jueves. 25.04.2024

Lo que te enseño es lo que yo un día aprendí

¿Pero realmente perdemos nuestra libertad cuando pasamos una buena parte de nuestro tiempo y de nuestra existencia viendo la televisión y escuchando una lengua que no es la nuestra? La respuesta que quizá mejor se podría acondicionar a este interrogante sería el que en un momento tan delicado como lo es el actual (inmersos en la incertidumbre más absoluta, y en pleno cambio constante a todos los niveles, económico, político y social), al final, lo más importante en momentos de crisis es el pensamiento divergente que es individual y crítico, autónomo y no dirigido.

 

El título de este apartado iba a ver sido: “Le queda aún un nuevo entusiasmo por latir al corazón”, pero al final surgió otro diferente, porque de lo que se trata en última instancia, y más en los tiempos actuales, es de despertar a las conciencias, y sobre todo, llamar la atención hacia una lengua y una realidad (en este caso el cántabru) sobre la cual los poderes “de aquí” no ejercen como deberían su responsabilidad y su atención a la hora de defender un patrimonio lingüístico que necesita de una urgente intervención y actuación por parte de las instituciones y los poderes autonómicos establecidos.

Al haber sido el País Cántabru una tierra sobre la cual el Estado ha ejercido (y aún ejerce) en los últimos tres siglos una presión fortísima (a través de sucursales locales) para que su conciencia lingüística no se desarrollara y prosperara, el camino que han emprendido y seguido muchos de sus habitantes ha sido el de transmitir su cultura y su tradición de una manera sencilla y callada, silenciosa y paciente a sus progenitores y descendientes.

Estos logros son los que han permitido en última instancia que nuestra realidad cultural aún perdure y se mantenga a duras penas, sin embargo, esto no es suficiente si estas acciones no vienen previamente acompañadas de un reconocimiento institucional y formal, oficial y responsable por y hacia nuestra especificidad lingüística.

Los desvirtuadores, muy hábilmente, y en una analizada operación de intervención y calculado análisis de participación y fiscalización en contra de nuestra lengua, le han sabido dar a ésta y a su cultura (en la mayoría de las veces), un “aire folclórico”… y hasta a veces, también ocurrente y cómico. Y esto no es así, y tampoco debe de ser así.

Lo que se buscaba en el fondo, y al final, era desprestigiar a la lengua cántabra, y con ello, también a sus hablantes y a su cultura. Circunstancia que luego ha contado para su desarrollo y conclusión, con los sin duda alguna necesarios colaboradores (de aquí) que han transmitido el mensaje que a sus jefes más les interesaba exportar y transmitir a través de la manipulación de los sentimientos y los egoístas intereses particulares de partido y zarandangas varias.

Esta intervención y programación no es nueva, y de hecho, ha funcionado (también por el ancho mundo) con relativo éxito en muchos lugares y sitios con una conciencia lingüística que ha querido ser

destruida y/o anulada intencionadamente. Todo lo cual ha sido reforzado, y si cabe aún más acentuado, al haberse incursionado en nuestra tierra una masiva llegada de “turistas estacionales”, aunque también “no estacionales” (los que van y vienen) los cuales (la mayoría) viven y desarrollan su vida en Cantabria una buena parte del año (les podríamos llamar “papardos”), y que no tienen, y tampoco muestran respeto alguno por el cántabru, sumado todo ello a una implantación (también desproporcionada y cada vez mayor) de gentes foráneas, que igualmente, y que tampoco muestran (la mayoría) el más mínimo interés y cuidado por conocer y saber más acerca de una lengua y una cultura que es única y singular.

Todo esto no sucedería si de parte de las instituciones cántabras se tomaran las medidas oportunas y necesarias que revertieran con creces esta injusta realidad en contra del cántabru y de su cultura. Pues como sabemos, de todos los patrimonios a proteger y a salvaguardar, el cántabru es sin lugar a duda, y actualmente, el más amenazado de todos cuantos existen en los tiempos presentes.

Es evidente que nuestros políticos nos mienten y nos engañan, y esto no es ninguna novedad, pues ya Platón o Maquiavelo hacían referencia al uso político de la mentira. Y es que el poder (si se le deja suelto y no está vigilado), normalmente, tiende siempre a buscar el más mínimo resquicio para convertirse en tiránico a la menor oportunidad que le demos para ello, todo lo cual no es ninguna novedad, ya que reflexiones semejantes se encuentran, por ejemplo, en Publio Cornelio Tácito, Charles Louis de Secondat (Montesquieu) o Bertrand de Jouvenel.

El famoso escritor y filósofo británico Aldous Leonard Huxley, una vez predijo la construcción de la falsa felicidad moderna a costa de la destrucción del libre albedrío de la mayoría de la población, la ingeniería genética y el condicionamiento pavloviano por el que se mantiene a todas las personas entretenidas con interminables distracciones de todo tipo, e incluso con drogas, en el caso de que todo lo demás falle. Y hoy en día, no hay, y tampoco existe mayor droga que la que desprende la televisión manipulativa y sectaria a las órdenes siempre de los clanes de la desinformación compulsiva y coercitiva.

¿Pero realmente perdemos nuestra libertad cuando pasamos una buena parte de nuestro tiempo y de nuestra existencia viendo la televisión y escuchando una lengua que no es la nuestra? La respuesta que quizá mejor se podría acondicionar a este interrogante sería el que en un momento tan delicado como lo es el actual (inmersos en la incertidumbre más absoluta, y en pleno cambio constante a todos los niveles, económico, político y social), al final, lo más importante en momentos de crisis es el pensamiento divergente que es individual y crítico, autónomo y no dirigido.

En pocas palabras, aquel que nos advierte sobre los peligros de los medios de la  comunicación sectarios a las órdenes de los clanes de la desinformación y de la pasividad, y de cómo incluso una población inteligente puede verse a veces (o la gran mayoría de las veces) sorprendentemente impulsada a elegir con gusto la dictadura sobre la libertad, o la inconsciencia y la ignorancia sobre la autogestión y el autogobierno. Y en casos de vacilación y desasosiego, como los actuales, incluso a sacrificar hasta nuestra propia cultura e identidad en pro de (como dice la novela: “Un mundo feliz”) una dictadura que se esfuerza por asegurar un “orden” y una “efectividad” sobre lo distinto y lo divergente.

Una dictadura (cultural e ideológica) que está dirigida (como dice el libro de Huxley) _“(…) por diez oligarcas que dependen de una extensa burocracia para mantener el mundo en funcionamiento. Y esta es como las personas están condicionadas a amar su sumisión, y al tiempo, a estar también orgullosas del trabajo vital que hacen para sentirse aliviadas de no tener que preocuparse por los problemas del mundo”'. Problemas que los oligarcas del pensamiento único y dirigido, gestionan y administran, crean y transmiten, encargan y negocian, en este caso; en la lengua en la que ellos estiman que es la más adecuada y oportuna para la consecución de sus metas, objetivos y fines. 

¿Acaso no nos hemos parado a pensar que en nuestra sociedad moderna, la mayoría de las personas no pueden estar apenas más de treinta minutos sin querer revisar el móvil, igual que si fueran unos esclavos de la información interminable que nos proporcionan la tecnología, la televisión y los medios de comunicación? ¿Acaso no sabemos que este tipo de comportamientos y actitudes importados (además de alejarnos de nuestra esencia primigenia y natural de comportamiento), también nos alejan de nuestra fuente primaria de comportamiento, al tiempo que nos conduce por los seguros y múltiples caminos de la disfunción mental y anulada en una lengua estructurada y condicionada que no es la nuestra?

En el pensamiento de Aldous Huxley se configuraba un mundo futuro en el que las personas serían finalmente controladas y manejadas a través de la tecnología, así como por medio de una nueva neolengua de una manera sencilla y efectiva, para lo cual sería antes necesario desposeer a las personas de su propia identidad personal y cultural, individual y específica. Tanto esto sería así que al final serían las propias personas (anuladas y condicionadas por los medios) quienes finalmente se terminarían por abonar a un sistema injusto y dirigido, que en última instancia les hace prisioneros y esclavos de otras estructuras mentales y perversas de un control mental y personal supresivo e invalidante; pero a la postre mucho más tiránico que el anterior.

Y todo este proceso de sustitución y de desestructuración (que hábilmente es diseñado y dirigido), solo puede ser posible y exitoso cuando a las personas se las cambia y se las modifica, se las desprograma y se las expone a pensar y actuar, introduciendo sobre ellos y ellas una lengua y una cultura que no es la originaria, propia y específica de su mundo y cosmovisión.

Aprendamos, rectifiquemos, analicemos y estudiemos las causas de una situación que porfía por desplazar a las lenguas y a las culturas ancestrales más débiles o minoritarias (pero no por ello peores que otras que ahora son mayoritarias) a las fauces de una locomotora llamada globalización y mundialismo, que a día de hoy es la cara más evidente del abuso y de la explotación, de la no identidad y de la no alma para las conciencias y los pueblos que pugnan y luchan por ser y existir, permanecer y continuar.

Lo que te enseño es lo que yo un día aprendí
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