jueves. 28.03.2024

El otoño abrigaba con hojas el cuerpo desnudo de la Universidad Politécnica de Minas y Energía a principios de diciembre. Lejos de ser conscientes de la ola de frío que azotaría Cantabria durante la Navidad, los estudiantes tomaban su habitual café en la Plaza de las Autonomías, en Torrelavega, lamentando lo inevitable, desde marzo. Este año no habría Santa Bárbara. La patrona de la universidad torrelaveguense no podría infundir la fuerza que los futuros ingenieros necesitan para superar el curso, como cada cuatro de diciembre, en el que los alumnos entierran el pico y la pala, por una noche, sin temor alguno al arrepentimiento.

Al mismo tiempo, en la avenida de los Castros, decenas de docentes planifican el calendario de exámenes más complicado que la Universidad de Cantabria haya albergado en su longeva historia. Los profesores temen los brotes masivos bajo el techo de unas aulas vetustas, a la par que acostumbrados a soportar centenares de estudiantes realizando exámenes sin tener que preocuparse de la distancia de seguridad. Muchos de ellos incapaces de regresar a sus ciudades de origen para visitar a su familia en el periodo navideño, por el miedo a sufrir un contagio que le impida concluir el año lectivo con éxito.

La Covid-19 ha condicionado la vida de estudiantes y docentes, principalmente, pero también lo que hecho con todo aquel que roce, en mayor o menor medida, el mundo de la enseñanza. Desde los hosteleros y dueños de pubs de ocio que han acusado la menor afluencia de clientes en las ciudades universitarias, cuya vida social, uno de los puntos inolvidables para quien ha sido universitario, se ha visto reducida a la nada, pasando por todos y todas aquellas personas que han perdido un empleo y, bajo su consiguiente reducción de ingresos, no han podido financiar sus estudios, como, por supuesto, quien ha tenido que decir adiós a un ser querido durante la pandemia.

“La realidad es que la universidad no estaba preparada para la docencia online, al menos de forma tan radical”. Ricardo Ruiz (Tanos, 26 años), brillante durante su etapa como estudiante y que, en 2020 iniciaba su etapa al otro lado de los pupitres, como docente, dice haberse visto afectado duramente por la pandemia. “Estoy trabajando en mi tesis doctoral, puesto que siempre he querido ser docente, y buena parte de la documentación a consultar se encuentra en los Archivos, que durante más de medio año estuvieron cerrados, y durante otra parte del mismo la movilidad impedían que pudiésemos visitarlos”. 

La realidad es que la universidad no estaba preparada para la docencia online, al menos de forma tan radical

Sus primeros pasos en la vida laboral, como profesor en la Universidad de Cantabria, comenzaron el pasado curso, por lo que se vieron interrumpidos por la crisis sanitaria y que, durante el nuevo año académico, se han visto muy condicionados por una universidad desbordada a la hora de actualizarse a una vida online sin precedentes. En este aspecto, se muestra satisfecho con la educación recibida por aquellos nacidos en los ’90, pero no logra evitar preocuparse por quienes no han logrado adaptarse o, desgraciadamente, su situación económica no les permite situarse a la vanguardia tecnológica por falta de medios. “Hemos pasado de 0 a 100 en tema online y, como es lógico, aquellos que veníamos formando durante años en este tipo de educación, hemos jugado con ventaja”.

El cierre perimetral ha puesto a prueba a buena parte de la sociedad española. Todos hemos experimentado en primera persona, en mayor o menor medida, la fuerza del amor. Todos nos hemos desplazado, alguna vez, a visitar a un familiar o amigo fuera de nuestras fronteras. Y la pandemia ha acrecentado la necesidad de tener cerca siempre a esa persona que nos sabe escuchar, un hombro donde llorar y un abrazo que te dice “tranquilo, todo va a salir bien”, sin necesidad de emitir una palabra. El estado de alarma durante el pasado curso, y las restricciones durante el actual, no han permitido a muchos estudiantes visitar a sus familiares, parejas y amigos durante el curso, y eso dificulta la superación de los obstáculos que la universidad te pone por delante. “Uno cuando decide estudiar en Madrid tiene la idea de visitar, al menos, una vez por mes, a sus familiares y amigos y debido a la pandemia hemos estado tres, cuatro y hasta cinco meses sin regresar a casa”. Y no es lo más duro que nos contaba Pedro Gañán (El Astillero, 24 años), astillerense de nacimiento y madrileño de adopción, pues en la capital ha encontrado a su pareja y, afirma, ha encontrado personas que le han hecho sentirse “como en casa”. 

“A veces te plantas en la estación rezando que nadie te pare para poder regresar a casa, sin ánimo de volver a Cantabria para salir de fiesta, disfrutar ni nada por el estilo, sino porque necesitas ver a tu familia”. En cambio, el sentimiento de responsabilidad y el temor a contagiar a sus familiares, puesto que la situación en Madrid ha sido peor que en tierras cántabras, le lleva a tomar la decisión de esperar al momento en el que todo mejore.

La facultad que más alumnos recibe desde fuera de Cantabria es, sin duda, la Escuela de Fisioterapia Gimbernat, en Torrelavega, adscrita a la Universidad de Cantabria. Una facultad reciente, que destaca a nivel organizativo debido a su forma de agrupar, cada año, a la numerosa cantidad de alumnos que se inician en el mundo de la fisioterapia. Muchos de ellos, procedentes de fuera de ‘La Tierruca’. Los futuros fisios han sido de los más afortunados puesto que “desde mi universidad, a nivel de clases, supieron organizarse bien para seguir en la medida de lo posible el horario normal, de forma telemática, y ayudándose de diversos trabajos para poder terminar la materia”. Una de sus alumnas, Esther García de los Salmones (Santander, 21 años), se encontraba cursando sus prácticas externas en pleno marzo de 2020, cuando estalló la pandemia en España.

La importancia del trabajo práctico es un gran como es fisioterapia se hace vital para completar su formación, y Esther lamentaba “tener que haber dado algunas asignaturas, orientadas a la práctica, de forma online”, aunque afirma haber completado sus horas y, además, desde la universidad les facilitaron horas extra los fines de semana, durante el curso actual, para recuperarlas.

A la par que destaca el criterio organizativo de su facultad, no niega que, durante de uno de los mejores periodos de su vida, repleto de experiencias, personas nuevas y fiestas universitarias; le entristece pensar que esos momentos no se recuperan. “La universidad es otro rollo… los amigos, los compañeros de piso, las fiestas.... pero desde el punto de vista humano es injusto dar este año como perdido, porque, aunque yo no haya disfrutado esas experiencias, ahí afuera siempre ha habido gente luchando por salvar vidas, como los médicos o enfermeros; personas haciendo que no nos quedásemos sin abastecimiento, como repartidores o empleados de centros comerciales, y muchos han perdido a sus seres queridos. No se merecen que este año se olvide, creo que es necesaria la historia y la memoria, y este año será para recordar”.

Todos hemos tomado ese café. Hemos dejado de ir a esa fiesta. Hemos llorado ante el espejo, angustiados, por no saber qué pasara, por no poder ver a un familiar; por perdernos algo que, en definitiva, nos hacía felices. Pero todos los otoños se han terminado y, al volar la última hoja del suelo desnudo de la universidad, ha vuelto a salir el sol.

“Es injusto pensar que hemos perdido un año cuando hay mucha gente que ha perdido a sus...
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