jueves. 25.04.2024

Fachirojos, bolchibeatos, rojipijos y monjiprogres: por qué la izquierda no despega

Si a un extraterrestre le hablasen de izquierdas y derechas, elegiría sin duda las primeras por sus ideales de justicia y generosidad social. Sin embargo la izquierda está en crisis ¿Por qué está tan desacreditada?

¿Alguien lo entiende? La derecha, una visión política basada en favorecer los intereses de unos pocos, tiene en los países democráticos tanto o más apoyo que la izquierda, con su ideal por mejorar las condiciones de la mayoría.

¿Será porque sonroja mucho más ver en alguien que se proclama altruista los mismos defectos de quienes no ocultan su egoísmo? Sin duda que sí.

Los monjiprogres recurren al corazón, pero olvidándose de la cabeza. Un buenismo de catequesis les lleva a tratar de imponer

A veces olvidamos que, independientemente de nuestras ideas, todos estamos hechos de una pasta semejante, si no de la misma. No hay institución o gobierno que no esté construida con nuestras generosidades y egoísmos, nuestra compasión y nuestra crueldad humanas. Tanto en la izquierda como en la derecha, en las ONG, en la Iglesia, en los clubes deportivos y hasta en las comunidades de vecinos.

Muy pocos resisten la oportunidad que da el poder para dar salida a sus egoísmos y debilidades. Y el cansancio ante tanto abuso y exhibición de miseria humana que nos llueve desde toda clase de cargos, acaba por saturarnos. Afecta a todos, pero especialmente a quienes tienen mayor sensibilidad ética, un colectivo que tiende hacia la izquierda.

Frente a tanta impudicia, muchos se desaniman o recurren al refugio de avestruz de las cómodas verdades simples. Otros, buscan su camino. Y así, los bolchibeatos se aferran a verdades incorruptibles, esencias de pureza política por cuya posesión se pelean, fragmentándose en sectas cada vez más paranoicas mientras ofrecen un espectáculo que a ojos de los demás empeora el problema que pretendían resolver.

Los rojipijos, por su parte, nos encandilan con sus fáciles y llanas maneras y sus discursos de igualdad y justicia social

Para arreglar los males del mundo, los monjiprogres recurren al corazón, pero olvidándose de la cabeza. Un buenismo de catequesis les lleva a tratar de imponer, por el bien de aquellos descarriados que no opinan igual, sus angelicales sueños de justicia. Se pirran por la identificación y denuncia de agentes reaccionarios, llevan la discriminación positiva hasta el abuso o deliran en su intento de erradicar el machismo alterando el lenguaje cotidiano. Más les valdría centrarse en soluciones realistas, y recordar que el mundo solo se mejora a mínimos pasos cuyo éxito se mide por su duración en el tiempo. Una solidez que se asegura –y ahí está calidad de un trabajo político– atrayendo al consenso a diferentes sensibilidades, mejor cuanto más sean y más alejadas estén. Unir es mucho más inteligente que dividir.

Los depredadores de este zoo, su fauna más peligrosa son, sin duda los fachirojos, trepas disfrazados de tolerantes demócratas, que se van adueñando de las organizaciones en las que se integran hasta convertirlas en la expresión de su oculto autoritarismo. Una especie invasora, muy extendida bajo diferentes denominaciones, por todo el arco parlamentario y en cualquier organización. Quién no los ha sufrido alguna vez.

Los rojipijos, por su parte, nos encandilan con sus fáciles y llanas maneras y sus discursos de igualdad y justicia social, mientras por detrás favorecen intereses personales y compiten por  su posición entre la élite a la que calladamente creen pertenecer.

Así que el edificio de la izquierda está, como el infierno, empedrado de falsas buenas intenciones. Pero es en la izquierda, que presume y debe presumir de generosidad e ideales, donde la corrupción, el autoritarismo o la hipocresía resultan más bochornosos. Lacras que solo la autocrítica, que es también la mejor –y menos utilizada–  herramienta para eludir el fracaso, puede controlar.

Y es que la grandeza de esa presunción de generosidad e ideales que define a la izquierda se convierte en el más fácil de los blancos para las acusaciones –justas o no– de sus oponentes. Hay que ser ferozmente honestos. Y hay que hilar muy, muy fino.

Porque ya decían los romanos –y por favor que ningún monjiprogre me acuse de defender el patriarcado, esto solo es una metáfora– que no basta con que la mujer del César sea honorable. Además tiene que parecerlo. Y viceversa.

Fachirojos, bolchibeatos, rojipijos y monjiprogres: por qué la izquierda no despega
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