viernes. 19.04.2024

Los nuevos vecinos y Julia Otero

Elisa y Daniel eran de esas parejas que no solo tienen sueños, sino que también luchan por ellos y los intentan hacer realidad, vienen de Madrid, ella es maestra, él trabaja de aparejador y pintor a ratos perdidos. 

Ahora cuando el invierno cubre con sus heladas el campo, Manuel suele salir a dar su paseo matinal hasta el hayedo cercano al pueblo. Eso sí, en este tiempo retrasa la salida, ya que a primeras horas del día hace un frío extremo y el grajo vuela bajo. Los árboles están desnudos, despoblados, Sika disfruta entre la hojarasca que cubre el suelo del bosque, olfateando entre las hojas secas, mientras él la observa. Buscan si aún quedan setas del final de la temporada, alguna pardilla, boletus edulis, cantharellus, senderuela, oreja de Judas o pedo de lobo...

Por aquel pueblo perdido de la mano de Dios es raro tropezarse con otros vecinos o forasteros, acaso algún cazador despistado. Solo está el Sr. Gero que cuida sus dos vacas y un pequeño rebaño de ovejas, pese a su jubilación siempre le ha gustado tener algunos animales. No es amigo de perder el tiempo "parloteando", los que le conocen bien dicen que los años han ido agriando su carácter.

Gero es un personaje en la zona, uno de esos "ricos" venido a menos

Gero es un personaje en la zona, uno de esos "ricos" venido a menos, fue alcalde pedáneo hace ya muchos años, cuando en el pueblo había muchas casas habitadas y él tenía mando en la plaza e incluso en el partido. Entre finales de la década de los 60 y principios de los 90 la zona se fue despoblando, hoy apenas quedan una treintena de casas diseminadas por la comarca, en su gran mayoría con personas muy mayores. Algunos le siguen tratando como si fuera una autoridad e incluso hablan de él con una mezcla de respeto y temor, más dentro de su partido, donde de su influencia todavía quedan rescoldos. Catalogado como un cacique por unos, otros aseguran que hizo mucho por la zona.

Hace unos meses se produjo una gran revolución en el pueblo, algo que no se podían ni creer los pocos moradores de la zona, unos jóvenes compraron la vieja y destartalada casa de Severino, que ahora están restaurando con unas obras que han quebrantado el silencio casi sepulcral del pueblo. Carpinteros y albañiles trabajan a destajo, ya que a los nuevos inquilinos les corre prisa ir a vivir allí.

A Manuel los cambios y los ruidos no le gustan demasiado, pero ha entablado conversación con los trabajadores, que le cuentan que las cosas están muy mal, el Covid les ha quitado mucho del trabajo que realizaban. Se quejan amargamente de que no es nada fácil ganarse la vida por allí. Es como si fuera otro país, con otras normas y salarios también. Cobran cuando pueden y lo del salario mínimo es una broma de mal gusto, ellos al contado, poco y oscuro, que compaginan con sus labores en el campo. 

Allí no llegan los sindicatos, ni se aplica el Estatuto de los Trabajadores, allí se aplica "acabe esto lo antes posible"

Algunos le cuentan que son los temporeros de la construcción, allí no llegan los sindicatos, ni se aplica el Estatuto de los Trabajadores, allí se aplica "acabe esto lo antes posible". Uno de ellos mirando a Manuel le decía: nosotros, y muchos temporeros venidos de lejos, que andan por la zona somos los nuevos esclavos de un sistema que no nos quiere ver. Manuel se marchó y volvió al poco rato, con un porrón de vino, una sarta de chorizo, y un trozo de queso que compartieron, mientras ellos le iban contando sus penas y sus pequeñas o grandes alegrías, de sus hijos, de sus proyectos, porque incluso en los submundos más abandonados la esperanza también existe.

Se oía el ruido de un coche, eran los chicos que habían comprado la casa de Severino, a Manuel los nuevos vecinos le parecieron muy buena gente. Suelen venir los fines de semana y con ellos ha entablado una agradable relación. Tenía curiosidad por saber cómo les ha dado por comprar en este pueblo perdido de la mano de Dios. Le comentaron que estaban cansados de la ciudad y que querían algo de calma, Elisa y Daniel eran de esas parejas que no solo tienen sueños, sino que también luchan por ellos y los intentan hacer realidad, vienen de Madrid, ella es maestra, él trabaja de aparejador y pintor a ratos perdidos. 

Elisa sacó unas oposiciones por la zona y se vinieron para aquí. Un día realizando senderismo, vieron la casa de Severino en la cima del valle con vistas hasta la gran ciudad, a más de 30 km. Elisa le propuso a su compañero, "¿no sería bonito vivir aquí donde se oyen más los grillos que el murmullo de las personas?". Dicho y hecho, hablaron con Gero que conocía a los dueños y les puso en contacto con la familia de Seve.  

Manuel se fue a su casa pensando que la realidad tiene muchos prismas, aunque algunos muy preocupantes. Por la tarde dando vueltas al dial de su vieja radio consiguió escuchar durante unos minutos a Julia Otero. Siempre le ha gustado esta locutora, es una de sus debilidades, pero lamentablemente, desde allí es muy complicado oírla. Así que cuando ha escuchado su voz rápidamente la ha reconocido. Julia volvía a la radio tras tratarse de un cáncer y después de la dura experiencia vivida comentaba: "hay que entrenar la vista y el olfato para distinguir las pequeñas alegrías diarias que se cruzan en el camino. Cuando se pisa el infierno se aprende rápido a celebrar la vida".

Esas palabras hacen que los ojos de Manuel se humedezcan al traer a su mente los últimos días pasados con aquellos que más quería; aunque no le gusta perder el tiempo en lamentaciones que cierran las puertas y los sentidos a poder saborear lo que la vida todavía te puede ofrecer.  Revivir ese pasado, pero sabiendo que no se puede cambiar y mejor recordar aquello que nos acaricia el corazón, aunque nuestra mente no siempre nos obedezca. 

Julia hablaba de la ilusión por volver a la casa de sus abuelos, que ha estado arreglando en una aldea del municipio de Monforte de Lemos en Lugo, lo hermoso que es echar o volver a las raíces, al seno materno de nuestra Tierra. 

Los nuevos vecinos y Julia Otero
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