sábado. 20.04.2024

Si esta era la digitalización prometida, ¡me apeo!

Como tantas cosas que se mal explican hoy en día, la digitalización no es el maná de nada. Las máquinas nos ponen fáciles muchas cosas, pero también pueden ser nefastas a la hora de suprimir servicios, trabajos, y atención personalizada, como antes nos daban los bancos y ahora ya no. Nos imponen que lo hagamos todo nosotros, por ordenador o el móvil, no dejando de dar nuestros datos para cualquier gestión. El derecho a la intimidad personal y a la protección de datos son también cuestiones que la digitalización no garantiza en absoluto.

Hace años me vendieron las bondades de la digitalización que estaba por venir. Que había que apostar por ella. Pero nadie me dijo que supondría la desaparición masiva de sucursales bancarias, de la eliminación sistemática de cajeros automáticos, del cierre de las tiendas de operadoras telefónicas, y, mucho peor, del despido masivo de miles de trabajadores o la prejubilación de otros que, por su aún joven edad, donde deben estar es trabajando y no en casa.

Como cuando apareció Internet y se insistía tanto en la alfabetización digital de la sociedad, ahora se nos quiere vender la moto de la necesidad de digitalizarnos en todo, que también se resume en hacer las gestiones frente a la Administración vía online, y que la inmersión en la economía electrónica, lo de comprarlo todo por ordenador, móvil o tablet y te lo traigan a casa, sea la predominante, mientras el comercio tradicional se hunde y cierra.

Aquel viejo debate de finales del siglo XX sobre que los robots sustituyeran a los humanos en las fábricas, se ha convertido ahora en una vida de contacto con páginas web, de correos electrónicos, adjuntar archivos en Word o PDF, hacer videollamadas y un largo etcétera, donde lo presencial, que las personas se vean cara a cara, como que ha pasado a un segundo plano. Todo esto era ya así antes de la pandemia; tras ella, se afianza esta vida impersonal e insulsa, tanto en lo laboral como a la hora de ir por la calle hablándole antes al móvil que la persona que llevas al lado.

Dentro de la absurda sociedad que hemos construido, cuando una persona madura toma camino diferente al rebaño, lo normal es que le tachen de antiguo o quejica. Francamente, a mí me la trae al pairo a la hora de criticar esta nueva forma de vivir y convivir que, no es que nos estemos dando, es que nos la están imponiendo sin que movamos un dedo al respecto, y aunque prejubilen al personal con tan solo 52 o 53 años, como están haciendo muchos bancos que custodian nuestro dinero, pero cada vez tenemos más problemas para que nos lo devuelvan cuando lo necesitamos.

Esta nueva forma de convivir nos la están imponiendo sin que movamos un dedo, aunque prejubilen con 52 o 53 años, como muchos bancos

Este tipo de sociedad, tan tecnológica, choca además con la que debatimos como necesaria. Esa que habla de la igualdad de género. Esa que trata de suprimir la brecha salarial de género. Esa que pide tolerancia en los gestos y comportamientos. Esa que razone la necesidad de ser solidarios. O esa que reivindica la educación y la cultura como las plataformas que cultiven y modelen unas personalidades adecuadas para vivir en un mundo ético, moral y con valores, como el del trabajo, la constancia y profesionalidad. ¿Qué aporta pues la digitalización a todo esto? Nada, solo frialdad.

Aunque me guste el término de nuevas tecnologías, porque ofrecen rapidez y comodidad, enoja que nunca nos dan tiempo a asumir los cambios. Gobiernos y multinacionales mueven los hilos de lo que debe primar en cada momento.  Así, el móvil es más grande o más pequeño, según la conveniencia de aumentar las ventas de estos cacharros; nos llenan de contraseñas para usar cualquier web (no sé ya cuántas tengo); y cada vez nos venden más artilugios inteligentes que meter en casa y, ¡quién sabe!, si también nos vigilan en todo lo que hablamos. De esto último, abordaré más ampliamente el tema en otra ocasión, ya que a mi juicio digitalización e intimidad chocan frontalmente en muchos momentos. Cada vez estamos más desprotegidos respecto a nuestros datos. De acuerdo, hay leyes, pero no se cumplen en la medida de quién o quiénes se la saltan a la torera, obviando que la protección de datos es un derecho, tema en el que el conjunto de la sociedad debiera ahondar, porque el asunto no está funcionando nada bien.

“Cada vez estamos más desprotegidos respecto a nuestros datos. Hay leyes, pero no se cumplen en la medida de quiénes se la saltan a la torera”

Administraciones, empresas, Internet, los cookies, las redes sociales… Manejan y mueven millones de nuestros datos, y aunque están bien las leyes aprobadas hasta ahora, hay que darle una vuelta más a todo esto, porque no veo que estemos lo suficientemente protegidos con tanto movimiento incontrolado de datos como hay. También es necesario que la Real Academia Española (RAE) revise la definición de digitalización. Con decir que es la acción de digitalizar, no es suficiente. Va mucho más allá; genera no pocos despidos laborales; y tampoco se puede forzar a que tengamos que utilizar ahora máquinas para todo, cuando hace dos primaveras todavía existían personas tras un mostrador que te atendían, saludaban, para a continuación preguntarte en qué podían ayudar. Si esta era la prometida digitalización, como que me apeo de ella.

Si esta era la digitalización prometida, ¡me apeo!
Comentarios