jueves. 28.03.2024

El espía que surgió del frío

Su último esperpento es hacerse desaparecer, fingiendo su muerte, publicando sus propias esquelas, falsificando el certificado de defunción, y organizando su familia treinta misas con liturgia gregoriana, por su parte. Este pincel era, creo yo, un verdadero espía, pero también muy cutre y miserable.

El policía empezó sus comentarios. Leamas [protagonista] se los sabía de memoria.

—El coche se detiene en el primer control. Solo un ocupante, una mujer. Acompañada a la caseta de los «vopos» [los Volkspolizei del Berlín oriental] para la comprobación de documentos.

Esperaron en silencio.

—¿Qué es lo que dice? —preguntó el americano.

Leamas no contestó. Levantando los gemelos, miró fijamente hacia los controles de los alemanes orientales.

—Concluida la revisión de documentos. Pasa al segundo control.

—Señor Leamas, ¿es ese su hombre? —insistía el americano—. Tengo que llamar a la Agencia.

—Espere.

—¿Dónde está ahora el coche? ¿Qué hace?

—Control de moneda, aduana —cortó Leamas con brusquedad.

Leamas observó el coche. Había dos «vopos» junto a la puerta del conductor, uno entretenido en charlar y el otro algo apartado y esperando. Un tercer «vopo» vagaba en torno al auto. Se detuvo junto al portaequipajes, y luego volvió al lado del conductor. Quería la llave. Abrió el portaequipajes, miró dentro, lo cerró, devolvió la llave y caminó unos treinta metros hasta la carretera, donde, a medio camino entre los dos puestos de control enfrentados, estaba quieto un solitario centinela alemán oriental; una silueta agazapada, con botas y amplios pantalones en bolsa. Los dos se reunieron para hablar, conscientes de sí mismos en el resplandor de los focos.

Con ademán rutinario, hicieron señal con la mano al coche, se apartaron y volvieron a hablar. Por fin, casi de mala gana, dejaron que siguiera cruzando la línea hasta el sector occidental.

—¿Es un hombre al que espera, Leamas? —preguntó el americano.

—Sí, es un hombre.

El espía que surgió del frío. Cap. 1. John le Carré

Este individuo engaña a Luis Roldán, que siendo director de la Guardia civil había huido de España llevándose dos mil millones de pesetas robadas al instituto armado

El inglés John le Carré (Poole, Reino Unido, 1931) publica su extraordinaria novela The Spy Who Came in from the Cold, El espía que surgió del frío, (1963), e ignoro si con esta precursora estampa de detectives y delatores, de policías y ladrones, de agentes secretos, de agentes dobles -que, por el mismo hecho de ese ocultismo y encubrimiento, utilizaban métodos fraudulentos en la llamada Guerra Fría- este diplomático y escritor era sin saberlo un precedente de la situación, casi cien años después, en la zona meridional del globo, como el espionaje político en la Comunidad de Madrid en la primera década del 2000. O los repetidos casos del agente de nuestros servicios secretos, el versátil Francisco Paesa que tuvo negocios con el dictador ecuatoguineano Francisco Macías, detenido asimismo en 1976 en Bélgica por el más grande organismo internacional de policía, la Organización Internacional de Policía Criminal (INTERPOL), encarcelado en el país de la banca, Suiza, y cayendo la sospecha sobre este financiero de haber colaborado con agrupaciones parapoliciales, o Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), que se dedicaron al terrorismo de Estado en nuestro país. Este individuo engaña a Luis Roldán, que siendo director de la Guardia civil había huido de España llevándose dos mil millones de pesetas robadas al instituto armado y procedentes también de los fondos reservados, y quedándose con esos millones Paesa, El hombre de las mil caras -película motivada en su vida-. Su último esperpento es hacerse desaparecer, fingiendo su muerte, publicando sus propias esquelas, falsificando el certificado de defunción, y organizando su familia treinta misas con liturgia gregoriana, por su parte. Este pincel era, creo yo, un verdadero espía, pero también muy cutre y miserable, sin el honor y 'profesionalidad' de la que ha gozado siempre el espionaje, en un mundo sórdido y  despreciable.

Ni que decir tiene que esta prístina fotografía de la delación e investigación fraudulentas entre los años 1945 y 1985, y entre los dos bloques capitalista y comunista, retratada en El espía que surgió del frío, aun siendo una creación soberbia y ejemplar, sin embargo identifica un universo lóbrego, esquivo e individual, y evidentemente indecente, en donde estos agentes nunca vencen. Tampoco lo hacen los políticos y policías de los que antes hablábamos, y muchos otros cuya lista se haría extensa y prolija enumerar aquí. Pero ninguno llega al pundonor que impulsa a Alec Leamas, antiguo encargado de la investigación secreta inglesa en la Alemania de Berlín. Antes de volver a casa, quiere liquidar un asunto pendiente, poco más o menos que de amor propio y especial, con sus pasados enemigos. Absoluta y totalmente, los espías a su cargo ya no están o están capturados. En el clímax de la narración, Londres le brinda su momento crítico y glorioso para dominar el bajón en el que ha caído a través de una acción o trabajo asqueroso, ruin y altamente comprometido que posibilitará asesinar al jefe supremo de los espías de la Alemania comunista.

Difícilmente se puede escribir de algo para quien ese algo no es su tema. No es el caso tampoco de Roald Dahl (Llandaff, Cardiff, 1916 - Oxford 1990), otro inglés que fue cuentista -Charlie y la fábrica de chocolate (1964), Matilda (1988)-, novelista -El gran cambiazo (1974)-, y poeta. Y también espía británico en la II Guerra Mundial. O de su compatriota, más o menos coetáneo, Ian Fleming (Londres, 1908 - Canterbury, 1964). Dos ejemplos de grandes creadores de suspense, enigma e investigación que cultivaron alguna vez en su existencia la información y análisis para que el ejecutivo de su país tomase decisiones estratégicas que previniesen o neutralizasen amenazas, en defensa de los intereses del Estado.
 

El espía que surgió del frío
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