jueves. 25.04.2024

La “marea de la derecha del PP y Vox” a la que apelaba Miguel Ángel Revilla para justificar su derrota en las elecciones autonómicas y municipales del pasado domingo, 28 de mayo, no es sino expresión de la ola conservadora mundial impulsada por las élites, indecisas ante los propios límites del modelo de desarrollo económico capitalista, fomentando posiciones de extrema derecha como factor corrector que haga frente a un creciente malestar en los países del norte desarrollado. Sociedades que habían alcanzado los niveles derivados de la implantación del “estado del bienestar” ven cómo sectores crecientes del electorado “rabian” larvadamente y se ofrecen a salidas de respuesta fácil y parcial, dentro del reaccionarismo; y esto, ante la ausencia o debilidad de los modelos, proyectos y alternativas electorales de la izquierda y, más ampliamente, del progresismo. Se hace evidente, además, que el poder económico, más el de carácter financiero que industrial, “lo controla todo”, especialmente, los aparatos políticos y las conciencias, lo que llega al Estado español en forma de derecha neofranquista, de posiciones “trumpistas” de base irracional (¡combatir el cambio climático poniendo macetas!) y acostumbrada a manejar las fuentes presupuestarias con un claro sentido patrimonial, a lo que se sienten con el derecho derivado de que lo que se salga fuera de su control sea repudiado como “ilegítimo”, lo que en su imaginario tachan de anti-España.

La crisis financiera de 2008 repercutió en el resquebrajamiento del régimen político español regulado por la Constitución de 1978, situación agravada con la abdicación de Juan Carlos I en 2014, como expresión acallada de la crisis de régimen y de la corrupción de la monarquía. El movimiento del 15 M, desde 2011,  y el proceso de independencia de Cataluña, desde 2012, favorecieron la irrupción de nuevos partidos políticos que debilitaron el bipartidismo en el ámbito estatal (PSOE, PP), fundamentalmente con la presentación de Podemos (2014), el “antiPodemos” de la derecha impulsado por las élites y con base en el unitarismo español antinacionalista catalán, Ciudadants reconvertido en Ciudadanos, y el impulso de una extrema derecha –latente históricamente en el PP- que irrumpe en 2019, en parte por el pánico generado tras la celebración de referéndum de independencia de Cataluña en 2017.

Pero pocos pensaban que las posibilidades de transformación que se iniciaban con la irrupción de Podemos y sus consecuencias, tan solo nueve años después, hayan dejado un escenario de dilapidación de la izquierda (primero, Izquierda Unida; después, Podemos), con un PSOE cooptado por los poderes reales y el avance de una derecha que coquetea expresamente con la extrema derecha neofranquista, que se dispone al asalto total del poder, prácticamente en toda España, salvo Euskal Herria y Cataluña.

A Cantabria, parte de esa España mayoritaria, muchas veces negra y condicionada por un “deep state” de oligarcas, medios de comunicación que no son sino la expresión de su propaganda, judicatura parcial y derivada del franquismo y castas ligadas a entramados paralegales y, en muchas ocasiones, corruptas, la “marea de la derecha del PP y Vox”, que lamentaba Revilla, contra la mayoría de los pronósticos y encuestas preelectorales, también ha llegado, llevando a la derecha y extrema derecha a la mayoría absoluta en el poder autonómico y en buena parte de municipios. La izquierda de Cantabria, ya muy frágil históricamente, y poco adaptada a la realidad del país, succionada durante estos últimos decenios por el PRC, se ha debatido entre la no representación y una ligera subida del PSOE, lo que ha contrastado con su descenso –los más expresivos hablan de “debacle”- en el conjunto estatal.

La sorpresa de la jornada electoral del pasado domingo en Cantabria la evidenció el PRC

De todos modos, la sorpresa de la jornada electoral del pasado domingo en Cantabria la evidenció el PRC o, mejor, la estrategia personalista de su líder, pues solo el CIS del maquiavélico José Félix Tezanos vaticinó la pérdida de prácticamente la mitad del electorado de 2019. Pero un partido en torno a un líder incontestado más un grupo de alcaldes que, en ocasiones, han urdido sus propias redes clientelares, no ha sucumbido simplemente por la llegada de una ola reaccionaria –a la que, por cierto, el propio PRC ha colaborado en afianzar con su voto, en muchos temas, en la línea del PP y Vox en el Congreso español- sino, como ya se evidenciaba desde tiempo atrás, más que por el agotamiento, por el fracaso de la estrategia que puede denominarse “revillismo”.

Si el “revillismo” ha sido la forma de entender el ejercicio político basada en el gracejo de un líder, la concepción de la política como gestión de tamiz municipal, la españolidad de Cantabria y en, sobre todo al final, el monocultivo económico de su proyección turística, cerrando filas sin hacer autocrítica en los casos de corrupción que han irrumpido en sus parcelas de poder, y todo en forma de autobombo de la figura de Revilla, se puede aventurar que ya no tendrá posibilidades de expresarse. Revilla, sin la presidencia de Cantabria y sin capacidad para proyectarse políticamente en el ámbito estatal, posiblemente sea ya un “cadáver políítico”. No parece fácil que el PP y sus adláteres –entre los cuales puede estar incluso, paradójicamente, el propio PRC- pierda a corto o medio plazo el poder autonómico, lo que imposibilitará de por vida la vuelta de Revilla a la presidencia. El éxito personal de Revilla no se ha basado ni en la articulación de un discurso sólido, ni en la construcción de un verdadero partido político en el que el debate es impedido, ni en la construcción de estructuras de poder institucionales que hicieran irreversible la identidad y la fortaleza del autogobierno cántabro y de un modelo de desarrollo equilibrado intersectoralmente. 

No obstante el batacazo, al PRC le quedan unos sesenta mil votos, una vez experimentada una sangría que básicamente ha ido a la derecha, de vocación mayormente progresista, de extracción social ubicada en clases medias, sectores populares y ámbitos rurales no reaccionarios. 

El final de Revilla y el futuro del cantabrismo (I)
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