MEMORIA

Cuentos militantes. Contar la historia necesaria

Detalle de la portada del libro 'Cuentos militantes'
Detalle de la portada del libro 'Cuentos militantes'

Nos encontramos  con Antonio Ontañón Peredo, a consecuencia de la edición de su libro de relatos, Cuentos militantes, editado por Vorágine,  presentado hace escasas semanas en la Feria del Libro de Santander. Estuve presente, adquirí el libro que fue leído, casi devorado,  en las horas siguientes, tanto por la calidad literaria como por el contenido. Son relatos basados en la familia del autor y las vivencias que tuvieron que asumir en los duros años del tardofranquismo.

Si en la lucha antifranquista hiciéramos una comparativa con la rancia derecha, el abolengo de la familia Peredo Ontañón, discutiría rango con la mismísima casa de Alba. No se lo tomen ustedes a broma porque esta saga bien pudiera definir, con sus luchas enconadas, los años del tardo franquismo y de la Transición, llegando hasta ahora mismo, porque no hay lucha en la que Marta Peredo -matriarca de la saga- no esté involucrada. El padre, Antonio Ontañón Toca, al que entrevistamos hace unos meses citándole frecuentemente cuando hablamos de Memoria,  es el artífice de la investigación e impulsor del monumento en honor de los fusilados de Ciriego. La tarea investigativa y de lucha por la dignificación de las víctimas, así como por su reconocimiento de este hombre es ingente. Ahí sigue a sus casi noventa años en el mismo frente inasequible al desaliento, que solía decirse.  Un vástago de la saga, Roberto Ontañón Peredo preside el Museo Arqueológico de Santander, pensamos que en próximas publicaciones hablaremos de él debido a su prestigiosa labor. En 2019 se organizó en dicho museo una muestra del Frente Norte que ha sido impresionante por la cantidad de muestras presentadas así como las variadas conferencias que se ofrecieron sobre temática de la Guerra Civil.

Ahora nos ocupamos de Antonio Ontañón Peredo que  decidió contar las vivencias de la singular familia en unos relatos perfectamente construidos, con  lenguaje sencillo, huyendo de forma consciente, según confirma,  de alaracas semánticas, construyendo unos relatos  de noble belleza que conforman un total delicioso.

Y es que no es para menos. La columna vertebral del libro es el personaje de la madre. Marta Peredo Escobedo, nacida en los albores de la contienda civil, septiembre de 1936. Su padre, mientras tanto, combatía en el bando legal, defendiendo la democracia republicana; a su vuelta a casa recogió la experiencia en el silencio común a casi todas las familias de los perdedores. No se podía hablar porque a los derrotados solo les quedaba el silencio y la mirada baja. Era eso, marchar al exilio o algo peor.

La madre de Marta vendía pescado, tarea en la que siendo pequeña ayudaba.  La familia vivía en la calle del Sol, numero veinte. Curiosamente, esta  calle, además de hermosa y castiza como pocas,  se le unen las diferentes capas de la sociedad  en amalgama singular pero no mezclada. En los primeros números, andaba la clase trabajadora, le seguía un proletariado más precarizado y era   justo en los finales de la calle, cuando se encontraban los  apellidos de raigambre y cierto lustre burgués. Todo en una misma vía no demasiado extensa.

La calle del Sol, la tiene bien retratada José Ramón Saiz Viadero, también vecino honorable de la calle,  en el libro Del Sol al Carmen y viceversa. Porque otra de las características de la vía es poseer dos nombres. Calle del Carmen, tomado de la iglesia que la corona, y del Sol, tal como citamos. Cosas curiosas que pasan en una ciudad donde parece no pasar nada.

La calle del Sol formaba un amasijo de barrio popular donde los vecinos cubrían la precariedad creando lazos solidarios y de amistad. Era y es barrio, comunidad, más en los tiempos en que Marta era joven, atributos que no se perdieron en la infancia del autor.

Antonio, en la charla que da lugar a este artículo, sonríe con agradable nostalgia recordando los tiempos en que esparcían la infancia en el recoleto barrio donde don Bomfilio, padre de Ramón Viadero, compartía espacio con su tiendita, La Infantil, mercería que años más tarde se convirtió en papelería gestionada por la hermana de Ramón. Don Bomfilio, serio y contenido, conducía un coche que aparcaba en la calle donde los niños del barrio, observaban el discurrir de  la vida desde los ventanales de la casa familiar o desde la acera que servía de lugar de encuentro y vida infantil.

Antonio desgrana en su libro, los recuerdos de esa familia peculiar, las vivencias vistas por ojos infantiles con un objetivo que nos endulza el relato. Porque, tal como cuenta el autor, Marta, a  la vez que madre y esposa enamorada, era una  aguerrida luchadora antifranquista, que había comenzando la militancia  en la HOAC, guiada por el hermano, Ramón Peredo -otro luchador que merece memoria y recuerdo- para dar comienzo a un camino de lucha que la llevó a formar parte de la primera manifestación del uno de mayo que  realizada en Santander de forma pública.

Corría el año 1968, España abría fronteras para el turismo, cedió autarquía por necesidad, pero sin ganas. La dictadura se barnizaba de pulcritud, pero dentro seguía siendo el mismo pozo fascista de los años cuarenta. Quizá las noticias llegadas desde Francia que decoraba sus calles con un levantamiento popular, vistoso, decorado de adoquines voladores, envalentonaron a los participantes de aquella aventura, que después de una reunión de hermandad en Los Pinares del Sardinero, se concentraron frente a lo que hoy es Delegación de Gobierno, entonces sede del Gobierno Civil, para reclamar derechos laborales, democracia y libertad. Esas cosas tan subversivas que gustan tan poco a las dictaduras. Ya saben.

Frente a los manifestantes, se erguía  un destacamento de grises, con el comisario Solar y el siniestro  inspector Cuervo al frente. Los policías  contaron hasta tres induciendo a disolverse, cosa que no ocurrió,  cargando al final del computo con furia contra los,  aproximadamente, cincuenta manifestantes. Eran tiempos en que las fuerzas represivas tiraban con bala de fogueo, se golpeaba sin piedad y se detenía a discreción. Todo y más ocurrió ese día.

Al inspector Solar, le voltearon las gafas violentándole lo suficiente para golpear a ciegas a quien se le pusiera delante. La ira se le desató más de lo previsto. Uno de los manifestantes casi pierde un ojo, otra María Jesús Cuesta Villa, quedó  herida de consideración con largas secuelas. El resto fueron detenidos. Marta Peredo entre ellas. Ahí comenzó su  carrera de detenciones, seguimientos, escuchas, molestias, insultos y vejaciones que sufrieron tanto ella como el resto de la familia. Al convertirse en opositora al régimen, Marta agregaba un agravante. Era mujer. A las fuerzas represivas, les parecía fatal que hombres se les opusieran, pero ¡mujeres! Les resultaba inverosímil que una joven madre de cuatro hijos, de clase media,  fuera capaz de tener la fuerza moral inquebrantable, para ser una de las que plantaron cara a un dictadura asalvajada que firmaba sentencias de muerte, torturaba sin piedad y llenaba los calabozos con inocentes.

A pesar de los turbios momentos que se vivían, Antonio Pereda Ontañón,  recuerda su infancia con alegría. Me asegura  que fueron felices, incluso sentía el orgullo de tener unos padres tan especiales, aunque se  percató más tarde de la peculiaridad familiar;  pensaba que en esa España oxidada y llena de polvo viejo, todas las familias eran como la suya, de izquierdas… Lo normal que veía en su casa, me dice. Al menos que la gente trabajadora fuera combativa y de izquierdas. Inocencia infantil… asegura.

Pero normal no era nada, solo que los ojos de un niño bien amado transforma la realidad y la suaviza es posible, que ayudara también que en la casa familiar el amor circulaba con soltura. Los abuelos maternos cuidaban a la prole cuando la madre faltaba y la vecindad formaba comunidad trasversal. Por eso, aunque Marta entraba y salía de los calabozos de Comisaria, sufría humillante trato por parte de Solar y Cuervo, los dos chicos y las dos chicas que conformaban la camada Ontañón Pereda,  se sentían felices, asegura Antonio.

Marta Peredo, además de referente antifranquista, siguió adelante con la tarea de los descubrimientos, llegando hasta el feminismo de forma natural.  Como fue integrante de las AMPAS del colegio donde estudiaban sus pequeños, Las Escuelas Verdes.

Entiende las grabes carencias y diferencias que afectan a la mujer por el hecho de serlo, y se implica en la fundación de la primera Asamblea de Mujeres de Cantabria. Estamos ya en los ochenta; en España hay gobiernos socialistas, por lo que se entendía que la puerta quedaba abierta a todo ello. Uno de los relatos, para mí el más definitorio de aquella época, porque refleja claramente la mentira en que vivimos inmersas durante esa cínica Transición, relata, como ella y una compañera fueron  a solicitar la colaboración de la Delegada de Gobierno (PSOE) para la formación del primer grupo feminista. La sorpresa llega cuando un solicito inspector Cuervo se introduce en el despacho en donde dialogaban con la Delegada,  lo que deja a Marta, que había sufrido sus vejaciones, tiritando de rabia. Queda bien reflejado en el relato, las enormes tragaderas de un poder que aceptó como suyos a los psicópatas torturadores de la etapa anterior. De esos vientos…

Marta Peredo estuvo y está en todo movimiento solidario: presos de Burgos, luchas obreras, lucha por legalización del divorcio, del aborto, por derechos laborales, contra la tortura…Y ahí sigue, en cada lucha, manifestación o lo que se organice en favor de las causas sociales, siempre   la tenemos cercana con su dulce sonrisa, su menuda figura y el inquebrantable compromiso con la causa de hacer una sociedad más justa y solidaria. Marta Peredo es referente de muchas, entre las que me cuento, y he sentido gratitud hacia Antonio Ontañón Peredo, por acercarla aún más. Por traernos una figura legendaria de la lucha social de nuestra tierra con su prosa y la mirada infantil que convierten a los relatos en una dulce lectura.

Los recuerdos que se desgranan en este pequeño libro nos cuentan lo que somos, o lo que fuimos. Refiere un conjunto de luchas, en las que quizá con inconsciencia y valentía, los participantes se jugaron la vida, la salud o la solvencia económica como el tío Ramón que perdió su trabajo, tuvo que emigrar con el consiguiente descalabro familiar.

Antonio, nos dice, que  ellos se organizaron bien. Era la madre la que asumía riesgos, el padre, Ontañón Toca, estuvo detenido en una ocasión pocos días, que no le supusieron represalia laboral. “Menos mal” dice un sonriente Ontañón, “quizá si hubiera sido mi padre el encarcelado, y hubiera perdido el trabajo no tendríamos esta positividad porque en realidad, todo aquello fue muy duro y las represalias eran terribles. Nosotros tuvimos suerte porque el salario llegaba por vía paterna”.

Cuentos militantes, nos refieren que detrás de las grandilocuencias de la historia, esa que cuenta que la democracia vino de milagro, traída por quienes bajaron el saludo fascista justo en el momento en que tocaba, había gente que luchaba con valor para que este país recuperara lo perdido. Un libro necesario que da voz a quienes la historia olvida porque queda ocupada, precisamente, por los que menos contribuyeron a mejorarla.

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