jueves. 25.04.2024

La luz

Alguna vez he intentado entender una factura de la luz, y lo he tenido que dejar por imposible.

Dicen que la reina de Inglaterra se pasea por las noches por palacio apagando las luces de las salas que están vacías. También dicen que lo hace porque es un poco rácana, y el derroche crematístico le saca de quicio. A ella, que es una de las mayores fortunas del mundo. En España nos hemos tenido que convertir en reinas de Inglaterra de un día para otro, pero no por habernos hecho ricos de repente, ni por haber heredado una corona. La mayoría seguimos siendo pobres como ratas, y no nos toca ni la corona del rosco de Reyes. No. La culpa la ha tenido el precio de la electricidad. Mejor dicho, la sinvergonzonería de los gestores eléctricos, que en plena ola de frío del invierno han decidido llevárselo ellos caliente. Otra vez. Y todo, como siempre, con la connivencia del gobierno, que entre excusas disfrazadas de técnica y simpleces bufas sobre meteorología, han dado alas para el atraco a vatio armado.

Alguna vez he intentado entender una factura de la luz, y lo he tenido que dejar por imposible. Está llena de enrevesados conceptos con fórmulas, porcentajes y tarifas varias que no hay un Dios que alcance a comprender. Tampoco conozco a nadie que me la haya sabido explicar, más allá de que la parte que se refiere a la energía realmente consumida resulta el menor de los importes. O sea, y esto es lo más obvio, que en la complejidad están la trampa y el robo (presunto). Y que pagamos cosas que no gastamos, que son las que engordan el total y nos arruinan poco a poco. Las compañías eléctricas tienen en el desconocimiento inducido de los usuarios el filón de su enriquecimiento. Son los modernos trileros, que enredando con los términos nos levantan la cartera, a la vista además de esos organismos reguladores inventados para defender nuestros intereses, que carraspean cuando se les pregunta.

Pagamos cosas que no gastamos, que son las que engordan el total y nos arruinan poco a poco

Cuando no es por pitos es por flautas, pero el coste de la energía y la factura eléctrica -que no son lo mismo aunque nos digan que lo parecen- son la serpiente recurrente del verano, del otoño, de la primavera y del invierno. Con una constante: cada vez pagamos más sin que nadie nos cuente de verdad y sin excusas por qué. Cuando lo han hecho -el ministro de Energía o el presidente Rajoy hace unos días- nos han tomado por los tontos del pueblo, oscureciendo realidades, manipulando conceptos, haciéndole el caldo gordo a las empresas, dejando a la ciudadanía a los pies de los caballos de recibos exagerados y cantidades de facturación imposibles. La electricidad está siendo al mismo tiempo la ruina de muchas familias y la saca de los cuatro desalmados que se están haciendo de oro con ella. Sin miramientos, y con igual desparpajo para inflar su precio que para cortar el suministro a quienes no pueden pagarla.

Porque esa es otra. Mientras las empresas agarran con una mano todos los euros que pueden con trampas del lenguaje y mentiras técnicas, con la otra manejan los alicates que cortan la normalidad de muchas familias que no llegan a fin de mes. No hay piedad para quien no paga, ni desvergüenza para manipular costes. Al albur del viento, de la lluvia y de lo que hacen los franceses con sus fuentes de generación de energía, las eléctricas han encontrado el filón para reventarnos la cartera. Y para dejar a la gente de bien dependiendo de velas, calentadores de gas, mantas y mucha imaginación para vivir haciendo magia y que los contadores de la luz no les desboquen el exiguo presupuesto doméstico.

No hay piedad para quien no paga, ni desvergüenza para manipular costes

Aprovecharse de la necesidad siempre ha sido la seña de identidad de los miserables. Con la energía, los canallas que dirigen las empresas eléctricas han encontrado el filón para la explotación económica de la ciudadanía. Sin medias tintas, a pecho descubierto, con el cinismo de los desalmados. Ayudados por la administración y los políticos, que miran para otro lado cuando no nos manipulan con insolventes explicaciones mientras colocan sus sobranzas en sus consejos de administración a 200.000 euros anuales. Aún estoy esperando que la misma intensidad emocional y dialéctica que emplean unos y otros para ponerse verdes por tonterías en ese teatrillo que es el Parlamento la usen para forzar un cambio que no desangre nuestras cuentas bancarias cada vez que llega el recibo de la luz. Soy escéptico, porque cuando hay dinero en juego, siempre pierden los pobres. Nosotros.

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