sábado. 20.04.2024

“Tuarneros”, los cortadores de troncos

El hacha siempre ha sido, y aún lo es, el símbolo del poder de la luz, siendo su equivale el martillo y el círculo, y en ocasiones, la espada.

Ahora que ya estamos de lleno en el pleno Verano y en la también majestuosa exhibición de Deportes Rurales y Juegos Tradicionales que son propios de Cantabria, como la que por ejemplo recientemente ha realizado el Club Deportivo La Garita en el parque de La Robleda de Bárcena la Puenti (Puente San Miguel) con motivo de los actos institucionales del 28 de Santiagu (Día de las Instituciones de Cantabria), y que al tiempo son Fiesta de Interés Turístico Regional, quizá ello es un buen momento (y también quizá una buena excusa) para recordar la figura de nuestros queridos y respetados tuarneros: los cortadores de troncos.

El hacha siempre ha sido, y aún lo es, el símbolo del poder de la luz, siendo su equivale el martillo y el círculo, y en ocasiones, la espada. Un hacha que cuenta y tiene muchos simbolismos, pues hasta lo que al día de hoy conocemos, las primeras herramientas de la historia sabemos que son de piedra, y más concretamente se trata de hachas.

El hacha es la figura preponderante que une el Cielo con la Tierra, por lo que es la herramienta preferida para la fecundación por excelencia

Éstas datan de la época prehistoria (que es cuando se inicia la fabricación de las mismas), o si lo preferimos: de hace ya más de dos millones de años. De hecho, el hacha de piedra (una herramienta de trabajo cotidiano con el filo ubicado en el extremo distal) es el primer arma utensilio del hombre primitivo. Y ciertamente, las piedras de sílice talladas en forma amigdaloide, y las de diorita o basalto pulidas en uno o dos extremos (y a veces con una muesca en medio) se sujetaban con fuertes ligaduras a un palo, formando con él un ángulo recto, pues servían como arma ofensiva y de combate en las luchas entre los hombres; o bien contra los animales salvajes de aquella entonces época oscura y a veces misteriosa. Como nota curiosa y a reseñar hay que indicar que son muy notables las hachas martillo de Dinamarca, con su característico orificio en el centro.

En la iconografía shivaíta de la antigua India, por ejemplo, aparece el hacha como el símbolo de destrucción por antonomasia, aunque también es el símbolo de la cólera. En las civilizaciones mesopotámicas y egeas, es el característico y más notable instrumento de sacrificio, además de que se grababa en los lugares santos; al tiempo que también servía de emblema a los dioses y diosas. Es también el símbolo de la diferenciación en Grecia, pues Atenea sale del cerebro de Zeus; abierto de un hachazo. Para los mayas simboliza el rayo y la tormenta. Para los chinos es uno de sus símbolos más antiguos, pues aparece en los ritos de matrimonio, además de que era portada por un heraldo; el cual arrancaba las ramas de dos troncos obteniendo así los haces: conjunto de cosas, generalmente largas y estrechas puestas unas sobre otras y atadas por su centro. Estos haces ligados eran luego los que se presentaban en las fiestas de la boda.

El pseudo Dionisio Areopagita escribe: “Las lanzas y las hachas expresan la facultad de discernir a los contrarios, también la vivacidad, la sagacidad y la potencia del discernimiento”. Por abrir y penetrar la tierra, el hacha es la figura preponderante que une el Cielo con la Tierra, por lo que es la herramienta preferida para la fecundación por excelencia. Es pues el símbolo de la penetración espiritual, aunque también un instrumento, o si lo preferimos, un método para la liberación del cuerpo.

El País Cántabru siempre ha sido un territorio muy prolífico en hachas

Por toda Europa, y desde Occidente a la China, se encuentran hachas de piedra que se supone han sido talladas por el rayo, como ciertamente así es. Pues sucede que cuando un rayo cae en la arena o en el suelo, puede incluso llegar a penetrar varios metros de profundidad. Su intenso calor (unos 4.000 °C) funde los granos de la arena hasta llegar crear un tubo sólido de cristal con la forma del mismo rayo. A este tubo se le llama “fulgurita”, pudiendo llegar a adoptar la electricidad petrificada generada diversos colores, dependiendo (lógicamente) del material de la arena: desde el negro hasta un blanco translúcido. Curiosamente, se han encontrado fósiles de rayos caídos de aproximadamente hace 250 millones de años.

Sabemos que en el conjunto del continente europeo el País Cántabru siempre ha sido un territorio muy prolífico en hachas, como así muy bien lo atestigua y muestra el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, a quien, por cierto, hay que felicitar por contar con una plantilla de trabajadores muy bien preparada, capacitada y dispuesta para atender a los visitantes que hasta allí acuden para contemplar un museo único y singular en su género.

Las primeras hachas de las que se tienen constancia en Cantabria (y que tan bien nos muestra el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria) son de la época Musteriense: un complejo este tecnológico y estilístico englobado dentro del denominado Paleolítico Medio y relacionado con el Homo Neanderthalensis (nacido hace unos 125.000 años), pero que perviviría hasta hace unos 40.000 años: 30.000 en algunos lugares del Sur de Europa como lo es la Península Ibérica y la Península Itálica. Concretamente, las hachas cántabras más antiguas datan de hace unos 120.000 años, y se pueden contemplar y admirar con gran magnificencia y esplendor en el referido Museo de Santander.

En el Neolítico (o Edad de Piedra Nueva o Pulida, que es uno de los periodos en que se considera dividida la Edad de Piedra) se acaba el tiempo de las cuevas, y por tanto, comienza ya la época, y también el tiempo de las cabañas y de las grandes producciones artísticas, entre las que se encuentran las herramientas, y, por supuesto, las hachas. Como, por ejemplo, podemos ver en una de las cabañas del poblado cántabro de Cabezón de la Sal (ubicadas en la cumbre conocida por el nombre de El Picu de la Torri-El Pico de la Torre), en donde se muestra una de esas hachas, y que como muy bien reza la información de la página oficial del Ayuntamiento de Cabezón de la Sal “(…) tras la protección de grandes murallas de piedra y otras obras defensivas, veremos las casas y los enseres del poblado”, adquirirán cada vez (y tras el paso del tiempo) un protagonismo cada vez más acentuado y destacado.

El lábaro de entonces representaba una mariposa como símbolo de la transformación

Es pues el Neolítico una época que sigue al Mesolítico, y precede a la Edad de los Metales, la cual se caracteriza por el desarrollo de un tipo de economía denominada “productiva” (implantación de la agricultura y la ganadería), así como por el sedentarismo y la aparición de los primeros poblados, la utilización de la piedra pulida y de la cerámica; y como no, por la construcción de monumentos megalíticos.

No transcurrirá mucho tiempo después (pues casi inmediatamente se comenzará a atisbar lo que ya son las hachas toscas y primitivas), tras lo cual las hachas comienzan a adquirir una preponderancia singular e incluso hasta totémicas. Como, por ejemplo, sucede con las hachas de dos filos (la llamada “labrys” de la cultura minoica que se desarrolla en Creta desde el 3.000 al 1.400 a.C., y que luego se extiende por zonas tan dispares como Gran Bretaña y el Oriente Próximo), pero que, sin embargo, ya aparece por primera vez hace unos ocho mil años. Su nombre (de origen minoico) tiene como raíz la palabra “labus”, o labios en latín.

Este lábaro (bipennis o bipenne) o símbolo de la “doble hacha”, sería el emblema de las diosas minoicas, a las que se representaba sosteniendo una “doble hacha” en cada mano. El lábaro de entonces representaba una mariposa como símbolo de la transformación, aunque y también el renacimiento (además de que era usada por las sacerdotisas para celebrar los rituales paganos que tan ligados estaban entonces a los cultos taurinos del sacrificio), pues de hecho, el palacio de Knosos (el más importante de los palacios minoicos de Creta, construido hacia el 2.000 a. C.) era conocido entonces como el Laberinto o la Casa de la Doble Hacha; un lugar en el que se utilizaría profusa y ampliamente el símbolo del lábaro como elemento decorativo.

Este símbolo de la Gran Diosa, tan entroncada ella con las civilizaciones matriarcales (y, por lo tanto, anterior al patriarcado), se distinguiría por ser de cultura refinada, amante de los placeres, la estética y el deporte, además de que no era considerado como un arma propiamente; pues precedería en miles de años a la aparición de las primitivas hachas metálicas.

El hacha bipenne (de doble filo) no es solamente destructora, sino también productora, pues la forma de la doble hacha es siempre la misma: dos hojas arqueadas, simétricas y opuestas que van estrechándose hasta unirse sobre el mango. Y es precisamente esta forma la que con posterioridad ha dado lugar a variadas interpretaciones sobre su significado relacionadas con oposiciones tales como: masculino y femenino, cielo y tierra, arriba y abajo, la muerte y la vida. En el fondo energías contrarias pero al final complementarias.

En el imaginario colectivo cántabro (todo hay que decirlo), por ejemplo, se recuerda la figura del legendario guerrero cántabro llamado Laro (el cual aparece en un poema épico sobre las Guerras Cántabras, escrito en el siglo I d.C.), el cual porta en su lucha contra los invasores romanos un hacha de doble filo.

El hacha pues reviste una importancia enorme, como lo atestigua el pasado arcaico de los indoeuropeos

El poeta Silio Itálico se refiere al mismo en Púnicas 16,46-65 de la siguiente manera: “El cántabro Laro era temible por la naturaleza de sus miembros y por su corpulencia, aunque no dispusiera de dardos. Como es la fiera costumbre de esta gente, se enfrentaba a la batalla empuñando el hacha con la mano diestra. A pesar de que viera que los guerreros se dispersaban rechazados, una vez destruida la juventud de su gente, sin embargo él en solitario colmaba el campo con cadáveres. Además, si el adversario se encontraba cerca, le gustaba herirle de manera frontal, y si la lucha llegaba desde la izquierda, giraba el dardo. Pero cuando el fiero atacante llegaba por la espalda, no se perturbaba, sino que lanzaba hacia atrás su hacha de doble filo”.

El lábaro (no confundir con el lábaru cántabru) o símbolo de la “doble hacha”, fue el emblema de las diosas minoicas, a las que se representaba sosteniendo una hacha en cada mano. Y dicho lábaro representaba una mariposa como símbolo de la transformación y también del renacimiento. Este símbolo de la Gran Diosa no era considerado como un arma, pues precedió en miles de años a la aparición de las hachas metálicas.

El hacha pues reviste una importancia enorme, como lo atestigua el pasado arcaico de los indoeuropeos. Adams y Mallory explican que, durante el Neolítico las hachas en Eurasia estaban hechas de sílex tallado o de otras piedras capaces de ser labradas. De otro lado, se trataba generalmente de hachas planas, pues, sin embargo, en ciertas culturas neolíticas más tardías, hallamos rápidamente hachas dotadas de una perforación para permitir el emplazamiento de un mango. Estas hachas son calificadas como hachas de combate, cuando se las encuentra en sepulturas, como, por ejemplo, las de la cerámica encordada (sobre todo en las regiones septentrionales de Europa, en donde se habla de la “cultura de las hachas de combate”); que con toda evidencia (y tras su anterior pasado matriarcal) son instrumentos o armas considerados como “viriles”.

Con el transcurrir de los años estas hachas se irían sofisticando y perfeccionando hasta ya prácticamente llegar a las postrimerías “modernas” de la llamada era cristiana, que será cuando dichas herramientas comenzarán a ser más conocidas y referenciadas. Hachas que con el transcurrir del tiempo recibirían en lengua cántabra un llamatu cántabru sellencu (nombre cántabro propio) singular y específico, al igual que quienes las portarían para, principalmente, realizar con ellas las labores de trabajo agrícola y sustento en los pueblos y en los frondosos bosques de la en otro tiempo una más verde y agreste Cantabria.

En todas las culturas del mundo siempre se ha sabido que el hacha es análoga al rayo

Y así, en cántabru, a las personas que antaño cortaban troncos se les llamaba cariñosamente: “tuarneros”. Literalmente: cortadores de troncos, o simplemente, leñadores. Siendo ésta una palabra que se parece a “trunar”: tronar. De cuando truena en el cielo. Y es que el golpe del “jacha” (hacha), a veces parece recordar el momento previo a cuando cae el trueno en la tierra después de haber tronado. De hecho, en todas las culturas del mundo siempre se ha sabido que el hacha es análoga al rayo.

Un hacha (aunque también martillo) que se encuentra en todas las culturas indoeuropeas, por ser un símbolo de la bienaventuranza y de la paz, al tiempo que también es un arma defensiva y muy destructiva que sirve para preservar el mundo del caos que los gigantes o los trolls intentan instaurar. Es el arma que por antonomasia salva el orden cósmico, y por ello, siempre está asociado al trueno y a los rayos. Es así como a veces aparece bajo la forma de un hacha, un martillo, o bien una rueda generando el trueno divino. Para los indoarios es el Dios Indra, con su vajra: el arma-trueno. Para los baltos es el Dios Perkunas. Para los eslavos es el Dios Perun. Para los germanos es el Dios Donar, con su martillo Mjölnir. Para los escandinavos es el Dios Thor, con su Mjölnir. Para los celtas es el Dios Taranis, con su rueda-trueno. Para los griegos es el Dios Zeus. Para los romanos es el Dios Júpiter.

El hacha (y también su equivalente el martillo), al estar relacionado con el trueno era visto por nuestros antepasados indoeuropeos como “el que traía la lluvia”. Por esto tenía también para el campesinado centroeuropeo un aspecto protector para los campos, e incluso se pensaba que llevaba consigo la fecundidad. Este último aspecto, por ejemplo, hizo que en las bodas se utilizara el martillo de Thor para bendecir a las parejas que decidían unirse, bien por un tiempo o bien para siempre.

Julius Evola (pintor, ocultista y escritor italiano) decía que el hacha era uno de los símbolos más característico de la tradición primordial hiperbórea, pues el antiguo ario veía en el hacha el símbolo de una lucha metafísica, o si lo preferimos: el eterno conflicto entre las fuerzas solares del Olimpo, y las fuerzas oscuras y salvajes de la materia y del caos. Y Mircea Eliade (filósofo, historiador de las religiones y novelista rumano), en “Herreros y Alquimistas” nos recuerda: “El rayo es el arma del dios del cielo”. Y puntualiza: “El útil de piedra y el hacha de mano estaban cargados de una fuerza misteriosa: golpeaban, herían, hacían estallar, producían chispas, lo mismo que el rayo”. El hacha es, en suma, el símbolo del dios celeste supremo y del espíritu creador de nuestros más lejanos ancestros.

Para Ernst Sprockhoff (prehistoriador alemán e inventor del sistema de numeración Sprockhoff, para la numeración de los megalíticos en Alemania), el hacha de guerra está íntimamente asociada a la antigua cultura megalítica, asimilando el hacha primordial al dios de la tormenta; el cual (en los tiempos más lejanos) también era el dios del Cielo y del Sol. Según este investigador alemán, “(…) Se consagran a esta poderosa divinidad hachas de ámbar y de arcilla, como por otro lado también hachas en miniatura. Así, la mujer germánica es portadora posteriormente del martillo de Thor, a modo de joya, suspendido de una cadena. Y del mismo modo, las poblaciones nórdicas de la edad de la piedra más alejada portaron al cuello tal ornamento, en tanto que perlas de ámbar en forma de hacha bipenada; símbolo del dios de la tormenta y de los días: un dios que ya no tiene nombre hoy en día para nosotros. Es así como el hacha de combate se ha convertido simplemente en el símbolo de la más alta divinidad”.

Desde siempre se ha sabido que los buenos “tuarneros” (llegó a ser en el siglo pasado un trabajo remunerado y bien pagado) eran aquellos que se distinguían por llevar un “jachu” (hacha de dos filos o cabezas), además de que cortaban sin descanso con dicha herramienta el tronco del “árbul” (árbol). Los tamaños eran diversos y variados, si bien, en la actualidad, resulta difícil el poderles ver; si no es en algunas actuaciones populares de fiesta y encuentro que con el transcurrir de los años se han ido revitalizando y dando a conocer a las generaciones más jóvenes de nuestro país. Un “jachu” que antaño (siglo pasado) fue muy popular en las labores de desbroce de los montes, senderos, para construir casas, barcas, etc. No obstante, aún en algunas casas de los “güelos” (abuelos) aún existen dichas herramientas, que antaño también cumplieron las funciones de defensa y ataque.

Es a través del primer diccionario castellano-cántabro de Marco A. Robles Bárcena, publicado en el año 2006, como sabemos lo siguiente acerca de las diferentes palabras que el muy rico y variado cántabru emplea para referirse a los troncos: Al tronco que es grande lo llaman en el País Cántabru: “cojorcu”. Y al tronco grueso: “rolla”. Cuando el tronco es de roble (cajiga), y si además es grande se denomina: “berrugu”. Sin embargo, cuando es de berza se le llama: “tueru” o “toeru”. El tronco para cortar la leña recibe el nombre de: “picaderu” o “seroju”. Cuando el árbol ha sido cortado, y simplemente queda ya un tronco de base se llama: “tazu”. Un tronco con raíces de árbol recibe el nombre de: “candoju”. El tronco que se utiliza para apoyar las astillas en el fogón se llama: “travesañu”.

“Tuarneros”, los cortadores de troncos
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