viernes. 19.04.2024

El Gatopardo y el discurrir nostálgico hacia el horizonte de un final

"De verdad estaban contentos: ella por haberse colocado y haber podido agenciarse aquel hermoso macho; él, por haber seguido los consejos del padre y haberse ganado una criada y medio almendral."

El Gatopardo (Il Gattopardo, 1958).

Según Fernando Gutiérrez, el traductor de Il Gattopardo, en nota a la primera edición, manifiesta que, más allá de los protagonistas Fabrizio de Salina -príncipe siciliano- y su familia, la auténtica figura matriz de esta novela es, precisamente, el gattopardo -el 'leopardo jaspeado', en una fiel traducción-, que está representado como un adorno y enseña en el escudo familiar, llegando a hacerse pieza nuclear de los poderes, excelencias y males de su progenie. Sin embargo, esas energías y esas lacras son, permanente e invariablemente, "gattopardescas", una expresión que puede abarcar múltiples significados, pero que interpelan, en el caso de la novela, a una posición frente a la vida, la muerte y el mundo, frente a la humanidad y los demás seres que nos rodean.

    De cualquier manera, no deja de ser una de las historias más intensas nunca relatadas. El Gatopardo narra el solemne y lírico infortunio que padece, en el siglo XIX, el noble príncipe siciliano Fabrizio de Salina, al intentar guarecer su universo del trance revolucionario. Este, va a presenciar inteligentemente la llegada a Sicilia de Garibaldi y su ejército, los cruzados de la unificación italiana, abocados al sometimiento y finalización del régimen feudal de la isla en la vida política, comunitaria y económica, pero Fabrizio, unido a su decrépita sociedad, aprueba que Tancredi -su sobrino- siente plaza en el ejército garibaldino y contraiga compromiso con Angélica, hija del alcalde de Donnafugata, don Calogero Sedàra, un oportunista bruto y avaricioso. Fabrizio acaba asombrado de la elegancia y delicadeza de Angélica, al tiempo que se sorprende de que su padre tenga parecida cantidad de hacienda que él, lo que le hace incubar una notoria afección de inquietud y envidia.

 

LA TRAMA DE UNA DE LAS NOVELAS ITALIANAS MÁS FUNDAMENTALES DEL SIGLO XX

Y como siempre en toda novela, ha de haber una dicotomía. En este caso, Tancredi es el amado, el ídolo; y Fabrizio, el rechazado y, ciertamente, humillado. El tiempo histórico tuvo mucho que ver en ello. Las contradicciones vienen asimismo por sí solas, motivadas por el acaecer de los sucesos y la trepidación propia de las revoluciones. Fabrizio, como no podía ser de otra manera, tiene a menos y ningunea al alcalde de Donnafugata, lugar de vacaciones de la familia del príncipe, pues aquel personaliza a la burguesía, designada para llenar la condición de beneficiada con su situación de poder y su relación de dominio, hasta ese momento conservadas con grapas de acero y graciosamente mantenidas por la aristocracia y por los latifundistas y hacendados.    

    El Gatopardo, sin excusa, es una novela de las más fundamentales de la novelística italiana en el siglo XX. Alguno la ha calificado como Lo que el viento se llevó italiano, quizás por la urdimbre histórica que las dos tienen en común. Y, a pesar de ello, ninguna editorial estaba por la labor de publicarla. El escritor, Giuseppe Tomasi di Lampedusa (Palermo, 1896 - Lacio, 1957) , fue un retirado aristócrata de la isla de Sicilia que, casi a sus sesenta años, escribe esta primera y única novela; sin embargo, extrañó por completo el mundillo que rodea a la creación literaria, bien que su tiempo en integridad lo había destinado únicamente, como una ofrenda, a leer desde niño. Solo a leer en la inmensa biblioteca que invadía, por una gran parte, el palacio en donde residía Giuseppe en Palermo, competente para leer en cuatro lenguas.

LA PUBLICACIÓN

Con pretensión de ser publicada, la novela descansa, ¿cómo podría ser de otro modo?, en la crónica de una familia. No pasa desapercibido que, efectivamente, se sirvió del animal salvaje heráldico rampante perteneciente al escudo de armas de su familia, el leopardo jaspeado, con el fin de encabezar esta historia.

    Los impresores no quieren saber nada y el original nadie lo asume. ¿Podría verse alguien atraído en un rebosante siglo XX por los abatimientos y angustias de un noble siciliano que hubo de arrostrar la revolución garibaldina. En su defecto, raramente las casas editoras se han despistado, engañándose a sí mismas, de tal manera.

 

Los diálogos

Cuando el caballero Chevalley de Monterzuolo, funcionario piamontés, visita al protagonista Fabrizio para proponerle un puesto de senador en un nuevo parlamento en Turín -acababa de resurgir el Reino de Italia-, a través de un intenso diálogo entre el secretario de la prefectura y el príncipe Fabrizio, se generan los pensamientos, las máximas y los párrafos más destacados de la novela. Dice el noble en algo más parecido a un soliloquio:  

 

"(...) Soy un exponente de la vieja clase, inevitablemente comprometido con el régimen borbónico, y ligado a él por vínculos de decencia a falta de los del afecto. Pertenezco a una generación desgraciada, a caballo entre los viejos y los nuevos tiempos, y que se encuentra a disgusto con unos y con otros (...) ¿qué haría el Senado de mí, de un legislador inexperto que carece de la facultad de engañarse a sí mismo, este requisito esencial en quien quiere guiar a los demás? (...)".

Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1980): El gatopardo, págs. 99-100. Barcelona: Argos Vergara.

 

Decíamos más arriba que El gatopardo "descansa (...) en la crónica de una familia", pero no es ni una novela que pueda llamarse histórica ni una historia al uso sobre una saga familiar. Nos encontramos con otra sentencia en algún momento de la novela con la que, a partir de ella, se ha intentado desarrollar su significado posible, tratándola como modelo o símbolo de la desvergüenza y falsedad de los potentados para hacer durar sus beneficios y sus derechos; así sucede en un diálogo del príncipe con Tancredi, su sobrino, un combatiente garibaldino y un joven oportunista:

 

 “-Si allí no estamos también nosotros — añadió —, ésos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?" 

Ibidem, p. 20.

 

EL GATOPARDISMO

De ahí que se haya acuñado un término político, el gatopardismo -también, aunque en menor medida, el lampedusianismo-, a partir de la ironía de Tomasi di Lampedusa significando con él que, en momentos históricos concretos, se hace obligatorio descubrir o imaginar una actitud de crisis reformista con la única intención de que continúen perpetuándose salvos, íntegros e intactos los principios y la raíz del orden y de la estructura social de clases.  

    Por eso también, El Gatopardo es una creación literaria de un experto que, sin embargo, fue lo único que escribió. No sin motivo fue asimismo dirigida con un estilo extraordinario y admirable en el cine, en soberbia adaptación homónima (1963), por Luchino Visconti (1906-1976), también aristócrata. Además, aparte de su éxito editorial, el relato de Tomasi di Lampedusa, siempre ha generado ideas totalmente diferentes y discordantes procedentes de juiciosos autores que, por doquier, pululan: unos han resuelto catalogarlo como retrógrado y preso de un concepto viejuno del tiempo y del mundo que les tocó vivir a los protagonistas, otros se han inclinado ante la novela moderna más original de Italia, que da una lección a la vida y a la historia, a la vez que a las tragedias más enredosas de nuestra cultura territorial, mental y emocional.

 

"SI QUEREMOS QUE TODO SIGA COMO ESTÁ, ES PRECISO QUE TODO CAMBIE"

¿Fue un visionario Lampedusa? ¿O alguien que dijo lo que todo el mundo pensaba y se lo dejaron decir a él? ¿Era un asunto puntual o algo propio de la Edad Moderna y posterior? La realidad, lejos de cualquier conjetura, es que hoy, aun con el imperio de la democracia, seguimos viendo a los interminables e indeterminados redentores de cada país y paladines de la sociedad aguijonear a los grupos humanos más humildes para que acaben tirados en las arterias urbanas por las reformas determinantes y últimas y observamos a hombres, a mujeres, a niños indefensos y a viejos encontrando persistentemente las idénticas falsedades y engaños de siempre, exacto populismo y semejantes palabras violadas u olvidadas. Es cuando viene a mi pensamiento el axioma que vuela por encima de una manera fatídica y execrable en la novela de Lampedusa. Luces de colores y estallidos en las fiestas de las plazas públicas, detonaciones dispersas, luchas falsas y ridículas, alguna víctima cualquiera, emblemas recientes y una vida más avanzada para continuar alimentando la clave de la estructura y el orden establecido. Más allá del encanto de otras escenas que contiene la novela, y que luego mencionaremos, ahora, con lo dicho anteriormente, es por lo tanto cuando el dramático y asfixiante ingenio de la obra del siciliano produce un asomo en mi boca de un gesto mustio de desengaño, y ocupándome la lamentable convicción de que, efectivamente, la generalidad de las reformas y crisis de régimen, sociales y económicas disponen de todo el tiempo necesario para que, a pesar de que las cosas hayan cambiado, todo siga siendo lo mismo.

 

EL DISCURRIR NOSTÁLGICO HACIA EL FIN DE UNA ERA

Todo como se debe pasar ese tránsito de despedida de un mundo. A pesar de una justificada y comprensible melancolía, ha de ser con estoicismo y elegancia, sin miedo ni temor alguno.

    Se nos representa una aristocracia decadente y las posteriores asunciones de otras formas de poder y gobierno, previsiblemente cambiando unas castas por otras.

    En el baile entre el príncipe Fabrizio y Angélica, quien quiera puede ver el flechazo de dos culturas antagónicas. En ese baile, brindado en consideración y distinción de Angélica, don Fabrizio constata con tristeza el forzoso ocaso de su posición y condición sociales. En él, además de un entorno brillante y lujoso, contemplamos el enamoramiento mutuo de dos mundos. Él, ante la belleza, inteligencia y cercanía de la joven Angélica, representada en le película de Visconti por Claudia Cardinale; y ella, ante la elegancia y solidez de una aristocracia, protagonizada por Burt Lancaster. 

El Gatopardo y el discurrir nostálgico hacia el horizonte de un final
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