.

Por eso quieren borrar nuestra historia y mienten con la suya, llamándola Concordia, cuando es falaz de principio a fin. Ni mis tíos ni mi abuelo lucharon en una “guerra de hermanos” en una “guerra de iguales” ni tan siquiera en una guerra civil. No, mi gente luchó contra el fascismo. Mi gente tenía conciencia de clase, sabía perfectamente que eran clase trabajadora antifascista. Mi tío fue fusilado por creer en el socialismo o el comunismo o el anarquismo, que ignoro y además no me importa, porque pensaba que los niños debían ir a la escuela, porque amaban leer, querían aprender cosas del mundo y vivir en un sociedad justa y libre.

A mi tío lo asesinaron porque entre él y el general Mola, ganaron las ideas de éste último  y debemos -estamos obligadas- a poner en altura el ideario que perdió esa primera batalla de la II Guerra Mundial. A mi tío lo asesinaron por demócrata por socialista, por lo que fuera…porque esa guerra sí tuvo ideología y es lo que ahora quieren arrebatarnos cuando diseñan falsas leyes de Concordia.

Os suplico y exijo en nombre de los más de cien mil personas que fueron asesinadas como mi tío Anastasio y que no hemos conseguido poner nombre, que sigáis en ello, que no olvidéis que la Memoria es el eslabón que va uniendo generaciones y generaciones en la construcción de un mundo mejor, más justo y más libre.

Gracias por esta invitación y por permitirme traer hasta vosotros/as la historia de mi familia, que es la historia común de cientos de miles de españolas/es.

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