jueves. 25.04.2024

Uso, y abuso, de la tecnología

Aquella institución -sea de la naturaleza que sea- que imponga utilizar las TIC comete discriminación y ahonda la brecha digital, además violenta el derecho al anonimato de todo individuo

Durante los meses de otoño se desarrolla el ciclo Filmoteca Universitaria en el salón de actos de la Escuela Técnica Superior de Náutica de Santander. La entrada cuesta 2€. Su venta tiene lugar únicamente a través del portal web www.meapunto.unican.es. Resalto el adverbio únicamente al escribirlo en cursiva.

Los datos que confirman la inercia social enmascaran la discriminación que sufre quien no utilice smartphone ni realice compras por la Red

El hecho podría parecer irrelevante en un país en el que el 99,5% de los hogares cuentan con, al menos, un teléfono móvil; o en el que el 93,3% de las personas entre 16 y 74 años han utilizado Internet en los tres últimos meses; o en el que el 55,2%, para el rango de edad anterior, han comprado por Internet en el último trimestre, siempre según datos del INE para el año 2021. Aun así, el hecho me sigue pareciendo relevante porque los datos que confirman la inercia social enmascaran la discriminación que sufre quien no utilice smartphone ni realice compras por la Red -porque no pueda o porque no quiera-.

Aunque suene prosaico, en una sociedad tecnofetichista, es necesario recalcar que cada individuo es soberano de utilizar qué tecnología. Lo que sucede actualmente es que se impone el uso de eso llamado TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) por parte del mercado o del Estado. Parémonos a pensar y recordemos alguna vez en que las hemos utilizado de forma ajena a nuestra voluntad, es decir, de manera coercitiva. Descargando aplicaciones, cediendo datos, pagando en línea, solicitando citas a través de páginas webs, comprando entradas, como en mi caso, para asistir a la Filmoteca Universitaria… Por tanto, aquella institución -sea de la naturaleza que sea- que imponga utilizar las TIC comete discriminación y ahonda la brecha digital, además violenta el derecho al anonimato de todo individuo.

Es entendible, y por eso lo aceptamos, que en momentos determinados, como los vividos durante la pandemia, se tomen medidas excepcionales. Es más, agradecemos a la tecnología no tener que renunciar por entero a nuestra vida. Lo que no es lógico es que se asienten decisiones tomadas a la intemperie de la emergencia.

El Big Brother orwelliano son hoy las empresas encargadas de guardar, manipular y sacar rentabilidad a la cantidad ingente de datos que circulan por la Red

Por otra parte, y sin ánimo de parecer conspiranoico, el Big Brother orwelliano son hoy las empresas encargadas de guardar, manipular y sacar rentabilidad a la cantidad ingente de datos que circulan por la Red. Con el añadido de que “la punta del iceberg”, es decir, la parte de Internet a la que accedemos y frecuentamos la mayoría se encuentra monopolizada por multinacionales de la información por todos conocidas. Internet, que surgió como utopía a través de la cual fraternizar con ciudadanos del ancho mundo, es hoy un gran nicho de mercado explotado por conglomerados que siguen la lógica capitalista: el pez grande se come al pequeño.

Dicho lo cual, afirmo que no soy ningún ludita. Se hace necesaria la aclaración en un mundo simplista y sin lugar para el matiz. Resido a 600 kilómetros de mi familia de origen y celebro vivir en esta época y no, pongamos, en 1922, cuando al salir de mi casa probablemente no hubiera vuelto a ver a mis familiares. Somos afortunados por vivir en esta época -y en esta parte del mundo, no lo olvidemos-, pues los avances técnicos nos hacen vivir más y mejor. Pero la euforia del descubrimiento no puede cegarnos y cerrar la puerta a la reflexión. Debemos ver más allá del uso de la tecnología y pensar en todo lo que supone fabricarla y usarla. Para ampliar el foco recomiendo el libro Técnica y tecnología, de Adrián Almazán (Taugenit, 2021). La tecnología no es buena en sí misma, lo es cuando aporta algo sin restarlo por otro lado. En el ejemplo que nos ocupa, la venta de entradas a través de la web realmente no añade nada; sin embargo, menoscaba la soberanía individual y el derecho al anonimato.

A modo de cierre diré que puestos que todos, alguna vez, nos hemos visto violentados al hacer uso de Internet, debemos reivindicar nuestro derecho al no uso de las TIC y al anonimato. Que el uso de la tecnología provenga de la reflexión y no de la inercia. Y que en la Filmoteca Universitaria podamos -quien así lo decida- volver a comprar entradas físicamente.
 

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