sábado. 20.04.2024

El 18 de septiembre de 1968 los teletipos de las redacciones periodísticas de por lo menos un par de continentes informaban acerca del fallecimiento en Ciudad de México del poeta español León Felipe, decano de la poesía republicana en el exilio.

No era la primera vez que saltaba a los medios de comunicación la noticia de su defunción pero, por desgracia, en esta ocasión tenía todos los visos de ser cierta.

Higinio Camino y sus hijos Julio y Felipe (dcha.) | Foto: Archivo Saiz Viadero

Higinio Camino y sus hijos Julio y Felipe (dcha.). Fotografía: Archivo Saiz Viadero

Felipe Camino Galicia, tal era su verdadero nombre, había nacido en la localidad zamorana de Tábara el 11 de abril de 1884: tenía, pues, la edad de 84 años en el momento de su fallecimiento. Hijo de un notario, con solo dos años de edad comenzó con su familia un periplo que inicialmente le trasladaría a la localidad salmantina de Sequeros y, desde allí, a la ciudad de Santander, donde permanecería algo más de un cuarto de siglo.

Si, como ha dicho alguno de sus contemporáneos, uno es de donde estudia el bachillerato, Felipe Camino bien pudiera sentirse santanderino o montañés, como entonces se decía. Pero diversas añoranzas y, posiblemente, una juventud algo extraviada en lo personal, le llevaron a considerarse más castellano que otra cosa, más de la ancha llanura mesetaria que del mar Cantábrico. No amaba el mar, nunca le gustó su oleaje.

Felipe Camino a los 20 años. Foto: Archivo Saiz Viadero

Felipe Camino a los 20 años. Foto: Archivo Saiz Viadero

Pero, en todo caso, fue en Santander donde vio despertar su pasión por el teatro, reforzada luego con la experiencia madrileña, y donde se estableció como boticario durante algún tiempo: cinco años en total ente las dos farmacias de la calle San Francisco y la plaza de la Esperanza, hasta que su despreocupación y su afición a la buena vida le llevaron a cometer unos hechos delictivos cuyas consecuencias, en principio, fueron el vagabundeo por la península enrolado en los elencos de compañías teatrales de escasa categoría, con la posterior detención, juicio y condena a pasar veinte meses en la lóbrega prisión de Santa María Egipciaca, y no los tres años en el penal del Dueso como en algunas partes se ha dicho.

Fue en Santander donde vio despertar su pasión por el teatro, reforzada luego con la experiencia madrileña

Con su puesta en libertad se produjo el cese definitivo de su residencia santanderina y el intento fallido de iniciar una nueva vida en la villa vizcaína de Balmaseda, también como boticario. Precisamente ahora se cumplirá un siglo desde que, impulsado por un pronto frustrado idilio amoroso con la joven peruana Irene de Lámbarri, repetiría su abandono del despacho de farmacia.

Un azaroso itinerario entre Vizcaya, Barcelona y Madrid y nuevamente el desamparo propio de alguien que no encuentra formas de sustento y que busca en la poesía el camino que no había sabido encontrar entre las fórmulas de específicos, ni tampoco en los escenarios provincianos como era su vocación desde la infancia.

Las hermanas Irene (dcha.) y María de Lámbarri, en Valmaseda 1908. Cortesía de Ignacio Lámbarri Galicia

De izquierda a derecha María e Irene Lámbarri con su primo José María Lámbarri en Cuzco 1909. Cortesía Ignacio Galicia Lámbarri

Sin embargo, sí pudo encontrar el camino para materializar una primera edición de sus poemas bajo el título que alcanzaría a ser legendario de Versos y oraciones de caminante (Madrid, 1920). Bien es sabido que de la poesía nadie vive y, si se descuida, hasta puede morir, pero al paso de los años llegó a conocer una prolongación del mismo título (Nueva York, 1929).

Una breve y esclarecedora estancia en la Guinea española en calidad de funcionario le otorgará en noviembre de 1922 la Medalla de África y también el deseo de abandonar pronto esta misión no exenta de corrupciones ajenas, tomando la decisión de emigrar a México donde a poco de llegar, en 1924, conoce a la profesora Berta Gamboa con quien se traslada a Nueva York, contrayendo matrimonio en las navidades por vez primera (y no segunda, como se ha venido repitiendo quizás bajo el recuerdo de su idilio con la joven peruana) y única en su vida.

León Felipe y su esposa Berta Gamboa. Foto: Archivo Saiz Viadero

León Felipe y su esposa Berta Gamboa. Fotografía: Archivo Saiz Viadero

Ocho años en los ambientes universitarios de Estados Unidos ejerciendo como profesor y actuando como traductor antes de sentir la llamada española a poco de haberse instaurado la República en España, lo cual le conduce a pasar algún tiempo en su país de origen para después aceptar un destino en la Universidad de Panamá. Para ese momento, León Felipe es ya un poeta ampliamente conocido, a pesar de su escasa producción poética (solamente ha añadido a su bibliografía el libro Drop a star, 1933) y lo inclasificable de su estilo.

Ajeno como fue siempre a la adscripción partidista, su especial personalidad le granjeó tanto simpatías como antipatías

Pero nuevamente será su país el que quebrará sus propósitos profesionales, puesto que al producirse la sublevación militar de una parte del Ejército decide ponerse al lado de la legalidad republicana y regresa a España en octubre de 1936, donde en el Madrid sitiado convivirá entre otros con los poetas republicanos Rafael Alberti, Emilio Prados y el peruano Pablo Neruda, constatará la animadversión personal de que siempre le hizo objeto Juan Ramón Jiménez y, una vez en Valencia y Barcelona, participará en mítines culturales con Antonio Machado, con cuya figura encabezará muy posteriormente el mural titulado Don Quijote en el exilio, pintado por Antonio Rodríguez Luna en 1973 y depositado por Eulalio Ferrer en su Museo Iconográfico del Quijote de Guanajuato.

Antonio Machado leyendo sus poemas en Valencia. Foto: Archivo Saiz ViaderoLeón Felipe leyendo sus poemas en Valencia. Foto: Archivo Saiz Viadero Antonio Machado y León Felipe leyendo sus poemas en Valencia. Fotografías: Archivo Saiz Viadero

Ajeno como fue siempre a la adscripción partidista, su especial personalidad le granjeó tanto simpatías como antipatías; algunas de estas últimas estuvieron a punto de costarle la vida en Madrid y en Barcelona, sobre todo a raíz de la publicación de su largo poema La insignia (1937). Acompañado de su mujer en su último trayecto hispano, en 1938 cruzan la frontera y desde allí viajan a México. El exilio americano será su refugio.

Nada más llegar a México -donde se convierte en la voz más autorizada por profética- retoma con fuerza su labor de escritura y en los treinta años que permanecerá transterrado publica más de veinte volúmenes, entre los cuales se encuentra su Antología rota (Buenos Aires, 1947), prohibida en España más aún que cualquier otra de sus obras, no autorizadas hasta la muerte del dictador. No se olvidaba la denuncia de su verso: El sapo Iscariote y ladrón.

León Felipe y Berta Gamboa en la trinchera Casa de Campo. Fotografía: Archivo Saiz Viadero

León Felipe y Berta Gamboa en la trinchera Casa de Campo. Fotografía: Archivo Saiz Viadero

En 1957 fallece Berta Gamboa, dejándolo sumido en una gran depresión. Nadie pensaba que pudiera subsistir en esa soledad, después de haber fallecido su compañera durante más de treinta años. Pero en la vida sentimental del poeta, aunque sea consecuencia de su temperamento lleno de romanticismo platónico, hubo la presencia de otras mujeres, tanto en juventud (Santander y Balmaseda), en su bohemia (Madrid), en su madurez (Panamá), y en su ancianidad (México). La más flagrante de todas ha sido, sin duda por lo llamativa, fue la actriz Sara Montiel, quien en 1950 buscaba, entre otros muchos, el amparo del poeta manteniendo con él un flirteo amoroso que ella misma ha contado en sus memorias Vivir es un placer (2000): "León era un hombre que me arrastraba, pero al que no amaba. Yo no tuve hacia él un amor como el que él sentía por mí. Jamás estuvimos juntos. Le tenía un cariño muy grande pero no podía estar con él. No entiendo cómo no me acosté con León y sí en cambio con Plaza, siendo que a León Felipe lo he querido y admirado mucho más que a Juan Plaza".

León Felipe con Sarita Montiel. Fotografía: Archivo Saiz Viadero

León Felipe con Sarita Montiel. Fotografía: Archivo Saiz Viadero

Nunca regresó a España, ni siquiera después de muerto, pese a los esfuerzos realizados por su sobrino el torero Carlos Arruza para que, al menos, visitara de nuevo el Santander surgido después del incendio de 1941, pero el poeta se negó a última hora, aduciendo que ya no conocería a nadie y que extrañaría sus viejas calles.

Con la muerte de León Felipe hace ahora cincuenta años nos fue la figura del último gran poeta de la España peregrina, y con las revelaciones posteriores nos queda una gran incógnita acerca de alguna de las manifestaciones de su sexualidad.

León Felipe y Sarita Montiel con otros tertulianos. Fotografía: Archivo Saiz Viadero

León Felipe y Sarita Montiel con otros tertulianos. Fotografía: Archivo Saiz Viadero

Cincuenta años del fallecimiento de León Felipe, la voz poética y profética de la...
Comentarios