viernes. 19.04.2024

Cuando la libre expresión se mezcla con violencia, mal vamos

Nada justifica violencia en las calles, ni mucho menos que los ciudadanos paguen la ira de radicales que queman, arrasan y saquean todo a su paso, en protesta por la detención del rapero Pablo Hasél. Cuando sucede lo de ahora en España, sobra hacernos de menos democráticamente y, con ello, a nuestra justicia. Mal también para quienes entonan la libertad de expresión, mientras se suceden las imágenes de extremismo contra negocios, vehículos ardiendo o ataques a periódicos, demostrando así los que levantan barricadas que solo asumen su parecer y nunca el ajeno. 

Seguramente, junto a vida, amor y naturaleza, la palabra más hermosa que existe sea libertad. A lo largo de la historia han sido muchos los personajes nefastos que han retorcido y maniatado su auténtico significado, llegando incluso a identificar libertad con dictaduras, guerras y acciones violentas, como la persecución de las ideas y opiniones mediante la intimidación, la cárcel y la tortura. En un nuevo milenio, la democracia sigue siendo aún motivo de controversia, porque la manera de ejercerla difiere entre los países que cuentan con elecciones e instituciones libres y aquellos Gobiernos autoproclamados en nombre de unos ciudadanos que no votan. En el caso de España, ahora, con el Covid, mascarilla fija, toque de queda, la crisis económica, el desempleo, y que desde el propio Gobierno se cuestione la calidad democrática del país, es seguramente una novedad para mayor estudio de los politólogos.    

Hasta el griego Platón no hablaba bien de la democracia, porque le dolía que el voto de un jurado popular condenara a muerte a su amigo Sócrates, lo que vale para explicar esa actitud tan española de criticar o poner a parir algo o alguien por conveniencia, cuando no se nos da la razón o sencillamente una cosa, la que sea, nos disgusta. Entonces es antidemocrático, se comete injusticia, manipulando uno y otro concepto, democracia y justicia, que son auténticas defensas de los derechos y libertades recogidos en la Constitución, y no solo para unos pocos, ricos y poderosos, como ocurría siglos atrás. Criticar aquí también las decisiones judiciales, al tiempo que se desconoce la ley, es igualmente práctica habitual.  

“Detención de Hasél, los radicales saquean negocios. ¿Libertad de expresión atacar sedes de partidos políticos o medios de comunicación?"

Por lo tanto, y sin cuestionar lo más mínimo al bueno de Platón, bien pensó para su época eso de que la libertad es ser dueños de nuestra propia vida, aunque un mundo como el actual, tan sobrepasado de habitantes y problemas, necesita para su convivencia de un orden, unas reglas y normas (algo que los filósofos clásicos preferían llamar educación), junto a unas leyes que tratan precisamente de salvaguardar nuestros derechos individuales, y recibir amparo frente a las injusticias, las cometa quien las cometa. La entrada en prisión del rapero Pablo Hasél, entre otras cosas por injurias a la Monarquía, ha puesto a España en la picota internacional y, a nivel de casa, son cada vez más las ciudades donde se producen gravísimos disturbios en protesta por esta decisión judicial. Aunque la detención de Hasél se vincula más que nada a lo que piensa y expresa sobre miembros de la Corona, los radicales que en ciudades como Barcelona o Madrid destrozan y saquean negocios, queman vehículos de todo tipo y generan millonarios daños en el mobiliario urbano, no se paran para nada, no les interesa, en que el rapero está condenado a prisión por alabar a ETA y los GRAPO, y pedir que vuelvan a atentar. ¿Esto es la libertad de expresión?, ¿hacer apología del terrorismo?, ¿levantar barricadas?, ¿atacar sedes de partidos políticos o medios de comunicación?, ¿quemar motos que ciudadanos necesitan a diario para ir a sus trabajos?   

Quizás sea mucho pedir que Pablo Hasél y sus seguidores, identificados mayormente por la policía como separatistas y antisistema (Cataluña), conozcan lo que con toda claridad dice el artículo 20 de la Constitución Española, sobre expresar y difundir libremente pensamientos, ideas y opiniones, además de proteger expresamente la creación literaria y artística. Pero al hablar precisamente de protección, en el mismo artículo se especifica que estas libertades tienen sus límites en el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen. ¿A dónde llegaríamos si esto no fuera así? Incluso en el citado artículo de la Carta Magna se ahonda en la protección de la juventud y la infancia, con los tiempos extraños que corren para ellos (bullying, acoso en Internet…). En resumen, o nos respetamos todos, que a fin de cuentas eso conlleva la libertad de expresión, o vamos abocados al caos

“Los principios de la UE hablan de derechos humanos, igualdad y solidaridad. ¿Tan mal estamos de esto para hablar de poca calidad democrática?”

Una democracia moderna como es la española regenera periódicamente su legislación. Nada hay que objetar a que las leyes se adecuen al momento actual, máxime cuando todo cambia por una era definida como digital, de pura tecnología y redes sociales para comunicarse y también, desgraciadamente, para insultar, difamar y acosar. Pero dudo mucho que en el futuro se obvie algo tan elemental de nuestra forma de vida y convivencia como ese obligado respeto. Incluso cuando algunos incurren en el menosprecio a España con respecto a lo que tienen o dejan de tener otros socios europeos, no se dice toda la verdad. El mayor ejemplo lo encontramos en los principios esenciales de la UE, que igualmente podemos calificar como valores en torno a derechos humanos, igualdad, cooperación y solidaridad, transparencia y proximidad. ¿Tan mal estamos de todo esto para hablar de poca calidad democrática? Realmente creo que no, aunque yo soy un simple ciudadano que opina libremente. En cambio, pienso que aquellos que tienen responsabilidad dentro de las instituciones democráticas han de ser coherentes con lo supone generar debates dañinos, creando más problemas de los que ya tenemos. Lo de Pablo Hasél es un episodio más, que no terminará con su prisión, una vez que está abierto un polémico debate político, hay disturbios e incluso se cuestiona injustamente, como en Cataluña, la acción policial, con numerosos agentes del orden heridos, y una joven manifestante que ha perdido un ojo. La evidente crisis de las democracias requiere, como sucede con el periodismo, buscar verdades. Visto lo visto, se hace también imperioso mostrar las falsedades, algo que preocupaba existencialmente al mismísimo Aristóteles y, por lo que sucede actualmente, nosotros tampoco hemos solucionado qué tiene que ver la libertad de expresión con saquear y robar en negocios. 
 

Cuando la libre expresión se mezcla con violencia, mal vamos
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