sábado. 20.04.2024

Nunca antes se habló tanto de una mascarilla

Reflexiones desde casa. Día 13

Nos sonaba más bien poquito el concepto de mascarilla. Más por verlas en televisión, acopladas a los rostros de actores y actrices que hacen de médicos en las muchas series de hospitales y urgencias, casi todas norteamericanas. Hollywood no hace otra cosa que ensalzar la eficacia total de su sistema, mientras denosta el de los demás. Al final, Sr. Trump, todos somos humanos y el coronavirus no hace distinciones, ni entre países, ni por edades, ni tampoco entre ricos y pobres. Siempre pensamos en la riqueza en forma de mansiones y veloces coches, y quién nos iba a decir que la posesión más valiosa, al menos en este trágico marzo de 2020, sería una simple mascarilla. Sí, un trozo de tela o papel que se coloca sobre la nariz y la boca, se sujeta con una goma o cinta en la cabeza, para evitar la inhalación de ciertos gases o sustancias. Las gotitas de contagio que puedan portar coronavirus están en la lista negra, un pequeño gran detalle que ha puesto tan caras las mascarillas que, sencillamente, no hay. Cuando se dé por terminada la pandemia, las mascarillas serán otro producto más de nuestra compra habitual. Lo mismo cabe prever con respeto a los geles limpiadores de manos. Al acudir a los supermercados, echaremos al carro fideos, legumbres, la leche, el chorizo, galletas y yogures, aunque añadiremos una de mascarillas y dos de gel. En la próxima pandemia, cualquier ciudadano podrá donar cientos o miles de estos productos. Ya lo decía Stephen Hawking: “Me he dado cuenta que incluso las personas que dicen que todo está predestinado, y que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino, siguen mirando a ambos lados antes de cruzar la calle”. Blanco y en botella: nos manipulan tanto al cabo de la vida (y nosotros que nos dejamos), que somos absolutamente predecibles. Es algo que introduce otra cuestión: fallos humanos. Con las mascarillas tendremos que confrontar a nuestros tertulianos preferidos de tele y radio. Cuando las tiene que haber, no las hay. Es la sociedad civil la que está echando una mano impagable por aportarlas para nuestros sanitarios y fuerzas de seguridad. El Estado hasta las expropia a quien las había almacenado a millones, vaya usted a saber el por qué, aunque el dinero no hace ascos ni a tiempos de paz ni a tiempos de guerra o penalidad. Como la famosa lista de los grandes defraudadores a Hacienda, haré por saber quiénes son estos gusanos que jamás se les ha pasado por la cabeza pensar en los demás. ¡Luego se critica la filantropía de Amancio Ortega!
 

Nunca antes se habló tanto de una mascarilla
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