jueves. 28.03.2024

Las protagonistas

El primer manual destinado a biografiar, dentro de la literatura de Occidente, solo a las mujeres fue "De Mulieribus Claris", un sumario de mujeres famosas, a lo largo de la historia y de la mitología, por el escritor florentino Giovanni Boccaccio en 1374.

Siempre es importante escribir y nunca dejar de hacerlo. El aprendizaje y el placer que lleva hacerlo no tiene parangón. Documentarse, la labor de análisis, escribir para que el lector entienda el mensaje o tu manera de decir las cosas... no es sino un ejercicio continuo de aprender, sobre todo cuando el asunto nunca lo has tratado o, sin más, lo tenías dejado al pairo.

Pero hay temas y asuntos que para unos merecen más atención y cuidado; y para otros, otros diferentes. En este caso, nos importan las mujeres, que inopinadamente han estado y siguen estando veladas, bien con análisis 'serios', o bien calladamente, porque sí, sin anuncio alguno previo. Lo más práctico debería ser convivir con la metáfora del elefante en una habitación oscura. Se le nota, se cree que está, pero nadie lo ve. Las mujeres vistas con los ojos del arte, e incluso vistas también con los ojos de las artistas.

Todo héroe lleva en sí el estigma de la incomunicación y el desamparo. Las heroínas, más

El primer manual destinado a biografiar, dentro de la literatura de Occidente, solo a las mujeres fue "De Mulieribus Claris", un sumario de mujeres famosas, a lo largo de la historia y de la mitología, por el escritor florentino Giovanni Boccaccio (Certaldo, 1313 –1375), en 1374.

Poco más tarde, en 1405, la veneciana Christine de Pisan (Venecia, 1364 - Poissy, circa 1430), paisana del anterior, disconforme con el toscano, edita Le Livre de la cité de dames (1405), el alegato más primitivo a favor de la mujer, redactado por una de ellas. La autora fue el precedente en reivindicar que los obstáculos de las mujeres no tenían su culpa en una cuestión de nacimiento, del azar por haber nacido mujer o por una crueldad del destino, sino en un factor imparable, el atavismo, y en unas condiciones a las que les habían relegado los hombres.

Todo héroe lleva en sí el estigma de la incomunicación y el desamparo. Las heroínas, más. Y aún así, la naturaleza de estas no es la de ser fascinantes, condescendientes, mansas, sometidas o dominadas. Más bien, la de ser tenaces y enteras, eficientes y ágiles, libres, retadoras porque siempre han tenido que defender su entorno y a ellas mismas, clarividentes, actoras, sobresalientes y destacadas, y exitosas, y, por ello, exultantes. Y, en definitiva, han sido y son, sin ellas saberlo, un hontanar para hacer potentes y resistentes a las demás mujeres. Lo cual no es poco y por ello se las ha conocido, por haber sido valientes en el lugar y época que les hubo tocado en suerte vivir, con muchos inconvenientes en contra.

Las hemos visto en forma de bacantes, como si fuesen simplemente un objeto sensual y estético para gloria y regalo a la vista del espectador. Sin embargo, en el envés de lo que hemos visto, también se puede atisbar la trágica aspereza de estas frenéticas sacerdotisas de Baco que nos pinta la mitología. Armadas de un lugar preponderante, por ser las responsables en las ceremonias báquicas, gozaban de poderes suprahumanos.

Hoy podemos ver plasmada la desigualdad entre el hombre y la mujer en las olimpiadas, en el número de participantes, si exceptuamos Canadá

Diosa de las bestias salvajes, Artemisa las defiende. Sus veinte ninfas del río Amnisos, en Creta, atienden a sus perros y vigilan su arco cuando la divinidad reposa. Atalanta se distingue en la lucha sin armas, la caza y la carrera. Y después de muchos siglos sin volver a hablar de estas realidades, el arte victoriano recuperará estos cuadros y retratos alegóricos, dejándonos redescubrir que la liberación del cuerpo de la mujer y la participación en los deportes van siendo premonitorios en el logro de las demás razones civiles y políticas, aunque, curiosamente, hoy podemos ver plasmada la desigualdad entre el hombre y la mujer en las olimpiadas, en el número de participantes, si exceptuamos Canadá. Pero también en las clásicas disciplinas. Por ejemplo, en cuanto al piragüismo, la razón hombre-mujer es de 11/4, aunque casi se invierta en natación, en donde hay más medallas femeninas.

Y en donde se nota aún esa brecha de género es en los lugares comunes que utilizan los instrumentos de información: en el vóley-playa femenino, se emplean en general las fotos más llamativas, que no tienen nada que ver con el deporte que está interesando; la relación para referirse al o a la deportista es 'chicas'/'hombres'. Y no podemos engañarnos en que no es lo mismo el éxito de un hombre que el de una mujer, de un equipo masculino que uno femenino, aun siendo el mismo deporte; las portadas de los rotativos no dicen mucho a favor de lo contrario. 

Por qué se suicida Safo

Es la elección de una soñadora tierna y delicada. En Lesbos, la poeta llega al desespero porque su postrer pasión -el personaje mítico Faón, del que se sentía conquistada- no es concernida, de suerte que, atribulada y consternada, se encamina a Léucade, a más de mil cien kilómetros, y se abalanza desde su renombrado farallón a la mar para aplacar sus estragos, escapando por todo tiempo debajo de las profundas aguas del Mar Jónico. ¿Por qué ha de recorrer mil cien kilómetros pudiendo haber acabado antes en Lesbos; los parámetros actuales no tienen nada que ver con los de la antigüedad clásica, aunque sí las consecuencias y los motivos. La poesía narrativa del desarrollo es otra cosa. Al parecer, según los escritores de la época, esa memorable roca es desde donde terminaban con su vida los pretendientes no atendidos ni amados. Safos se encarrila allí. En Lesbos no existen las rocas blancas de tiza que abundan en Léucade ni los jóvenes que se lanzan al mar despechados.

La juventud espartana

Nacía y se formaba para el ataque, para la batalla y la conflagración. En atención a esto, su complexión, en su mayoría, era la natural, la de la pubertad, nueva y propia de la edad, llena de carácter y poder, en ellos y en ellas. Podrían parecer sus expresiones y facciones como suficientemente equívocos, cosa que nos descubre para considerar, y olvidar las desigualdades de género. Se atrevían, sin querer, a conseguir la energía integral del verdor de su edad. En Esparta, las muchachas no se educaban de la misma manera que las de sus vecinos enemigos, los atenienses. No se quedaban en casa tejiendo, sino que se entrenaban lanzando el venablo, reproducían canciones, bailaban y peleaban, o corrían por sus numerosas playas. Claro, porque las labores de casa eran cometido de las esclavas.     

Plutarco (Queronea, Grecia, 45 - Delfos, Grecia, 120) alude necesariamente a lo que estamos diciendo, refiriéndose a Licurgo (800-730 a. C.), que creía y estaba convencido, como legislador, que su papel era el celo por la educación:

Ejercitó [Licurgo] los cuerpos de las doncellas en correr, luchar, arrojar el disco y tirar con el arco, para que el arraigo de los hijos, tomando principio en unos cuerpos robustos, brotase con más fuerza; y llevando ellas los partos con vigor, estuviesen dispuestas para aguantar alegre y fácilmente los dolores. Eliminando, por otra parte, el regalo, el estarse a la sombra y toda delicadeza femenil, acostumbró a las doncellas a presentarse desnudas igualmente que los mancebos en sus reuniones, y a bailar así y cantar en ciertos sacrificios en presencia y a la vista de estos. (...) Y en esta desnudez de las doncellas nada había de deshonesto, porque la acompañaba el pudor y estaba lejos toda lascivia, y lo que producía era una costumbre sin inconveniente, y el deseo de tener buen cuerpo; tomando con lo femenil cierto gusto de un orgullo ingenuo, viendo que se las admitía a la parte en la virtud y en el deseo de gloria (...).

'Vida de Licurgo', 14; de Plutarco

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