El paradigma del progresismo ha mutado: es un juego de palabras, una marca, una cuestión de fe democrática, una milonga de baile suave con la ‘claque’ y esguinces abruptos para el capital.
Nadie comprende a Quim fuera de su reducido mundo indepe. Pero, ¿por qué habrían de entenderle? Cobra, vive, influye y deglute comida y sueños ajenos como presidente que nadie eligió.