jueves. 28.03.2024

Vivir la actualidad sin incurrir (muy difícil) en el derrotismo

Resulta fácil pedir optimismo, mientras no se deja de tensar la cuerda política, bélica, económica y social (energía, alimentos, trabajo). Los seres humanos somos tan vehementes como ingenuos a la hora de no perder la ilusión de que todo irá a mejor. Estamos hechos de esta rara pasta.  “Vendrán tiempos mejores”, nos decimos. Cómo se logran es un enigma, con una guerra en Europa, escasez en aumento, los precios por las nubes, las hipotecas al alza y un desencuentro interior y exterior de los países y sus Gobiernos. ¡Un misterio, oiga! ¡Fiesta!, y sigamos dando la espalda al derrotismo.

La propaganda del poder y los potentes altavoces que somos los medios de comunicación, en especial la televisión, nos han acostumbrado a instalarnos en la felicidad y óptimo porvenir, tras las doce campanadas, en cada 31 de diciembre, instantes antes de la entrada en un nuevo año. Por nuestra parte, concentramos la mente en la sola idea de que nos salga todo bien en los doce meses siguientes, y lo sellamos tomando las uvas o brindando con una copa de cava. Al final de este 2022, lo volveremos a hacer: cientos de wasaps con los mejores deseos, dentro de los cuales no hay sitio para el desaliento. Yo también lo llevaré a cabo, aunque mucho me temo que, una vez más en la historia universal, el destino que está aún por escribir no está en nuestras manos, si no actuamos a tiempo.

Hablando de historia, al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, la primera frase que pronunció Winston Churchill fue aquella de “No tengo nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Al terminar la contienda en Europa, un 7 de mayo de 1945, al premier británico se le adjudica otra gran reflexión: “Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”. Aprecien el sentido de la frase con los tres nombres que vienen a continuación.

Biden (EE.UU.) nació en 1942, Putin (Rusia) en 1952, y Xi Jimping (China) en 1953. De sobra saben lo que es una posguerra estos tres hombres que dirigen el mundo en bloques de poder político y económico. Ninguno ha aprendido nada de lo que les tocó ver y vivir en su niñez. Su soberbia, de malos dirigentes, les tiene cegados. Anhelan despóticamente el control; mandar sobre los demás países y ciudadanos, manejar un destino en paz o en guerra, con buena o mala economía. Huelga mentar que estos mandatarios se detestan entre sí, y, los demás, en medio. Todo esto no es ninguna película de Steven Spielberg. Es el relato actual de la política internacional, mientras el resto nos inclinamos por vivir con normalidad o verlo muy negro, con pesimismo y derrotismo, pero sin mover un dedo al respecto. ¡Dejamos hacer

“Winston Churchill: Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”

A mi manera de ver, Dickens (Oliver Twist) fue bastante ingenuo cuando escribió que cada fracaso nos enseña algo que necesitábamos saber. Ni se aprende de las guerras, ni de las crisis económicas, ni del hambre, ni de la muerte anual en África de millones de niños esqueléticos, ni de pandemias, ni de nada. La esencia del ser humano está basada en la ambición, el enfrentamiento, y no tener memoria hacia lo que nunca más se debería de repetir, principalmente la guerra. Hasta esta línea, reconozco que todo o casi todo, ha sido negativo, es decir, derrotista. La verdad hoy no gusta ser leída o escuchada, pero se impone en las peores formas conocidas, que podemos resumir en unos tiempos en que la depresión económica y social avanza a pasos agigantados, mientras cada uno vive su particular vida, que todo el derecho tiene a hacerlo, aunque el engaño oficial sobre lo que realmente nos depara el porvenir sea cada día más evidente.

Pues sí. Vivimos ajenos a los inquietantes titulares que cada día se publican en los medios, sobre lo que suceda en algún punto concreto del planeta, aunque por supuesto la actualidad mira de lleno a Ucrania, lo que se cuece en el interior de Rusia, y cuál será la próxima maniobra del miserable Putin. Se hable de lo que se hable, incluso del botón nuclear, de un invierno sin gas o de la falta de alimentos en las casas, estamos a lo nuestro, que es el mismo actuar de antes del Covid, que, sinceramente, ya creo que nos ha dejado como principal secuela no sentir ni padecer ante nada. A lo mejor es lo que se pretendía realmente al esparcir el virus.

Llegaremos a las Navidades con escasez de muchos productos, sin poder incluso permitirnos comprar algunos, pero seguiremos adelante. Estamos también hechos para creer, ser esperanzados, a soñar, a ilusionarnos, a pensar que cambiaremos, a darnos una nueva oportunidad, aunque nos mientan por sistema, a zanjar, en definitiva, que vamos a superar en el futuro todos los obstáculos y chinitas en el camino que la vida nos pone. No importa nada de lo que he dicho atrás, porque yo también me apunto a que somos lo que somos y, en todo caso, hay que actuar siempre en favor de los que vienen detrás y tienen todo el derecho a un porvenir, como antes sus padres y abuelos. Dicho lo cual, hay que dejar claras algunas cuestiones fundamentales.

“Estamos a lo nuestro, que es el mismo hacer de antes del Covid, que ya creo nos ha dejado como principal secuela no sentir ni padecer ante nada”

Parar a Putin ya no tiene escusa, regresar a la paz es imperioso, el poder, en cualquiera de sus formas, tiene que dar un giro completo y hacerse eco de verdad de lo que quieren y necesitan los ciudadanos. La ambición ya no debe superar los límites de lo que supone vivir en concordia. Tenemos montones de gravísimos problemas. Demos un nuevo contenido a la ONU y demás organismos internacionales en los que se agrupan los países. Seamos optimistas, ¡bien!,   pero con el acuerdo por delante de que las cosas no pueden ser como ahora, donde no se deja de tensar la cuerda, y se va a romper en un determinado momento, para angustia general. La fórmula es conocida, ya la planteó Churchill: hay que volver a sentarse y escucharse, unos a otros.

Vivir la actualidad sin incurrir (muy difícil) en el derrotismo
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