miércoles. 24.04.2024

Reformemos una Cantabria impagable

Reformemos nuestra estructura para que no nos haga perder tanto todos los días, y ése será el único modo de mantener abierta Cantabria, o si no, acabaremos arrastrados por su obligado cierre.

Todas las mañanas, cuando Cantabria levanta su persiana, se puede escuchar un estruendo. Es el que producen las monedas que caen, rebotando en las estrechas paredes metálicas de la tubería que desemboca en un amplio pozo.

Ese pozo no está en calma, y las monedas que se van amontonando en un equilibrio siempre inestable, de vez en cuando se desploman con estrépito, lo cual, con todo, no es el mayor problema. Lo peor son las continuas ampliaciones que hemos tenido que hacer, horadando sus paredes para ir haciendo sitio a lo que vaya cayendo.

Ese pozo que vamos ampliando es nuestra deuda, que va secando las raíces del arbolado que está encima.

No podemos alegar en nuestra defensa que esa deuda la creamos día a día porque estamos acometiendo inversiones productivas que van a servir para crearnos un esplendoroso futuro. Tampoco se puede explicar porque hemos decidido que los cada día más numerosos parados de larga duración y ciudadanos sin posibilidades de alimentar a sus familias, han de percibir una prestación parecida a la que reciben los vascos que estén en la misma situación. De hecho, a los nuestros, les hemos congelado, desde el año 2010, el importe de lo que les damos, como si no hubiera subido desde entonces la luz, el pan, y nuestra vergüenza.

Esa deuda la regamos diariamente, porque nos empeñamos en hacer intocable una estructura con la que ya no podemos, pero a la que parecemos adorar, cual tótem, hasta el punto del sacrificio por dejarla incólume, aunque quede sola en pie, rodeada de un empobrecido páramo humano.

Reformemos nuestra estructura para que no nos haga perder tanto todos los días, y ése será el único modo de mantener abierta Cantabria, o si no, acabaremos arrastrados por su obligado cierre.

En la época del antepenúltimo Presidente, que en un salto en el tiempo es el actual, triplicamos nuestra deuda, y quedó en 1.273 millones. Luego vino el Gobierno del penúltimo, que era el de la austeridad oficial, y la duplicó con exactitud matemática, dejándola a 30 de Junio en 2.547 millones, y hoy con el último Presidente, seguimos aumentando la cuenta día a día.

Y debemos tanto y tanto sólo por mantener en pie nuestra casa. Ni la pintamos, ni la mejoramos, ni la cambiamos la fachada. Sólo nos esforzamos en mantenerla abierta. ¿Seguiremos adorando al tótem hasta que nos arrastre a todos en su caída?.

No debemos hacerlo, no. Sus paredes no son sagradas, y si hacemos cambios en ellas el cielo no se desplomará sobre nuestras cabezas.

Reformemos su estructura, para hacerla más liviana y llevadera. No tengamos una Cantabria Impagable, sino una que podamos sostener sin intenso sacrificio.

Tirar algún tabique, abrir algún hueco para nuevas ventanas, se puede hacer por la vía de devolver a su sitio aquello que no debimos asumir, y que es tan grande para los pocos que somos, que se nos atraviesa en nuestra billetera.

Empecemos por devolver la Sanidad, también la Educación, y de paso, la Justicia.  No nos atragantemos más.

Hasta el año 2002 no las teníamos, eran del Estado, y Cantabria existía como autonomía y sus ciudadanos éramos curados, educados, y hasta juzgados igual que ahora.

Quitado el plomo de nuestras alas, tendremos la posibilidad de concentrar nuestros recursos y energías en construir un futuro para nuestra región y para la siguiente generación, a la que, si nos empeñamos en no cambiar, la dejaremos a cargo del pago de nuestra irresponsable deuda.

Y se acordarán de nosotros, pero no por el lado del cariño, sino por el del reproche.

Reformemos una Cantabria impagable
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