sábado. 20.04.2024

2020 se puede ir, tranquilamente, a la mierda

Si algo bueno ha pasado en este año, que será conocido por siempre como el del Covid, no me viene en este momento. Pienso mejor en el recuerdo a los miles de muertos, en sus familias, y en el agradecimiento permanente a los sanitarios, lo mucho y bien que han hecho para proteger a la población del bicho. En el punto final de este 2020, mi último pensamiento será para ellos, por el alto precio que han pagado para que los demás sigamos teniendo salud.  

Necesito estrujarme demasiado el cerebro, para encontrar noticias buenas en este maldito 2020. Paso pues de pensar al respecto, antes de nada, porque no está uno para desperdiciar neuronas, y también porque no vale la pena escarbar demasiado en este año de mierda. Para lo que están haciendo muchos Gobiernos en todas partes, a la hora de meterse en berenjenales de todo tipo, antes de centrarse al ciento por ciento en el Covid, podrían declarar este 2020 como que no ha existido. 

Todos hemos cumplido un año más en estos doce meses de asco, y en la mayoría de ocasiones no lo hemos podido ni celebrar. Por lo tanto, sería mejor que no contara y siguiéramos teniendo la misma edad que al terminar 2019. ¡Como se nota que mi cumpleaños ha caído, y es hoy precisamente! No podré hacer lo que quiera, como volverá a pasarme esta Navidad, en la que dejaré de ver a muchos buenos amigos y disfrutar de su compañía en torno a una mesa, en la que echar risas rememorando anécdotas de todo tipo.

“La vida no es un juego. Semejante verdad no ha convencido para huir de experimentos, que pueden derivar en nuestra autodestrucción”

Antes de la llegada del coronavirus, la felicidad de la comunidad ciudadana se definía utilizando la conocida expresión de Estado de Bienestar. El bicho ha herido gravemente el concepto, tanto en lo mental como en lo práctico, que es disfrutar de salud, trabajo, un sueldo, techo y comida. Ni el propio Aristóteles contaba con una pandemia futura tan devastadora para el mundo, cuando pensó aquello de que “solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”. Pero semejante verdad no ha convencido nunca a la raza humana para huir de los experimentos bélicos y bacteriológicos, que, tarde o temprano, solo pueden derivar en nuestra autodestrucción.

Consecuencia de una insaciable avaricia, falta de moral, ética y valores, en 2020 llegó el coronavirus para matar a miles de ciudadanos, contagiar a muchos más, y devastar un sistema sanitario que era lo mejor de ese estado de bienestar. ¡Gracias una vez más, sanitarios! Al tiempo que ocurría todo esto (y en ello seguimos), la unidad exterior y también interior abandonaba a las naciones y sus pobladores, ya que tampoco se estaba preparado para vivir con mascarilla, distancia social, estados de alarma o toques de queda. Los diferentes Gobiernos y gobernantes han afrontado esta crisis, antes desconocida, como mejor han podido. Sería este un tema para abordar más ampliamente, pero baste adelantar que el malestar y la desconfianza crecen en la medida de que se hacen anuncios sobre el Covid-19 que luego no se cumplen.

Los dos semestres de este maldito año los hemos pasado entre olas, la primera y la segunda por coronavirus. No sabemos realmente lo que nos depara, a corto plazo, el futuro. Se platean dudas sobre cómo viviremos, y si se dará un cambio radical en costumbres sociales, porque la distancia de dos metros entre personas marque el quehacer diario en el trabajo, en la calle y en nuestras compras cotidianas. Por cierto, sin esperarlo, estamos inmersos en un cambio digital total, lo que implica que nos traen más la compra a casa en vez de hacerlo nosotros en los pequeños, medianos y hasta grandes superficies. Nadie se libra de esta nueva economía, que acarreará un desempleo nunca antes conocido, acabando con el gran desarrollo que tuvo el mundo en la última parte del siglo XX. 

“Consecuencia de una insaciable avaricia, falta de moral, ética y valores, en 2020 llegó el coronavirus para matar a miles de ciudadanos”

A groso modo y por lo expuesto, así esperamos al 2021. Nada impide apelar a la esperanza, siempre y cuando sepamos reconstruir un mundo a mejor, presidido por la idea de hacerlo más justo y equitativo, y regresando, esta vez de verdad, a las premisas de frenar el calentamiento global, cumplir los objetivos del milenio, sobre todo con el hambre, o erradicar las enfermedades que no padecen los pueblos ricos pero sí los pobres.  Acabar con una pandemia como la del coronavirus genera montañas de mensajes, lo que ha traído a nuestras vidas un aumento vertiginoso de de  las noticias falsas, que nos hacen cada vez más huir de los informativos. Este 2020 bien que lo ha demostrado, con los datos, reales, falseados, manipulados o maquillados. Con importantes mandatarios señalados ya como negacionistas, entre los que encontramos nombres tan destacados como Trump, Jhonson o Bolsonaro. El primero ya ha sido apeado del poder por los norteamericanos, hecho que habrá que tener en cuenta para lo que ocurra en sucesivas citas electorales, según el país del que se trate, y lo que haya padecido por el Covid. Importará mucho a la hora del voto la gestión llevada a cabo con la pandemia. En todo caso, lo que tenga que ser, será a su tiempo y en su momento. Porque lo que está claro, ahora, es que el 2020 se pude ir, tranquilamente, a la mierda.

Nota: Felicidades a quienes han cumplido hoy un año más, entre ellos mi querido sobrino Gabi.

2020 se puede ir, tranquilamente, a la mierda
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