viernes. 29.03.2024

Boicot a las ideas

Decir o hacer algo que no guste a alguien corre el riesgo de ser un reguero de críticas crueles en las redes sociales. Esto o plantear directamente el boicot a personas, empresas, productos o películas, como “La reina de España”, de Fernando Trueba. Siempre ha habido declaraciones desafortunadas, que más tarde acarrean arrepentimiento y disculpas. Ejercer la tolerancia es apostar por las excusas en vez del insulto y las amenazas que van en aumento como forma habitual de comunicarse dentro y fuera de Internet.

Cada vez hablamos más de la tolerancia como si fuera un bien escaso. En realidad el debate en torno al respeto a los demás ha estado siempre vigente a lo largo de nuestra historia. Einstein llegó a decir que es mas fácil desintegrar un átomo que un prejuicio y, siendo Gandhi mucho Gandhi, se mostraba contrariado con la palabra tolerancia, aunque reconocía que no encontraba término mejor para tratar la fe de los demás con el mismo respeto que se tiene por la propia. Claro que ellos no vivieron en la época de Internet y las redes sociales. Quizás el poeta Antonio Machado estuvo más cerca de vislumbrar lo que viviríamos hoy con Twitter al decir aquello de “que dos y dos sean necesariamente cuatro, es una opinión que muchos compartimos. Pero si alguien sinceramente piensa otra cosa, que lo diga. Aquí no nos asombramos de nada”. Y en esas estamos.

Este país está lleno de sensibilidades y parece que hay cosas de las que no se puede hablar, sin riesgo a ser maltratado

En esas estamos porque aquí lo mismo se boicotea en un momento dado a una persona, a una institución, a una marca, un producto, un cava, una cola o una película como se pretende con “La reina de España”, de Fernando Trueba. El director de cine madrileño dijo no haberse sentido español ni cinco minutos en su vida, cuando recogió el 21 de septiembre de 2015, en San Sebastián, el Premio Nacional de Cinematografía. Siempre he pensado que nuestros personajes más conocidos cometen excesos queriendo buscar titulares que impacten y llenen todos los medios, porque al decir cómo lo dicen se han puesto en contacto con ellos todos los medios de comunicación de dentro y fuera del país. Libres son, pero no hay necesidad. Este país está lleno de sensibilidades y parece que hay cosas de las que no se puede hablar, sin riesgo a ser maltratado. Estamos acostumbrados a querer compararnos con el buen ejemplo exterior que no es tal a nada que se rasca un poco en el asunto. Que si la bandera es sagrada para los norteamericanos; que si la unidad del territorio es como un religión para los franceses; o que cuando se trata de estar con Alemania se forma rápidamente un gobierno de concentración, de derechas e izquierdas juntas. ¡Ya, pero nosotros somos españoles! Pensamos lo que pensamos y tenemos lo que tenemos, incluida la intolerancia de muchos ante las ideas y opiniones de los demás. Y, a la primera de cambio, cuando sacan una nueva película, como es el caso de Trueba, ¡a por él y a boicotear la cinta!, por no haberse sentido español ni cinco minutos a lo largo de su vida. Este tipo de reacciones me parecen deplorables, por supuesto, y animo a ir al cine y ver “La reina de España”, por eso de que no hay que confundir las churras con las merinas. 

Avanza la calumnia, la mentira, amenazas y el insulto como reglas de autoridad sobre el resto de opiniones

Tenemos hasta el gorro al denominado mundo de la cultura, y no me extraña que en determinados momentos se puedan sentir perseguidos por su forma de pensar, su forma de hacer o sus opiniones. La libertad hay que explicarla menos y entenderla más. Que determinadas declaraciones gusten más o menos, no es como para llevar el combate permanente a las redes sociales. Se atenta contra la creación, contra los creadores y contra su honor, en la impunidad que acarrea decir muchas veces lo primero que nos viene a la cabeza y transcribirlo mediante un cruel tuiter. Parece como si en este país todo estuviera dividido en dos mitades: listos y tontos; guapos y feos; triunfadores y perdedores; demócratas y antidemócratas; tolerantes e intolerantes. Lo peor es que semejante forma de ser y actuar se contagia, y eso  que jamás perderé la esperanza en que las nuevas generaciones, a nada que se lo propongan, lo van a hacer mucho mejor de lo que lo hemos venido haciendo los mayores. 

Convivimos con el insulto permanente. Todo ha subido de tono, y prueba de ello es la misma llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, y como lo ha conseguido, exabrupto tras exabrupto. No ha dejado títere con cabeza y Twitter es su medio preferido para mosquear a unos y a otros, y lo que podemos esperar del próximo presidente de los Estados Unidos. Los nuevos movimientos populistas y nacionalistas en Europa no están muy alejados de las formas usadas por Trump. Si este es el ejemplo que se da en las altas esferas de la política, poco o nada se puede esperar en la base de los conflictos y polémicas diarias que surjan en torno a cualquier cuestión menuda. Antes se creía que manda quien más poder de comunicación tiene. Hoy avanza la calumnia, la mentira, amenazas y el insulto como reglas de autoridad sobre el resto de opiniones, mientras el uso y práctica de la tolerancia convence menos.

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