jueves. 28.03.2024

José Trimállez, el color del mar Cantábrico

Era el mejor recurso para observar la mar, para coger las olas de frente, de proa…, y la conoció como se conoce sencillamente lo que se ama, se admira y respeta.

“Mi pintura está elaborada para durar más de cien años”

“Hay varios pintores a los que admiro, que me gustan y me parecen muy buenos; contemporáneos, pocos. Vermeer [Johannes] es de mis preferidos”

He tenido la suerte de conocer a José Trimállez (1930), la luz y el color del Cantábrico en sus espléndidas marinas. El que le ha tratado y conversado con él, sabe bien que, aparte de sus asombrosos ojos azules, vivos y penetrantes, siempre tuvo embarcaciones –siete a lo largo de su vida– que usaba para pescar, sin ser este su oficio.

Era el mejor recurso para observar la mar, para coger las olas de frente, de proa…, y la conoció como se conoce sencillamente lo que se ama, se admira y respeta

Pescaba nunca por necesidad, desde los trece años. Era el mejor recurso para observar la mar, para coger las olas de frente, de proa…, y la conoció como se conoce sencillamente lo que se ama, se admira y respeta. Pescador de chapetos –o pequeños jargos–, de julias –o doncellas rojas–, y también, entre tantos otros, de chipirones, contabilizando su memoria hasta 123 de estos calamares, en la isla de Santa Marina, junto a los acantilados de Loredo, en una sola tarde. Y lo plasmó en su pintura. Así que, cuando la llevaba al lienzo, quien no estaba al corriente de ella –hay muy pocos que lo están– la veía, percibía sus vicisitudes y sus peligros, porque este enorme medio en alta mar, aun en calma chicha, siempre es una premonición de que algo se va a levantar.

"Del lápiz se pasa al pincel, del pincel a la espátula, y de la espátula al cielo"

José Trimállez Eguía se inicia en el dibujo pronta y precozmente, desde niño; y, a los veinte años, pasa al óleo sobre lienzo. Más tarde, su proceso se prolongó hacia una etapa nueva, modificando la base, averiguando las posibilidades inmejorables de la espátula y aventajándose con ella. La experimentó, la sintió y la dominó…, y se conjuró para nunca dejarla, ya que, con ella, las formas se mantenían, pero con estilo innovador propio, y en óleo.

Dos inmensos espacios que se complementan o se displementan, pero que siempre van y conviven juntos

Luchó hasta conseguir con ella superar el color exacto que él siempre vio en la mar y su techo, el cielo. Dos inmensos espacios que se complementan o se displementan, pero que siempre van y conviven juntos. Los hombres de la mar, con un ojo observan el horizonte y el movimiento de su barco; y con el otro, simultáneamente, van barruntando y prediciendo qué va a pasar y cuándo, con solo alzar la vista hacia las nubes; y con el único compañero, el miedo, cuando el nudaje del viento hace ‘caer’ la embarcación hacia el sotavento… o cuando es tan gruesa la mar que la obra muerta y la obra viva del casco se confunden y la línea de flotación solo sirve para indicar muy poco. Tremendo aprendizaje forzoso.

Todos esos riesgos, trabajos y dificultades con los que tuvo que bregar en soledad fueron su formación y su vida, de tal forma que quiso ser fedatario de ellos…, mediante la pintura. Así, en sus marinas, se reconoce la luz del mar Cantábrico en toda su plenitud.

Su prodigio de taller

En su especial taller, más parecido a una galería particular, los ojos se hacen chiribitas, se van de una obra a otra, intentando abarcar tanto color, tanto trazo preciso y firme en ese tan personal costumbrismo marino.

Sus particulares colores dicen todo acerca de su personalidad viva, atenta y apasionada. Como todo artista que ama lo que hace sobre todas las cosas, es peculiar, extravagante…, y muy celoso de su espacio.

Y otra parte, de soberbia y grandeza, y sobre todo de orgullo, a través de unas ideas bien fundadas y estribadas, que hace que se quede al pairo en relación a los demás y lo que piensen

Hay una parte en él de inseguridad. Necesita la discreta aprobación como todo mortal. Y otra parte, de soberbia y grandeza, y sobre todo de orgullo, a través de unas ideas bien fundadas y estribadas, que hace que se quede al pairo en relación a los demás y lo que piensen. Porque José siempre bregó desde los inicios de su juventud. Desde entonces, vio mucho, luchó sobremanera y trabajó afanosamente en lo que le gustaba: un privilegio la de este hombre que tan prolífico ha sido y es, al vivir y respirar ‘como pez en el agua’.

Quien le conozca no podrá nunca negar que es el polifacético por antonomasia. Trabajó en un puesto de responsabilidad en la administración municipal de la capital de Cantabria, y, una vez jubilado, se dedicó a pintar, una afición que, como la de navegar, la llevó a cabo con orejas de burro, es decir, con viento en popa, pero haciendo de aquella un oficio con rigor, seriedad y dignidad.

Su obra

Aunque sus marinas y bosques son lo más conocido y popular, los abstractos y desnudos, expresionistas y particulares, tienen también la fuerza vital del artista.

Le gusta recibir en su taller –del que no se sale indiferente– a amigos y a amantes de su pintura, a los que les dedica su tiempo y su sabiduría, y con la generosidad que solo las personas seguras de sí mismas prodigan.

Unas vecinas de Santa Lucía, siempre que pasan por la puerta de su taller, repiten como una salmodia ‘Pepe, vete ya a comer, que ya es tarde’

Una discípula suya copió una frase con la que alguna vez, socarronamente, se reafirma ‘¡No me da la gana!’. Frase que viene a cuento de una anécdota. Unas vecinas de Santa Lucía –una calle que va a dar a la dársena de Puerto Chico, en donde se ubica la vida y las faenas de los pescadores de la novela Sotileza, del costumbrista montañés José María de Pereda–, siempre que pasan por la puerta de su taller, repiten como una salmodia ‘Pepe, vete ya a comer, que ya es tarde’. Y eso que le dijeron la primera vez, en todas las sucesivas veces se ha convertido en una transitividad humorística entre ambos comunicantes. Lo que ellas le dicen siempre y lo que él las contesta no molesta ni a unas ni al otro, pero sí dice del casticismo del lugar en boca de este artista: “¡No me da la gana!”…, sin ira, sí con firmeza; con mucho humor y sin acritud alguna…

Larga vida para este gran hombre. Es de una especie de personas que pasan por la vida haciendo lo que consideran conveniente, que no apremian a nadie, y con el buque insignia del respeto por delante.

José Trimállez, el color del mar Cantábrico
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