viernes. 19.04.2024

El resplandor

De bueno a tonto sólo hay un paso y, sin duda, ya lo hemos dado hace tiempo.

Hoy envío este artículo desde mi intelecto helado, insultado y cabreado por las declaraciones de políticos, mandones y afines que sitúan al pueblo a las puertas del ‘gilipollismo’ más absoluto. Como si tuviéramos que lidiar a portagayola con cualquier morlaco astifino para que nos rompiera la crisma. Y, además, pedir perdón porque nuestro cuerpo no le ha resultado al poder suficientemente mullido para que baile un ‘pateao’ muy a gustito sobre las costillas yermas de la buena gente que, de tanto esperar, se ha convertido en tonta. De bueno a tonto sólo hay un paso y, sin duda, ya lo hemos dado hace tiempo.

Helados en la habitación del pánico sólo hay que conectar la radio, enchufar la caja tonta o deshojar un periódico para asistir a las declaraciones de los sermoneadores del cuello duro, ésos que de tanto insultar a la ciudadanía tienen patente de corso porque saben que nos hemos dejado tomar por imbéciles. Y es que quizá lo seamos. La última es gorda: la subida de la luz es una decisión del viento (ya hubo un político que dijo que la tierra, efectivamente, era de Eolo), porque ha soplado poco, en la misma proporción que la ausencia de lluvias hasta ahora,  y por lo tanto hay que echar mano del gas para producir energía. En consecuencia la electricidad se encarece con proyección de infinito.

Una pregunta muy sencilla: si la factura sube por ausencia de viento, ¿por qué no baja cuando sopla día y noche sin cesar por antojo de las témporas?

Ya habíamos admitido lo de pulpo como animal de compañía, pero jamás pensé que el cefalópodo iba a hacerse dueño del enchufe. Una pregunta muy sencilla: si la factura sube por ausencia de viento, ¿por qué no baja cuando sopla día y noche sin cesar por antojo de las témporas? No creo que haya que hacer un logaritmo neperiano para contestar, aunque no duden de que se lo explicarán con una raíz cúbica adosada a una regla de tres inversa en una factura que no entienda ni Dios.

Íbamos a ver la luz, así lo prometió el Gobierno. Y ya lo creo que la hemos visto: cegadora y a precio de langosta. Mientras tanto, la mayoría sigue en el túnel calentándose con unos cuantos papeles ciscados y con el único resplandor de los rayos que caen del cielo, que, de momento, son gratis. No se descarta, sin embargo, que las eléctricas cobren también por ellos. Y entonces nos partirá un latigazo lumínico por nuestro bien, de arriba abajo, mientras ahuecamos además los últimos euros por tamaña carga eléctrica enviada por los oligopolios para poner fin con todo respeto a nuestra fría y triste existencia. Al menos exija usted que todo ello conste en la factura, aunque sea a título póstumo.

El resplandor
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