jueves. 28.03.2024

Hace poco más de 200 años -en 1815-, Juan, regente de Portugal, eleva a la colonia portuguesa de Brasil a reino soberano junto con Portugal

La historia es precisa para poder analizar unos hechos no tan lejanos en el tiempo y que nos inspiran y mueven a una reflexión.

«No toda crisis ni todo caos son necesariamente malos. La crisis acrisola, funciona como un crisol que purifica el oro de las gangas y lo libera para un nuevo uso. El caos no es solo caótico; también puede ser generativo. Es caótico porque destruye cierto orden que no atiende las demandas de un pueblo; es generativo porque a partir de un nuevo reajuste de los factores, inaugura un nuevo orden que hace mejor la vida del pueblo.»

(Leonardo Boff, escritor, ecologista y, antaño, sacerdote franciscano brasileño).

Desde el Brasil colonial hasta nuestros días, esta gran nación ha sufrido numerosos cambios. Como suele suceder con las monarquías, desde el principio. Brasil vio que se transformaba de colonia en reino de la noche a la mañana. ¿Por qué Juan (1767-1826) decide embarcarse hasta Brasil?, ¿por sentido solidario con una colonia que no conocía? ¿O más bien empujado por las circunstancias ante el invencible Napoleón, que ya había atravesado con su hábil ejército los límites hispanoportugueses?; todo hace sospechar que estuvo trece años en Brasil huido, dejando al pueblo portugués sin orden ni concierto, explicando el príncipe regente, con pasquines, que su escapada había sido ineludible, contra su voluntad y sus denuedos por responder de la totalidad y la tranquilidad de la monarquía. Finalizaba advirtiendo la paz a todos, y determinando que se sometiesen a los usurpadores para no derramar sangre inútilmente.

Sin embargo, aquello fue una huida en toda regla, y precipitada. Bajo la protección de la poderosa Armada inglesa, en quince barcos sale hacia Brasil todo el grupo familiar real, asistidos por un enorme cortejo de grandes, jerarquías de la Iglesia, empleados del Estado, y una ingente cantidad de sirvientes. En total, poco más de catorce mil personas, incluidas las tripulaciones. Su colosal equipaje también encerraba un importantísimo patrimonio artístico, los documentos del Estado y las propias riquezas de la corona. Y el pueblo luso, pasmado y desalentado, quedó abandonado. Pero, como no hay mal que por bien no venga, en el caos de las prisas, en el dique quedó un sinfín de alforjas y propiedades, cajones con los bienes y plata de la Iglesia, incautada y que habían fundido los franceses, y el valioso conjunto de sesenta mil ejemplares pertenecientes a la Biblioteca Real; finalmente, serían salvados y facturados a Brasil.

La historia es precisa para poder analizar unos hechos no tan lejanos en el tiempo y que nos inspiran y mueven a una reflexión. Brasil deja de ser un virreinato para convertirse en reino (1815), junto con Portugal: el reino luso-brasileño-algaravío o algarveño. Sí fue una algarabía toda esta película del viaje -mejor, odisea- y de las instigaciones que hubo de soportar el compasivo, piadoso y benévolo el que sería por fin, al año siguiente, rey Juan VI, el Clemente, que reinó diez años hasta su muerte.

El monstruoso Juan VI, el Clemente, cuya mujer Carlota
Joaquina de Borbón se confabuló, desde su matrimonio,
contra él; bien por intereses personales, bien por España,
país en donde había nacido

Fruto de la precipitación en la fuga, muchos nobles perdieron el barco y tuvieron que quedarse en dique seco. Por otra parte, la organización fue pésima. Portugal no se quedó sin Corona por un quítame allá esas pajas. No dejaba de ser ilógico y falto de fundamento el hecho de que viajasen en el mismo barco Juan, el príncipe; su madre, María I, la reina; y sus hijos Pedro y Miguel: una idea a todas luces atropellada y demasiado audaz.

Como decimos, ¿qué intereses y motivos indujeron al regente a hacer ese penoso viaje? Ciertamente, tendrían que ser de peso. Hemos hablado del número de navíos, del número de personas y de las valijas que llevaba. Pero los viajes transatlánticos, por aquellas fechas, eran complicados, máxime si la escuadra era tan numerosa. No fue, desde el principio, un viaje apacible: considerables desviaciones en la dirección tomada debido a las perturbaciones violentas del tiempo; algunos navíos iban en precario, además del overbooking de los barcos, denigrante e injurioso para los nobles, que tenían que descansar y distraerse de una manera más apelmazada y espesa que a la que estaban acostumbrados, con brisas y galernas, aguaceros y tormentas, en aquellos medios que no dejaban de ser unas simples conchas, lejanas al confort palaciego: mucho se fiaban del futuro rey que darían en llamarle el Clemente. Y, sin embargo, todos sabían que Juan padecía los mismos síntomas de la enfermedad de su madre María I -que no era otra que la de la melancolía- a quien la declararon demente e incapaz para gobernar, pese a que su reinado de treinta y nueve años llegó a ser el segundo más prolongado en la historia de Portugal. María era pacífica y conciliadora. También su hijo.

D. Pedro I proclama la independencia de Brasil, en 1822. La localización de la Corte Portuguesa en Río de Janeiro produce mucha decepción y desagrado en Bahía y el Nordeste del país, acometiendo un tiempo de pérdida del auge y esplendor. Pedro I, regente heredero e hijo de Juan VI, quiere ser el primero en declarar la Independencia de Brasil. Así fue, y se convierte en el primer Emperador de Brasil

En cuanto a la higiene, los dos meses de travesía resultaron atroces y nada óptimos, produciéndose una plaga contagiosa de liendres, al no haber podido llevar consigo ropa de recambio. Diversos tripulantes se infectaron, debiéndose limitar el consumo de agua y de comida, ya nada abundantes. Los ánimos caían y solo servían para las habladurías y murmuraciones. Así, después de pasar una impenetrable boira, sin poder hallar comunicación ocular alguna entre los galeones, la escuadra aguantó una segunda gran tormenta, con vientos de insólita potencia, afectando y averiando considerablemente varias naves. Unos quedaron desperdigados en las inmediaciones de Madeira. Juan, ordenó que los navíos que todavía seguían con él se encaminasen en dirección a Salvador de Bahía, con el afán de mostrar a sus súbditos su buena voluntad, ya que estaban molestos y decepcionados por haber visto cómo se había disipado su capitalidad de Brasil. Los dos puertos distan entre sí 3100 millas, que, en kilómetros, nos dan la friolera de 5740 kms. Los restantes, prosiguieron con la empresa trazada de antemano: Río de Janeiro, la nueva capital. Juan sabía lo que quería.

Del invierno a la primavera

La estrategia colonial creó una especie de invierno que congeló muchas iniciativas. Los últimos coletazos del colonialismo trajeron esperanza, alivio, alegría de vivir y pensar en la reconstrucción de la independencia. Brasil volvería a ser un país, una tierra independiente. Eso sería en 1822, y con la coronación del rey como emperador. Cuatro años después muere envenenado. Así se dictaminó en el año 2000 por dos investigadores científicos de la Asociación Portuguesa de Arqueólogos y por un médico forense.

En 1888 se aboliría la esclavitud en Brasil.

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