viernes. 29.03.2024

3 millones de parados y 120.000 puestos sin cubrir

Que estamos cada vez creando sociedades más dependientes de las ayudas oficiales, dejando un tanto de lado trabajo y esfuerzo personal, no es cosa mía, sino que es el panorama actual que apreciamos como generalizado. De tal manera, parece que hemos dejado atrás eso de las sociedades con pleno empleo, para entrar en otras de marcado carácter subvencionador, que en román paladino viene a ser lo mismo que pensar:  ¿Para qué voy a plantearme trabajar, si me lo dan todo hecho?

Estar hablando del aumento de la tasa del paro (16%), del incremento de las prestaciones sociales, de ausencia de oportunidades laborales, cuando hay demasiados sectores productivos que no encuentran trabajadores, es síntoma de una sociedad excesivamente acomodada y sin derecho a reproche alguno.  

Esta situación de falta de mano de obra se sufre muy especialmente dentro de la hostelería, pero la propagación del contagio va en aumento y preocupa también dentro de las empresas de energía, el transporte, la construcción, los servicios y no digamos en la ganadería y agricultura.

Se comprende que pueda haber actividades cuyas condiciones resultan duras de aceptar, pero es algo que no abunda en la cada vez más amplia lista de vacantes a las ofertas de trabajo que aparecen. Esto hace pensar que hay personas que pueden estar ya excesivamente habituadas a las ayudas que reciben, y lo de regresar al mercado laboral, es decir, a trabajar, ya no está entre sus prioridades de vida.

Subvenciones, ayudas, subsidios, prestaciones, bonos sociales… Es un lenguaje que ya estaba suficientemente asentado dentro de la economía capitalista, y aplicado por la gran mayoría de los Gobiernos del mundo. Lo que sucede es que la pandemia, y la grave situación económica y social derivada de ella, ha dado un nuevo giro a todas estas respuestas políticas, creando una dependencia aún mayor de lo que se percibe económicamente a través de todo tipo de protecciones, y sin trabajar. Para prueba: que haya más de 3 millones de parados, y al tiempo exista el dato de unas 120.000 ofertas de trabajo aún sin cubrir. Los expertos en la materia avanzan que hay ya muchas empresas que tienen serios problemas para ocupar estas vacantes. Vaticinan que si esto ocurre en un momento de recuperación, cuando lleguen de verdad los fondos europeos y el crecimiento se consolide, puede que el problema sea aún más grande. Muchos se pueden preguntar: ¿trabajar, para qué, si me lo dan todo hecho?

Si esto ocurre en recuperación, cuando lleguen los fondos europeos muchos se pueden preguntar: ¿trabajar, para qué, si me lo dan todo?

Como no se trata de aburrir con datos y estadísticas, lo mejor es abordar el tema desde el punto de vista de lo mucho, para mal, que está cambiando nuestra sociedad. No sabemos hacia donde nos encaminamos, y muchos parecen pensar que ni falta que hace, dado el tipo de vida tranquilo y subvencionado del que disfrutan. Pero hay mucha más gente, de la que principalmente sale el trabajo y el esfuerzo que tiene pagar todo este despropósito, que sí muestran una preocupación creciente sobre presente y futuro.  

A la hora de mirar culpables, sería fácil señalar, pero, no nos engañemos, mires donde mires del mapamundi, ocurre lo mismo a diestro y siniestro. Lo que realmente (al menos a mí) preocupa, es el déficit cada vez más grande que las diferentes sociedades muestran a la hora de trasladar una educación basada precisamente en los valores del trabajo, del esfuerzo y de la aportación individual de cada uno al conjunto de la sociedad que compartimos.

La televisión, con la mala influencia de su pila de programas basura más las redes sociales, no ayudan precisamente a mejorar la situación, al contrario, empeoran terriblemente la percepción que los jóvenes deben tener de buscarse un hueco mediante su trabajo. Si se ayuda para todo, con dinero principalmente, también es lógico que el esfuerzo individual se vea muy mermado, hasta llegar al problema actual.

No quiero confundir: estoy a favor de echar una mano en lo que se pueda, porque creo en la sociedad justa, cooperativa y solidaria, especialmente con los que más lo necesitan. Pero pasarse de frenada, al final, conlleva la situación tan dependiente y al tiempo tan injusta que podemos estar atravesando hoy en día.

Preocupa es el déficit que las sociedades muestran a la hora una educación en los valores del trabajo, el esfuerzo y la aportación individual

Si hay trabajos vacantes, en tantos y tantos sectores, la obligación de los poderes públicos y de los ciudadanos desempleados es hacer realidad el derecho al trabajo que marca la Constitución. En este sentido, que todo sean derechos y nada obligaciones, es una circunstancia que nunca ha ido bien a lo largo de nuestra historia.

Al contrario, nos ha ido mejor apostando por lo ético, por la moral, por los valores, por el trabajo, por el esfuerzo, por la superación, por la aportación y también por la solidaridad, que es donde entran las subvenciones, las ayudas, las prestaciones, pero con unos límites que son garantía precisamente del equilibrio por el que debe apostar toda sociedad que pretenda comportarse justamente. En todo esto que digo, es evidente que no tenemos buen rumbo, y de ahí la desorientación que hay en todo, que muchos ciudadanos no se explican, no entienden y, por supuesto, no comparten.

Dicho todo lo anterior, no crean que veo señal alguna de que se van a enmendar cuestiones básicas relacionadas con la educación de nuestros jóvenes, ni tampoco facilitar reglas para que quien puede trabajar lo haga, en alguno de estos miles y miles de puestos vacantes en la actualidad, que nadie ocupa, mientras hay quejas incomprensibles por tanto paro y falta de oportunidades. Pena de tanto abuso, que se resume en la popular frase de ¡ande yo caliente, y ríase la gente!
 

3 millones de parados y 120.000 puestos sin cubrir
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