miércoles. 24.04.2024

Poco o nada de países grandes

No es porque el concepto sea del mismísimo Aristóteles, pero es verdad que los actos de justicia, los actos de templanza y los actos de valentía, son los que proporcionan de verdad la excelencia moral. En esto se acaba de reunir nuevamente el llamado G20 de los países ricos, que lo controlan todo en el mundo. Que manden tanto no es sinónimo de la grandeza que predican, porque sigue igual de mal lo de Siria, lo del cambio climático y  lo de África y sus eternas penurias. 

Wall Street es quien decide si un país es grande, mediano, pequeño o nada, como Burundi. En qué consiste la grandeza siempre ha estado en el debate filosófico de la vida misma, pero no las tengo todas conmigo que hayamos resuelto aún este galimatías de cómo alcanzar la excelencia al mismo tiempo que discurren nuestros días sobre la tierra. No cabe discusión sobre que Einstein solo hay uno, pero generación tras generación vive al margen de algo que dejó dicho para uso de todos: “Las posesiones, el éxito externo, la publicidad, el lujo, han sido siempre para mi despreciables. Creo que una manera de vivir simple y sin pretensiones es mejor para todo el mundo, mejor para la mente y el cuerpo”. Lo que es realmente importante tiene muchas respuestas, según a quien le hagas la pregunta. Y es que también lleva razón Mark Zucherberg, dueño de Fabebook, cuando asevera que “la pregunta no es ¿qué queremos saber de la gente?, sino ¿qué quieren saber las personas de ellas mismas?”.

El G20 se reúne regularmente y su orden del día es siempre el mismo, dar ordenes al resto del mundo

Como el rumbo de los países está dirigido por personas instaladas dentro de gobiernos, multinacionales y todo tipo de grupos sociales, con las naciones ocurre un tanto de lo que hablamos, porque su presente y futuro está en manos del destino que nos demos los seres humanos. El grupo de los países más industrializados y emergentes se han otorgado la denominación de G20. Se citan con regularidad sus jefes de Estado o gobierno, los gobernadores de sus bancos centrales y ministros de finanzas. Su orden del día es casi siempre el mismo: dar órdenes al resto del mundo. Para ser tan tajante me baso en el resumen de las crónicas que cuentan lo último hablado y decidido por el G20 en la ciudad alemana de Hamburgo, y que vienen a escribir que los países que conforman este selecto grupo (no lo es en realidad) son los llamados a decidir el rumbo del planeta.

Tampoco hay solución para los refugiados, Siria y alambradas que se levantan a lo largo y ancho de Europa

Mientras se sacan las fotos protocolarias y mediáticas de rigor, antes de sentarse a la mesa para hablar de verdad de todos los problemas acumulados, como el cambio climático, salta la noticia de que uno de los mayores icebergs de la Antártida, tan grande como diez veces la ciudad de Madrid, está a punto de romperse del todo. Donald Trump, como presidente de Estados Unidos, es uno de los anfitriones del G20. Niega el cambio climático; niega gastar fondos para esta causa, y niega las aportaciones de los ricos al desarrollo de los pobres. Su política es la imposición y espera la obediencia sumisa del resto, como su vecino México, al que quiere levantar un muro de separación y que lo paguen como castigo los mexicanos. Como lo habíamos asumido en el siglo XX, ¿son hoy, ahora, Estados Unidos, Inglaterra, Rusia o la misma Unión Europea las grandes potencias de referencia? Opino que este traje ya les queda grande porque alejarse de la política de apoyo mutuo entre los pueblos es tanto como negar la máxima de Voltaire de que el que tiene miedo a la pobreza, no es digno de ser rico. Pues esto mismo les pasa a estos países y sus cerrazones con las guerras, la búsqueda de un rearme sin límites, además de provocar la ruptura de los viejos pero leales lazos que estrechan los continentes del mundo mediante una sociedad de naciones unidas. Los nuevos líderes, no todos, ya no creen en estos conceptos, y se pone de manifiesto en cada nuevo encuentro que tienen para resolver problemas, una y otra vez aplazados, como es el caso del cambio climático o sacar a África de la encrucijada de pobreza y necesidad en que vive permanentemente. Tampoco hay solución para los refugiados, y una vez más caemos en la tentación de hablar durante un mes de Siria, de pateras y alambradas que se levantan a lo largo y ancho de Europa, de los niños que mueren ahogados a la orilla de una playa, para luego meter todo esto en un saco que abandonar en el más cruel de los olvidos. Huelga decir que desde los medios de comunicación hacemos el juego a los G5, los G10 o los G20. Porque la grandeza auténtica está en la consecución de los valores que podemos resumir en la honestidad, la búsqueda de la paz permanente, la tolerancia entre las culturas, y, la más importante si cabe, la generosidad que aparece y desaparece según vengan los tiempos y sean los gobernantes. Poco o nada de países grandes tienen los que adolecen de esta forma de entender las relaciones internacionales, dejando fuera del orden del día del G20 la consecución de la justicia global mediante la necesaria y desinteresada cooperación al desarrollo de los más pobres.

Poco o nada de países grandes
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