viernes. 29.03.2024

La Organización Mundial de la Salud debe ser la primera en vacunarse

Habemus vacuna. O, al menos, nos lo aseguran. Me gusta pensar que la humanidad tiene remedio. Evidentemente, soy un  ingenuo, que es como más feliz se vive. Sin embargo, esta nueva oportunidad que se nos ofrece debiera provocar cambios radicales, como terminar con el exterminio de la naturaleza, y reconocer la evidencia de que el mundo no goza de buena salud como decía la OMS, tan desacreditada, incluido en el momento actual en que poderosas farmacéuticas anuncian que tienen antídoto.

La gestión de la pandemia por el virus Covid-19 ha estado teñida en todo el mundo de despropósitos, uno tras otro, y al frente de la gran mayoría de ellos estaba la OMS, la Organización Mundial de la Salud, organismo dependiente de la ONU. Desde el confinamiento en España y otros países, la sigla OMS, nos retumba en los oídos por lo que ha dicho, no ha hecho, por dudar en las recomendaciones, y también por sus numerosos errores, que incitan a preguntarse: ¿Dónde están los científicos?

La OMS tiene hasta su propia bandera: un mapa del mundo sobre fondo azul claro, que preside una vara con serpiente enroscada a la misma. Aciertan si piensan que es el símbolo de la profesión médica. En la constitución de este mastodonte burocrático sanitario, se alude a su especialización en gestionar políticas de prevención, promoción e intervención a nivel mundial en la salud. Por cierto, definen la salud “como un estado completo de bienestar físico, mental y social”. Hasta que llegó el Coronavirus en 2020, y se fue todo al garete. 

“A punto de entrar en el mes 12, ese en el que brindamos porque lo que venga sea próspero, tenemos en el mundo 1,34 millones de muertos”

A punto de entrar en el mes 12 del año, ese en el que decimos adiós a un tiempo ya pasado y nos tomamos las uvas o brindamos porque lo que venga sea próspero en general, tenemos en el mundo más de 55 millones de contagios y 1,34 millones de muertos. Las cifras de España, en cuanto a positivos, es de 1,54 millones, y en cuanto a fallecidos, 42.291, cifra esta última del Gobierno, cuestionada desde hace tiempo por muchos medios de comunicación que hacen sus propios cálculos, y que por supuesto superan ampliamente los datos gubernamentales (El País lo titulaba así el 17 de septiembre de 2020: “Una crisis con 50.000 muertos. Los registros civiles han observado un 25% más de fallecimientos de lo normal”).

El actual es un nuevo periodo negro del Covid-19, pese a lo cual, de repente, abundan los anuncios de vacunas efectivas por parte de grandes multinacionales farmacéuticas, como Pfizer o Moderna, que lo presentan a bombo y platillo. No es para menos. Dicen que estarán inyectadas en los pacientes en los primeros meses de 2021. Un hallazgo tan importante no ha sido difundido por la Organización Mundial de la Salud, sino a través de campañas publicitarias de las propias compañías, que aseguran tener ya en sus neveras el remedio a la expansión del coronavirus. La pregunta se repite: ¿Dónde están los científicos? Los datos son ofrecidos por Gobiernos y farmacéuticas, pero no por comités de expertos, que han sido solicitados hasta la saciedad, empezando por aquí, y la reciente petición de los Colegios de Médicos en toda España. 

Necesitamos creer en la vacuna, y que la gente no extienda ya el temor, como sucede, de ¡a ver quién es el guapo que se la pone primero! Planteo que lo hagan los ejecutivos de la OMS, que siempre tarda en dar su opinión sobre todo, y cuando no son las mascarillas, son las distancias, y cuando no los antídotos eficaces. No es de extrañar, así, las burradas de información que han circulado (aún lo hacen) por Internet. Desde remedios, a causas ocultas, intrigas, intereses, etcétera, que al final han hecho más famosas a las fake news o noticias falsas de lo que ya lo eran. Esto es una cosa, y tratar de regular la información, otra muy distinta. A todas luces, es inaceptable, porque la libertad de pensamiento y de opinión forma uno de los pilares de la Constitución Española de 1978. 

“Necesitamos creer en la vacuna, y que la gente no extienda el temor de quién se la pone primero. Planteo que lo hagan los ejecutivos de la OMS”

Evidentemente, y cuando todo esto pase, la OMS debe redefinirse de abajo a arriba. Cabría decir lo mismo de los sistemas sanitarios nacionales, y no digamos nada con la necesaria potenciación de las áreas de investigación epidemiológica. Desde el principio de la declaración de esta gravísima pandemia han faltado nombres de investigadores, y sus opiniones y valoraciones, que, todo hay que decirlo, han dejado solos en muchos momentos a los responsables gubernamentales de la enfermedad. Ha faltado diálogo y unión. Es lo que ha pasado y aún seguimos en ello. De la improvisación frente al virus, ya hemos visto como resultados los contagios de poderosos mandatarios negacionistas. Y no olvidemos, cuando a Donald Trump se le pase el cabreo de perder las elecciones, el resultado de las investigaciones sociológicas, sobre lo mucho que ha inclinado el voto hacia el lado Demócrata la parálisis de los Republicanos ante todo lo relacionado con el contagio de millones de norteamericanos, sin ayuda ni respuestas. Pero habemus vacuna. O eso creo.

La Organización Mundial de la Salud debe ser la primera en vacunarse
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