sábado. 01.06.2024

La ordenación territorial y nuestro presente distópico

Que la nula planificación económica ha conseguido que el presente de nuestros jóvenes esté en otras tierras es más que evidente, pero a poco que analicemos podemos ver que la nula planificación territorial también tiene buena culpa de nuestros males

La hermosa Casandra acudió a Apolo para conseguir el don de la profecía. Apolo, prendado de su belleza, se lo concedió a condición de que esta le tomara como esposo. Lo de casarse no entraba en los planes de Casandra que, aunque aceptó dicho don, rompió su pacto provocando la ira del dios. Apolo, despechado, escupió en la boca de Casandra, condenándola a no ser jamás creída. 

El despecho de Apolo maldijo a Casandra, que mantuvo el don de la clarividencia, pero perdió el de la persuasión, con lo que la pobre mujer conocía de antemano el futuro de Troya, aunque por más que compartía su presagio, no conseguía que nadie la creyera.

En esta historia al revés que hemos creado, si queremos ver la utopía cántabra hemos de mirar hacia atrás y no hacia adelante

Así como Casandra veía el ocaso de su ciudad, otros vemos el ocaso del territorio cántabro y por más que profetizamos, por más que señalamos hechos, nuestra voz se pierde en la vorágine de la actualidad, como si también Apolo hubiera escupido en nuestras bocas.

Hablar de futuros distópicos quizá no sea la mejor manera para convencer a una Cantabria en la que la distopía es el pan de cada día, así que tal vez haya llegado el momento de hablar del pasado para ver dónde estuvimos, y del presente para ver dónde estamos; tal vez así seamos capaces de ver qué es lo que nos ha traído hasta aquí.

En esta historia al revés que hemos creado, si queremos ver la utopía cántabra hemos de mirar hacia atrás y no hacia adelante. Así, observando ese nuestro pasado, nos encontramos con potentes comarcas industriales, fuerza ganadera, comercio, pesca…, una Cantabria infinita que, a partir de sus recursos, generaba una potente economía capaz de liderar rankings de todo tipo. En aquellos tiempos de bonanza, tampoco nadie hizo caso a los que pensaban en el futuro, nadie perdió un minuto en pensar en el día siguiente de la reconversión industrial, nadie pensó en el día en que la vaca dejara de dar leche, nadie creyó conveniente ordenar nuestros recursos para sacar el máximo provecho de ellos sin arrasarlos por el camino, nadie pensó en el futuro distópico de nuestra tierra, y por eso hoy vemos cómo nuestro presente se desmorona.

Que la nula planificación económica ha conseguido que el presente de nuestros jóvenes esté en otras tierras es más que evidente, pero a poco que analicemos podemos ver que la nula planificación territorial también tiene buena culpa de nuestros males. Ordenar el territorio significa planificar como sociedad qué modelo de desarrollo queremos, así como establecer nuestras prioridades poniendo unas reglas que permitan nuestro progreso sin poner en riesgo nuestros recursos. En fin: ordenar el territorio es algo tan simple y tan complejo como fijar objetivos y tratar de llegar a ellos de forma sostenible.

Durante estos últimos veinte años, muchas personas hemos sido el tábano socrático que día a día recordaba la necesidad imperiosa de ordenar el territorio

La ordenación del territorio es una competencia recogida en nuestro estatuto. La tan mentada Ley del Suelo recoge la obligación del gobierno de ordenar nuestro territorio, pero por más que el plazo para hacerlo lleve vencido más de veinte (20) años, ningún presidente ha querido sacar adelante una ley de ordenación. A falta de ideas de futuro, los gobiernos de Cantabria, desde Hormaechea hasta Buruaga, han basado sus propuestas en el presentismo. Las reglas del juego nunca se han establecido, o lo que es peor: sí se han puesto, pero quien las puso no lo hizo pensando en la mayoría social sino en la minoría caciquil. Nunca se han establecido prioridades y así, por ejemplo, mientras seguimos suspirando por el AVE, las Cercanías se nos caen a pedazos.

Los incendios que asolan nuestros montes en invierno, las cada vez más frecuentes inundaciones, la amenaza de los polígonos eólicos, la del fracking, la gentrificación de nuestra capital y la de muchos de nuestros pueblos, nuestra pésima movilidad…, son productos de la inexistencia de la más mínima ordenación territorial.

Durante estos últimos veinte años, muchas personas hemos sido el tábano socrático que día a día recordaba la necesidad imperiosa de ordenar el territorio, muchas Casandras avisamos durante años del deterioro de nuestra tierra por culpa de la nula planificación…, muchas que hoy callamos, porque nos aterra la posibilidad de que ordene el territorio el mismo gobierno que plantea subir 195.000 turistas al Castro Valnera.

La ley de ordenación del territorio posiblemente sea la ley más importante que se plantee en Cantabria en los próximos 10 años, porque es la base de nuestro futuro. No permitamos que se haga a la medida de quien nos trajo hasta este presente.

La ordenación territorial y nuestro presente distópico
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