sábado. 20.04.2024

Cambiar todo para cambiar (o seguir perdiendo)

Con la excusa de las coyunturas, los ciclos y su santísima madre, los empleados mantenemos nuestros contratos siempre de milagro.

En el enero pasado, Jonathan debió regresar a un puesto de trabajo en Starbucks. Había agotado una excedencia de 2 años, durante la que se cambió de domicilio. Después de mucho remolonear, y solo tras insistir, la empresa lo reincorporó a 600 kilómetros de su casa. Starbucks no atendió ni a la realidad ni a las explicaciones ni a las quejas. Y, además, con la misma lo despidió por incomparecencia, notificándole el despido, con recochineo, en su nueva residencia. Los del café con leche a 4,50 y las pajitas de cartón se fumaron un puro con los derechos laborales de Jonathan, haciéndole una envolvente de trilero de feria. Y si un juez no lo remedia, la tropelía va a salirles gratis.

En España, que somos todo pasión latina de palmas y baile incluso cuando nos dan por el saco, esto de que las empresas que nos tienen contratados nos pasen por encima como si nada está al cabo de la calle. Con la excusa de las coyunturas, los ciclos y su santísima madre, los empleados mantenemos nuestros contratos siempre de milagro, pendientes del frágil hilo de las cuentas de resultados, que cuando salen en rojo nos perjudican, y cuando no, también. La patronal, ese oscuro y siniestro concepto que define a los que tienen la sartén laboral por el mango, usa nuestro futuro para afianzar el suyo, y cuando no les conviene la fórmula, nos vacían en el cubo de los posos, como ha hecho Starbucks a Jonathan y su derecho al reingreso.

Cada gobierno de cada ideología arrastra promesas para cambiar estas cosas laborales, y lo intenta

La ley suele acabar estando de su lado, aunque parezca hecha para defender el nuestro. Y si no lo está, la propia norma tiene recovecos y grietas suficientes como para que saquen más provecho ellos de ella que nosotros. También porque se mueven mejor en pozos y alcantarillas. A la hora de exprimir derechos hasta que se quedan en pulpa amarga, los empresarios se la pintan calva, con ley o contra ella. Saben que recurrir un despido, o la injusticia de una reincorporación imposible tras una excedencia, es un camino tortuoso que pocos se ven con fuerzas de recorrer. Y si lo hacen, lo es a la suerte de la triste aventura de incierto resultado de que quien tiene la última palabra muestre sensibilidad suficiente como para decidir con verdadera justicia.

Demasiadas veces, con todo el respeto a las togas, gana la empresa, que maneja mejor los hilos y tiene más pasta, que lo puede todo. Cada gobierno de cada ideología arrastra promesas para cambiar estas cosas laborales, y lo intenta. Unos, la derecha propietaria, refuerzan la posición de las empresas, que para eso les pagan campañas y les colocan cuando se jubilan de lo público. Otros, la izquierda acomplejada, intentan salvar obstáculos para los trabajadores, atendiendo recreaciones ideales de los sindicatos pero sin romper mucha loza en la operación. Sin embargo, entre todos nunca consiguen lo necesario, que no es otra cosa que equilibrar la balanza entre derechos y obligaciones de las dos partes con elevadas miras sociales y protegiendo al más débil. Y cambiando todo de golpe, como un todo que es, y no poniendo parches de circunstancia para templar calenturas. La reforma laboral debe ser global para instaurar otro paradigma, en el que sean los trabajadores los que salgan mejor parados y se castigue con dureza, y no con pellizcos de monja, la perversión del sistema al que le somete el empresario.

La reforma laboral debe ser global para instaurar otro paradigma, en el que sean los trabajadores los que salgan mejor parado

Starbucks ha despedido a Jonathan aprovechando las lagunas de la ley, sus bemoles y su poderío sin cuestionar. Nadie hasta ahora, en su afán reformador, se ha percatado de que la excedencia está insuficientemente regulada y sin pautas que aseguren la justa reincorporación de los trabajadores cuando las agotan. Quizá porque la figura no luce lo suficiente en programas electorales y plataformas reivindicativas.

Quizá porque ninguna empresa se ha llevado un rejonazo cuando la ha pervertido en su beneficio, como han hecho los del frappuccino a precio de caviar. O quizá porque aquí somos más de corregir en poco sin hacerlo del todo. Y todo es igual de importante, lo grande y lo pequeño. Los derechos no entienden de tamaño ni extensión.

Cambiar todo para cambiar (o seguir perdiendo)
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