viernes. 19.04.2024

No hay coronavirus que valga para los trabajadores del campo que nos alimentan

Reflexiones desde casa. Día 6

Qué razón lleva aquello que repetía tanto mi abuela Rosa, sobre que nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Esta cuarentena nos está poniendo al día con todas las santas bárbaras personales. Suele ser por Navidad cuando hacemos balance, y la cosa ha dado un giro tan tremendo y radical, que el auto chequeo de nuestros errores lo hacemos este marzo. Pues bien, uno de esos grandes fallos, especialmente en las ciudades, es no reconocer el trabajo que hacen agricultores y ganaderos, que nos proporcionan a diario los alimentos que nos llevamos a la boca. La vida se ha puesto muy cuesta arriba con el coronavirus. El contagio puede tocar a cualquiera, de no hacer caso a la recomendación esencial de quedarse en casa. Los trabajadores del campo casi nunca salen de la suya, porque no hacen otra cosa que trabajar duramente, muchas veces para sumar pérdidas con las que no pueden salir adelante. No hace mucho hubo una tractorada en Santander para recordarnos que existen, que también son ciudadanos de primera, que tienen derechos como los demás, y que mientras las urbes disponen de todo, cosa bien distinta son los pueblos de nuestra España o en este caso Cantabria. Políticamente, hoy se habla mucho de la despoblación rural, de aplicar esto y lo otro, de invertir en tal y cual solución. Señores y señoras: si han tenido toda la vida para hacerlo, hasta que un día los hijos del campo dicen ¡basta!, y marchan a buscarse la vida a otros lugares de mayor prosperidad, y sin necesidad de deslomarse.  Cualquiera haría lo mismo. Producen los alimentos, la carne y la leche, al tiempo que cuidan de los paisajes naturales que tanto nos enorgullecen.  Nos gusta jactarnos del bello país en el que nos ha tocado vivir. Pero, oiga, lo realmente importante son las personas que viven en el territorio. Lo estamos viendo con nuestros sanitarios, y los recortes de atrás, con los que nunca estuve de acuerdo. Todos los de la bata blanca son los que deberíamos haber cuidado, al igual que nuestras zonas rurales en las que viven y trabajan personas auténticas. Mediante la llegada de un morrocotudo mazazo, repescamos (no todos, porque la raza avara y egoísta siempre predominará) la gran lección de vivir con valores. El principal es la solidaridad. Con los habitantes del campo siempre se puede contar. Mientras, los demás les solemos pagar con la moneda del olvido y la indiferencia.

No hay coronavirus que valga para los trabajadores del campo que nos alimentan
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