jueves. 25.04.2024

La vida, la religión y el papa Francisco

Durante mucho tiempo, el espacio en que nos movemos y el que vemos fue interpretado como un gigantesco mecanismo que se regía constante e invariablemente de manera permanente y fija.

Los encargados de transmitir el pensamiento de Nicolás Copérnico (Polonia, 1473-1543) fueron Kepler, Giordano Bruno y Galileo. Bruno, particularmente panteísta, destacó el principio de las considerables latitudes siderales, para enunciar atrevida y temerariamente la inmensidad de la inacabable naturaleza del espacio material, real y natural. Esta afirmación era, de manera literal, discordante y totalmente incoherente con el programa y la disciplina de Aristóteles, siquiera la contribución que el dominico italiano Giordano Bruno (Nola, 1548 - Roma, 1600) entregaba a Dios, la teología, pudiera jugar a su favor y apaciguar -para incluso exculparse- la denigración al filósofo de Estagira, el padre -con Platón- de las esencias de la física, y la filosofía en Occidente. El experimento era arriesgado.

Y sin embargo, el astrónomo napolitano se excedió incluso, y mostró la hipótesis de que pudieran darse incalculables sistemas solares como al que pertenecemos, y un sinfín de universos con vida como nuestro planeta. No creo que sea apreciable percibir si alguien en aquel tribunal de la Inquisición que le llevó a la hoguera invocó, en ayuda de este matemático, filósofo y poeta, el pasaje del amado evangelista: "También tengo otras ovejas que no son de este redil; a aquellas también debo traer, y oirán mi voz, y habrá un rebaño y un pastor" -Juan 10:16-. Y no solo como referencia a la misión de la Iglesia de atraer a los que ella creía 'de otro redil', sino a la humildad científica de creer no solo en la existencia de un solo mundo, sino en la probabilidad y virtualidad de estar más abiertos a lo que en la ciencia estaba evolucionando.

La ciencia no posee, hasta la fecha, la capacidad suficiente para conocer la manera como empezó la vida, cómo apareció lo que conocemos como 'ser vivo'

Cuatro siglos antes, otro italiano, el diácono Francisco de Asís (Asís, Italia, 1181/1182 - 1226), fundador de los franciscanos y franciscanas, llega a ser a través del tiempo la imagen de la reencarnación  de la elegancia y de la amabilidad, resurrección de la que más de un testimonio existe en las artes y las ideas del momento histórico que le tocó vivir. Su posición ante el cosmos natural demuestra que ha finalizado el prolongado ayuno y flagelo de la Edad Media y así, la sombra  se encuentra aclarada y despejada, porque el asisiano desconocía entonces lo que traerían los siglos posteriores. Hasta nuestros días. Pero fue un precursor, anunciando y haciendo posible que el ser humano tuviese y tenga la influencia necesaria para poner en valor las consideraciones y reflexiones ineludibles, y así educarse con la naturaleza, siempre con la limpieza y candor imprescindibles. Que no se le haya hecho el caso debido no significa que estuviese en modo alguno equivocado.       

Porque verdaderamente, durante mucho tiempo, el espacio en que nos movemos y el que vemos fue interpretado como un gigantesco mecanismo que se regía constante e invariablemente de manera permanente y fija. Y así, la vida -como el alma o el discernimiento, por ejemplo- eran inoportunos, sin acceso, y por lo tanto sin posibilidad de cabida en tal modelo.

Tuvo que llegar el astrónomo estadounidense Edwin Powell Hubble (Misuri, 1889 - California, 1953) para demostrar que la condición física de todo lo que existe no es precisamente la perdurabilidad, sino, al contrario, la transformación. En 1929 argumenta que la dirección de las galaxias daba por hecho que progresivamente estas se separaban entre sí. Dos años antes, la revelación y posterior comprobación de que el universo se expande es un privilegio debido al sacerdote y astrónomo Georges Lemaître (Bélgica, 1891-1926). Y esa expansión no viene de ahora, sino desde el origen del universo, la 'gran explosión', también llamada big bang.

La ciencia no posee, hasta la fecha, la capacidad suficiente para conocer la manera como empezó la vida, cómo apareció lo que conocemos como 'ser vivo'. Algo tan maravilloso que, a su vez, es tenue y quebradizo y, por lo tanto, puede debilitarse y sucumbir. Aunque es eso y lo contrario. Es además resistente y férrea. Ni las catástrofes y asolaciones con la intervención de todo lo habido y por haber ni las erupciones volcánicas ni fenómeno atmosférico alguno ni los temblores y maremotos han logrado apagarla enteramente.

La vida, como dice el teólogo y ex sacerdote franciscano Leonardo Boff, es un imperativo cósmico, un tributo y una necesidad de cuidarla de obligado cumplimiento.

El Papa Bergoglio

Por otra parte, cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni nadie está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente, también es verdad que la indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura es contrario a la dignidad humana. No podemos considerarnos grandes amantes si excluimos de nuestros intereses alguna parte de la realidad: Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo. Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.

Encíclica Laudato Si' del Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común, 92, 2015

Es fácil interpretar su crispamiento noble contra el derrotero de una economía de mercado basada únicamente en el beneficio de unos muy pocos

"Todo está relacionado". Esta concepción holística de la realidad, de nuestra casa común, la Tierra, desborda cada resquicio de la actividad y pensamiento de este papa que cuida, en una ecología integral -aunque este último adjetivo debería sobrar por innecesario-, de que tanto los católicos como los no católicos arrimen el hombro. Podemos ser únicos, pero no diferentes. Los seres humanos guardamos un código genético igual, y está demostrado el origen único de ese código genético en la vida, en todo ser viviente conocido de nuestro planeta. Es básico. Por ello, queda establecida la unidad armónica e inviolable de nuestra vida y la de los demás, desde los más insignificantes microbios hasta los mismos humanos.

De todo este acervo científico se sensibiliza y nutre el Papa, y toma compromiso por ello. Así, es fácil interpretar su crispamiento noble contra el derrotero de una economía de mercado basada únicamente en el beneficio de unos muy pocos, y su estimable indignación por un método que exclusivamente amontona dividendos con el trabajo e indigencia de la mayoría social y de una enorme erosión ecológica, "(...) cuando al centro de la economía mundial está el dios dinero y no la persona (...). Esto es ya terrorismo. Han echado la maravilla de la Creación, el hombre y la mujer, y pusiste ahí, el dinero. ¡Esto es terrorismo de base contra la humanidad! Pensémoslo”. (Radio Vaticano, 1 ago. de 2016). Un sistema en la otra orilla de la vida, y suicida:

Poco a poco algunos países pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.

Encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común, 55, 2015.

Es auténtico que su valor reside en su firme voluntad y convicción de reacreditar a la comunidad de fe y a sus sacerdotes, consiguiendo que la Iglesia empiece a salir de un hondo pesimismo y desilusión, al tiempo que está reafirmando su existencia en toda la comunidad.

Otro enfoque, finalmente, tiene la Iglesia según él: no debe ser un castillo tabicado contra las amenazas de la innovación y el progreso, sino una gran clínica móvil que está pendiente, a la escucha, y se interesa por todo aquel que se encuentra con carencias de todo tipo o a la búsqueda de una lógica para su vida.

La vida, la religión y el papa Francisco
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