miércoles. 24.04.2024

Solo el pueblo salva al pueblo

En este año nos hemos dado cuenta de quiénes son los imprescindibles y de que es el pueblo trabajador quien carga con la sociedad sobre sus hombros. 

Hay meses que siempre se quedarán en nuestra memoria y el mes de marzo de 2020 es uno de ellos. Después de semanas viendo por la televisión imágenes dignas de una película postapocalíptica, primero en China y, tras ello, en el norte de Italia, empezamos a ver cómo el enemigo invisible que es el SARS-Cov-2 llegaba a nuestro país y lo golpeaba con fuerza.

Todos sabemos lo que vino después alrededor del mundo y que pocos supieron contener. No me gustaría ahondar en el relato gris y duro de los camiones militares cargando cadáveres en Bérgamo, los féretros acumulándose en el Palacio de Hielo de Madrid o las fosas comunes de Nueva York. Es difícil ser positivo a día de hoy, viendo que todo se ha desmoronado delante de tus ojos y recordando que muchos se fueron y no volverán. Sabiendo que suena a ciencia ficción el simple hecho de llevar una vida como la que llevabas hace unos años.

Sin embargo, dentro de ese halo de desesperación en el que vivimos me veo obligado a hacer un llamamiento a la esperanza. Nadie se imaginaba hace justo un año, cuando todos corríamos en círculos agitando los brazos sumidos en el caos, los científicos hablaban de convivir con el virus durante un lustro, que nos infectaríamos el 70% de la población y el confinamiento era la única solución; que sólo unos meses después íbamos a estar en nuestra tierra con sanitarios y centros de mayores inmunizados gracias a la vacunación.

En este año nos hemos dado cuenta de quiénes son los imprescindibles y de que es el pueblo trabajador quien carga con la sociedad sobre sus hombros.

Hemos vivido un hito científico sin precedentes, solo comparable a la carrera espacial de mediados del siglo XX. El mundo necesitaba un salvador y éste no ha venido en un caro cazabombardero ondeando la bandera americana, ha venido en forma de distintas vacunas creadas a través de inversiones públicas gracias a las manos y el cerebro de miles de investigadores precarios alrededor del mundo.

En este año nos hemos dado cuenta de quiénes son los imprescindibles y de que es el pueblo trabajador quien carga con la sociedad sobre sus hombros. Que cuando hubo que decidir quién era “esencial” no lo fueron los que llegan a su trabajo conduciendo un Audi y vistiendo trajes caros, sino aquellos que el sistema maltrata y ahoga con sueldos de miseria. Que todos aquellos pseudo liberales que cuando las cosas van bien lloran pidiendo bajadas de impuestos y que llamaban paguita a que el Estado se asegure que todos sus ciudadanos tienen cubiertas las necesidades más básicas, pedían millones de euros públicos para sus empresas privadas.

Nos hemos dado cuenta de que a la hora de verdad, cuando hubo la situación se asimilaba a una guerra y hubo que ser valiente, quienes dieron un paso adelante y se organizaron para salvar a su país fueron las miles de jubiladas que tejieron las primeras mascarillas, los informáticos que imprimían en sus casas pantallas de protección o las voluntarias que llevaban alimentos a la puerta los más vulnerables. Mientras los privilegiados pasaban el confinamiento en las piscinas de sus chalets planeando cómo saltarse las listas de vacunación cuando estas se crearan.

Seamos sinceros, no toda la sociedad ha sido igual de ejemplar. Mientras el pueblo llano se dejaba la piel, los que siempre nos han mirado por encima del hombro se dedicaban a propagar bulos por internet, montar protestas callejeras porque no les dejaba ir a jugar al golf e intentar derrocar al Gobierno, aunque al final, los únicos gobiernos que han caído han sido los suyos.

La pesadilla se está acabando, ya queda menos para recuperar nuestras vidas e ir poco a poco curando las heridas. No será un camino de rosas, está claro, queda mucho por hacer. Pero hemos aprendido que sólo el pueblo salva al pueblo. Que la solución nuestros problemas no vendrá desde fuera, sino desde una sociedad organizada y orgullosa de sentirse parte de la clase trabajadora. Que a pesar de que el pensamiento neoliberal arrasa en la batalla cultural y se va haciendo hegemónico entre la juventud, es la solidaridad  de clase la que destaca cuando vienen los tiempos difíciles.

Que por cada infanta corrupta que huye a Oriente Medio a vacunarse, hay miles de sanitarios haciendo lo imposible por salvar a su pueblo. Que por cada político ultra que busca generar odio y división entre los de abajo en la peor pandemia del último siglo, hay miles de voluntarios haciendo que nadie se vaya a la cama con el estómago vacío. Que por cada youtuber que huye con la maleta llena de billetes a un paraíso fiscal cuando más recursos hacen falta, hay miles de científicos trabajando de sol a sol para protegernos de peligros que no somos capaces ni de imaginar. Que por cada irresponsable que pone en peligro la salud pública con sus actos, hemos sido millones los que entendemos que las vidas de tus vecinos valen mucho más que tus vicios.

Y es que esta pandemia nos ha dejado momentos duros y tristes, pero también nos ha dejado los mimbres para construir un futuro esperanzador y el conocimiento de que una sociedad más justa es posible.

Solo el pueblo salva al pueblo
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