sábado. 20.04.2024

D. Enrique Diego-Madrazo: las maestras y los maestros. Su formación, sus cualidades y virtudes (y III)

Así, los maestros y sobre todo las maestras, según el ilustre pasiego, por ser las educadoras más alucinantes en la educación de la naturaleza, son las esenciales cohesionadoras en un tiempo de migraciones.

Gran conocedor del niño campesino, ya hemos visto cómo Diego-Madrazo hace una loa tanto de su naturaleza como de su entorno, los dos mejores pilares  para una buena educación. Traemos a colación la oportunidad que tenemos de leer este texto en donde podemos valorar resumidamente el crédito que tenía el ilustre pasiego acerca de la educación, la naturaleza y, en definitiva, la sociedad:

        Aquel jovenzuelo que se educó en el regazo de la naturaleza, en el concierto de su vida íntima, en la poderosa escuela que de tan variadas maneras impresiona su piel y su espíritu, y bajo cuyo método se desenvuelve su conciencia de observación; aquél, cuando por vez primera entra en la ciudad y se ofrece al conocimiento de los urbanos, en los primeros tiempos y ante la contemplación de un mundo completamente nuevo para él, de un mundo en que entra por casi todo el artificio humano, artificio en las cosas y artificio en las personas, ficción en las palabras y ficción en los sentimientos, en este nuevo y para él desconocido ambiente muéstrase admirado, sus ojazos se fijan desmesurados, y su boca se entreabre dando á su rostro un aire de imbécil beatitud, que el vulgo traduce por estulticia, y por eso el tal aire de espontáneo asombro del campesino en la ciudad, hace suponer al entendimiento de superficial investigación la mucha cortedad intelectual del agrícola, sin contar que aquella fisonomía, que alternativamente y sin disfraz pasa de la extrañeza salvaje á la curiosidad y astucia infantil, son las consecuencias de una educación más positiva y natural, que le ha enseñado por su propia cuenta; que observa y analiza con sus propios sentidos, que con tales datos se concentra en sí mismo y allá en el hondo de su conciencia forma juicios sobre cuanto le impresiona, que por experiencia sabe que tales observaciones suelen resultar imperfectas en sus comienzos, y que más tarde aquellos primeros razonamientos tiene que rectificarlos, colocándolos en su justo y real acomodo; por esto le veréis durante tal proceso de observación poseído de incertidumbre, retraído y tímido, mientras no adquiera el total convencimiento de la naturaleza del instrumento que observa, de sus efectos y trascendencia (Diego-Madrazo, ¿El pueblo español ha muerto? Impresiones sobre el estado actual de la sociedad española, 1903, 331-332. Santander: Imprenta y encuadernación de Blanchard y Arce).

Es el requisito que también exige Costa a las ciencias de la educación con el fin de que sea la Pedagogía el instrumento reparador que él busca y pide para la transformación de la realidad política, económica y social, sin olvidar volver los ojos a la Naturaleza, y sin descuidar asimismo la actualización de los sistemas y procedimientos tradicionales, lo que representa para él su europeización, en el espíritu y entorno de la Institución Libre de Enseñanza con la cual coopera, y que expone en el Congreso nacional pedagógico celebrado en Madrid, en 1882:

Si la escuela ha de cumplir la noble misión que le tiene confiada nuestro siglo, si ha de labrar el espíritu de las nuevas generaciones para darle el temple que requieren las reñidas contiendas del siglo, no puede encerrase entre cuatro paredes, no puede constituirse en un invernadero, donde vegeten los niños como plantas aisladas, en una semi-obscuridad misteriosa, fija perennemente la vista en el termómetro, extraños a las agitaciones de la vida sopcial y a los graves problemas de su tiempo: tiene que actuar al aire libre, tiene que aspirar la vida a raudales, difundiéndose como la sangre por todos los conductos y arterias del cuerpo social: no ha de representarse por un sencillo plano, sino por el mapa de España, teniendo por confines las playas del mar, por techumbre el cielo, por material de enseñanza cuanto posee y ha atesorado en la serie de los siglos de le la humanidad (...) (Joaquín Costa, 'Fragmento de su intervención en la 3ª sesión del Congreso nacional pedagógico celebrado en Madrid'. En Á. Galino (Dir.), Textos pedagógicos hispanoamericanos (3ª ed.), 1882,  1072-1075. Madrid: Narcea).  

Diego-Madrazo, con la antilogía entre el niño del campo y el niño urbano, quiere dar una forma determinada a los primeros vagidos de la educación, ontológica como diacrónicamente. Según él, no obstante ese niño del campo aparentemente distraído, que no lee o traduce los mensajes de la vida de la ciudad, finalmente comienza a explicarse, se revela y se entabla una comunicación radical con el mundo que le circunda al haberse puesto en orden su particular y adecuada formalidad, y concebido y fundado sus principios. Por el contrario, el niño urbano -siguiendo a nuestro autor-, cuya existencia individualista ha estado alejada del mundo natural, de lo originario, ha sido prisionero, subyugado y rendido ante el cuidado paterno. Vivió y se desarrolló menos independiente de lo que le correspondió a su edad, hilvanado a la madre, y que, sin licencia ni naturalidad ni libertad ni autonomía, se fue apropiando y aclimatando, con un procedimiento y educación pasivos, a un grupo familiar y a un grupo social en las que fueron separadas y despedazadas las reales, auténticas y veraces conductas educativas, realizándose fiel y sin otra pretensión en la cárcel de los convencionalismos, dobleces y engaños.

En ese mundo de ciudad hacinada, entiende el ilustre pasiego,

... no crece ni una sola virtud del cuerpo ni del alma espontáneamente y como debiera, donde los afectos entre marido y mujer, entre hermanos, entre vecinos, no tienen para el corazón el alcance que les da la palabra, donde los sentimientos de amistad, de religión, de justicia, de humanidad, de patria, van resaltados por la compunción hipócrita, y disfrazan el artero egoísmo que detrás se esconde, en donde se crea también una belleza estética convencional y mentira; en este medio que describo, que es el de la ciudad, es donde bebe sus conocimientos el niño ciudadano y donde se forma su carácter hipócrita, egoísta y sin espontaneidad, con cierta viveza debida al mayor ejercicio en el comercio de las humanas relaciones, que no tiene el campesino en su soledad; pero todo es palabrería, frases hechas, un poco de barniz superficial, sin pensamiento ni honduras, y sobre todo nada suyo que le pertenezca, todo trasmitido como el automatismo telefónico (Diego-Madrazo, ¿El pueblo español ha muerto? Impresiones sobre el estado actual de la sociedad española, 1903, 332).

Este cúmulo de detalles, esta sabiduría, esta, en fin, educación de la naturaleza ha de formar parte, evidentemente, de la puesta al día de los maestros. La naturaleza, justamente es fácil de interpretar, educa a los seres humanos y les dispone para los objetivos y conclusiones que han de atestar y colmar, aunque se tiene que apreciar, como don que es, que el saber, cordura y prudencia de aquella puede utilizarse infinitamente.

Diego-Madrazo justificaba la Escuela Única, en primer lugar, como «una enseñanza laica, esto es, que respondiera a los principios de la razón y la experiencia, que no introdujera en el niño o el adolescente ninguna idea preestablecida sobre las distintas creencias religiosas; en definitiva, un planteamiento neutral en el que quedase a resguardo la libertad de conciencia de la infancia. Significaba, al mismo tiempo, una enseñanza estatal, que llegase por igual a todos los ciudadanos sin privilegios de ninguna clase, con independencia del origen social de los estudiantes, que permitiera, en consecuencia, una sociedad abierta, meritocrática, ajena a los patrones del sistema educativo monárquico precedente» (Manuel Suárez, Estudio preliminar. En E. Diego-Madrazo, Escritos sobre ciencia y sociedad. 1998, 33-34. Santander: Servicio de Publicaciones. Universidad de Cantabria). De ahí que al maestro hubiese que concederle toda la libertad posible de ideas, no obstante siempre en los justos términos de lo verdadero que nos une a la ventura, al éxito y a la fortuna. Porque la situación educativa, al alborear el siglo XX, era bastante elocuente si pensamos que un 68% de los habitantes que había en España carecía de instrucción. Ello le haría concluir a Labra que con «una educación vigorosa y en una instrucción insistente y universalizada consiste el remedio más poderoso contra los tremendos peligros entrañados en esa pavorosa cuestión social, cuyas sombras locamente intentarán ahuyentar los poderosos con sus imprecaciones; los egoístas con sus intransigencias; los cobardes con sus lamentos y los gobiernos con sus reglamentos, sus cañonazos y sus presidios» (Rafael María de Labra, El Congreso pedagógico hispano-portugués-americano de 1892. En Actas,1893, 239. Madrid: Imp. de la Viuda de Hernando y Compañía).

Diego-Madrazo acaba su polémico libro regeneracionista ¿El pueblo español ha muerto? con una extensa apología del maestro que no voy a traducir ni falta que hace, para no quitar al relato todo el sabor que tiene. D. Enrique cree en el maestro:

Lo primero, lo que más esencialmente necesita la enseñanza, es el maestro, esto es anterior á la sabiduría; de poco servirá un maestro de mucha inteligencia, de profundidad en la ciencia, bien penetrado de los métodos científicos o pedagógicos más apropiados para infiltrarla en el entendimiento del niño: todo holgará si le faltan aptitudes para tal profesión; ésta, aun más que en las restantes profesiones si cabe, debe proceder de las indispensables inclinaciones individuales á tal ejercicio; es preciso que sus aficiones, que sus gustos, que sus tendencias le lleven hacia la profesión de enseñar; se necesitan cualidades especiales de carácter, sin las cuales jamás será educador (...). Ante todo, necesita el maestro encontrarse á gusto y con placer en el medio que le impone su profesión, ó sea que profese como debe, que es con amor, que para él resulte ideal realizado el discurso de su vida placentera, pegado á los encantos y poesía que la infancia lleva dentro de sí, ser copartícipe de las alegrías y dolores del niño, estudiar el suave mecanismo de afectos y sentimientos que conmueven su alma, aquella espontaneidad con que responde á todas las impresiones, cómo su razón pequeña escudriña las causas de los fenómenos, con qué franca alegría paga á su maestro todo nuevo descubrimiento, que pasado por sus sentidos, ávidos de ver y tocar, crea convencimiento, cómo aquella inocencia se alumbra, cómo en aquélla alma candorosa se levanta la dicha con la alegría de la espléndida naturaleza, cómo vuela incierto con la mariposa y canta con los pájaros, cómo le interesan los fenómenos naturales y van despertando ideas y conceptos en su virgen conocimiento (...). Lo primero que debe preocupar al Estado no son las leyes, ni los reglamentos, ni las oposiciones para excogitar (sic) el núcleo del profesorado de primera enseñanza, no necesita éste mucha sabiduría, lo que sí precisa es buenas aptitudes para tal profesión, y sólo así puede enseñar, que aunque no sea un Séneca, el caso es que todos sus alumnos puedan disfrutar de la cultura de su maestro, que por poca que sea será lo bastante para hacer un ciudadano honrado, y con una instrucción real y positiva de que hoy carecen los españoles (Enrique Diego-Madrazo, ¿El pueblo español ha muerto? Impresiones sobre el estado actual de la sociedad española, 1903, 334-337).

A la postre, este pequeño estudio nos quiere relatar qué se puede aprovechar de la enseñanza madraciana más de un siglo después. Todo. Porque todo es vigente en el fondo, aunque las formas y estructuras hayan variado considerablemente. Así, los maestros y sobre todo las maestras, según el ilustre pasiego, por ser las educadoras más alucinantes en la educación de la naturaleza, son las esenciales cohesionadoras en un tiempo de migraciones, y las detectoras de las lagunas en una sociedad en rápida y continua transformación, y en donde las familias se ven desbordadas por falta de conocimientos, de medios y de tiempo.  

D. Enrique Diego-Madrazo: las maestras y los maestros. Su formación, sus cualidades y...
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