jueves. 28.03.2024

El 10 de mayo de 1843 nacía en Las Palmas de Gran Canaria Benito Pérez Galdós. Se cumple, pues, en estos días el 177 aniversario de la llegada al mundo de este escritor canario, español y universal.

La mayor parte de su existencia transcurrió en Madrid, siendo ésta la ciudad en la cual fallecería el 4 de enero de 1920, pero también durante más de la mitad de su vida estuvo visitando asiduamente Santander, donde en el año 1893 inauguró su propia residencia: la finca “San Quintín”, emplazada en los aledaños de la península de La Magdalena cuando su enclave funcionaba solamente como restos de un bastión defensivo ante un hipotético ataque por vía marítima.

San Quintín, la casa original de Galdós. Colección: J.A. TorcidaSan Quintín, la casa original de Galdós. Colección: J.A. Torcida

La crisis pública provocada por la aparición y la extensión de la pandemia del coronavirus ha venido a interrumpir, entre otros muchos eventos de carácter cultural, las actividades previstas en diversos puntos de España con motivo de la conmemoración del centenario del fallecimiento del autor de los Episodios Nacionales.

Santander, como no podía ser de otra manera, tenía en funcionamiento un extenso programa dedicado a desgranar la intensa relación que con esta ciudad mantuvo don Benito, fruto de la presencia a lo largo de 46 años de su existencia. Relación que se componía de múltiples señales diseminadas en sus publicaciones, estrechas amistades y unos lazos sentimentales más o menos perecederos, culminado todo ello con la erección de la ya citada “San Quintín” que, pese a la gran transformación sufrida en su edificación en el transcurso de la segunda mitad del siglo pasado y la pérdida de su carácter intelectual, aún perdura en el mismo lugar. 

Vera Fernández de la Reguera y Ramón Viadero en San Quintín (2013)Vera Fernández de la Reguera y Ramón Viadero en San Quintín (2013)

Sorprende que mientras el Ayuntamiento de Santander ha programado una serie de actividades galdosistas, el Gobierno de Cantabria haya permanecido hasta la fecha ajeno a la posible recuperación de la figura del autor de un libro tan importante para la región como fue el relato de viajes titulado Cuarenta leguas por Cantabria (1876-1877). Porque tanto Galdós, como su entrañable colega y amigo José María de Pereda (1833-1906), son dos autores de suma trascendencia para comprender algunos aspectos de la historia y personalidad de Cantabria; ambos viajaron en calesa por el Occidente provincial en compañía del comerciante Andrés Crespo, y resultado de esa larga y fecunda excursión nació la serie de reportajes periodísticos que pronto daría lugar al libro anteriormente citado, situado cronológicamente entre Costas y montañas: diario de un caminante (1871), de Amós de Escalante, y Desde la Montaña (1894), de Emilia Pardo Bazán.  

Portada del libro Cuarenta leguas por CantabriaPortada del libro Cuarenta leguas por Cantabria

Cuando en el verano de 1871 llegara por vez primera a Santander era un joven periodista de 28 años, flamante autor de dos novelas que abrirían su extensa bibliografía: La Fontana de Oro (1870) y La sombra (1871). Una bibliografía que superará con creces el centenar de títulos, en los cuales se encuentran comprendidos la narrativa, el teatro y alguna miscelánea de escritos procedentes de su etapa periodística: solamente los Episodios Nacionales constituyen 46 volúmenes, que hubieran sumado algunos más si la ceguera y la decadencia física del autor no hubieran abortado su producción unos años antes de su fallecimiento.

La huella galdosiana en Cantabria no solamente ha quedado reflejada en la denominación de algunos centros educativos, como el Colegio Público Pérez Galdós, en Requejada-Polanco, sino también repartida muy profusamente en el nomenclátor callejero santanderino: recuerdo haber publicado (Alerta, 3/5/1997) una glosa recogiendo denominaciones que recordaban la figura y algunas de las obras del maestro de la novelística, de la misma manera que su nombre aparece en ciudades y villas tales como Castro Urdiales, Reinosa, Santoña y Unquera; en esta última recordando, según aseguran los naturales del lugar, que fue en la casa de postas “La Corralada” donde se hospedó Galdós en su paso para escribir Cuarenta leguas por Cantabria.

El autor de Fortunata y Jacinta (1887) fue un maestro de la literatura cuya personalidad no siempre concitó adhesiones, como se demuestra en el contenido de Galdós en la hoguera (1994), el libro de Benito Madariaga. Sin embargo, su serena personalidad contribuyó a superar los escrúpulos que lo avanzado de sus temas novelísticos y teatrales pudieron despertar en amigos tan conservadores como Pereda y Marcelino Menéndez y Pelayo; pero hasta el final de su vida, y todavía muchos años más tarde, hubo de sufrir la persecución de fuerzas eclesiales que se encontraron reflejadas en sus algunas de sus obras y trataron de impedir la difusión, llegando incluso a boicotear en 1912 la posibilidad de la concesión del Premio Nobel de Literatura. Una enemiga que se había reforzado a partir del estreno teatral de Electra (1901), cuando muchos clérigos pudieron verse retratados en el siniestro personaje de Pantoja.

El joven periodista santanderino José del Rio Sainz, popularizado ya su seudónimo de Pick, reconocía la animadversión de origen jesuita inculcada en sus años adolescentes hacia la figura de don Benito, y después de la muerte de éste se convirtió en su más fervoroso admirador. Ya se sabe que los españoles sabemos enterrar muy bien.

Algunos otros, embriagados aún por cierto tufillo clerical, continúan negando la verdadera trascendencia de la obra escrita por quien se constituye en émulo de Cervantes, como en Gran Bretaña se considera de Shakespeare a Walter Scott o Charles Dickens, a la altura del Víctor Hugo francés de La comedia humana.

Una vez fallecidos Pereda, Menéndez Pelayo y el propio Galdós, en Santander solamente quedaba la sombra del maestro cultivada en “San Quintín” por Manuel Rubín, el guardián asturiano de sus tesoros, recibiendo las visitas de Pick y de Valentín Azpilicueta Gonzalo, reivindicadores de que la figura señera del autor de El abuelo (1897) tuviera una continuidad eterna en Santander, mediante la creación de un Museo Galdosiano en la finca por él construida. Vanos propósitos, puesto que la estulticia política y la guerra civil quebraron el proyecto de adquisición de la finca por parte del Estado español. Y al exilio exterior hubo de partir el republicano conservador Azpilicueta y en el exilio interior hubo de permanecer el republicano también conservador Pick, poniendo sordina a sus antiguas simpatías galdosianas.

Fue un particular el que se hizo con la propiedad y acabó transformando completamente el inmueble, como ya se ha dicho, quizás con la intención de exorcizar fantasmas allí residentes. Cuando escribimos la Guía secreta de Santander (1975), mi inolvidable colega Pedro Vallés Gómez y yo dejamos constancia de la tropelía sufrida, mediante la cual se acababa completamente con el propósito de convertir aquella casa en templo de la sabiduría galdosista, iniciativa que se hubiera adelantado a la creación de la Casa-Museo de Las Palmas de Gran Canaria, constituyendo, junto con la Biblioteca Menéndez Pelayo y la Universidad Internacional de la Magdalena, un importante trípode cultural santanderino. Nunca conseguí traspasar aquellos muros, cuya puerta, por cierto, logró salvarla Madariaga al enviarla a Las Palmas, donde reposa actualmente.  

Pero hace unos pocos años, con motivo de la grabación del cortometraje documental El hotel vacío (2013), gracias a la gestión efectuada por el entonces alcalde Íñigo de la Serna pudimos entrar en el palacete el difunto cronista oficial Benito Madariaga de la Campa, Manuela Alonso Laza, y un servidor, para dejar grabados nuestros recuerdos galdosistas ante la cámara en el mismo jardín que tantas páginas de historia y tantos personajes viera desfilar entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, la mayor parte de los cuales han quedado contabilizados en las páginas de mi libro Los visitantes de San Quintín (1995).

Portada del libro Los visitantes de San QuintínPortada del libro Los visitantes de San Quintín

Galdós merece un homenaje no solo de Santander, sino de Cantabria entera. Un homenaje que renueve los vínculos mantenidos con la ficticia Ficóbriga, suma de tantos paisajes costeros cántabros, en su novela Gloria (1876-77); con la Villamojada que es Torrelavega en su novela Marianela (1878), en la cual también aparecen las localidades próximas de Cartes y las minas de Mercadal en Reocín; con el romanticismo de Santillana del Mar -“la villa difunta”, “la Brujas española”-, Comillas y San Vicente de la Barquera, el desfiladero de La Hermida, Potes “villa adusta y señora de estos adustos lugares”… y tantos lugares descritos con motivo del recorrido de sus leguas cántabras; con el Puente Viesgo a cuyo balneario llegó para tomar baños con el entrañable periodista José Estrañi; o con el Polanco al que acudía a visitar a su amigo Pereda cuando éste pasaba los veranos en lo que denominaba su “laboratorio”, y para cuyo cementerio su amigo canario diseñó la tumba que sirvió de recogimiento final de los restos del autor de Sotileza (1885). 

Galdós en San Quintín (19012-14) con Margarita Xirgu y José Estrañi. Foto: José Arauna. Colección Víctor del Campo Cruz, Centro de Documentación de la Imagen de Santander, CDIS, Ayuntamiento de Santander.Galdós en San Quintín (1912-14) con Margarita Xirgu y José Estrañi. Foto: José Arauna. Colección Víctor del Campo Cruz, Centro de Documentación de la Imagen de Santander, CDIS, Ayuntamiento de Santander.

Un homenaje que no sea producto pasajero y volátil devenido puntualmente de la celebración de una efeméride centenaria, sino tributo de la admiración constante hacia la personalidad de quien un día finisecular quiso rubricar su relación santanderina incluyéndose en el padrón de vecinos. Fue en la perediana cuesta del Hospital donde nació en 1891 su única hija reconocida: María Pérez-Galdós Cobián, la heredera de “San Quintín”, fruto de la larga relación amorosa mantenida por el escritor con la modelo asturiana Lorenza Cobián González; y el municipio astillerense y el lugar de Monte fueron residencia última de su amor por Concha Ruth Morell (la Tristana literaria, investigada por Matilde Camus), dos ejemplos de la extensa relación de mujeres que desfilaron por la vida sentimental del que fuera solterón de nacimiento.    

Quedan los nombres aportados por Cantabria a la lista de algunos ensayistas y biógrafos galdosianos Carmen Bravo-Villasante, Ricardo Gullón, Pedro Ortiz-Armengol, Benito Madariaga de la Campa, ya desaparecidos, así como la reciente Premio Comillas de Biografía Yolanda Arencibia, con quienes hemos compartido jornadas galdosianas en Las Palmas de Gran Canaria, acompañados, entre muchos otros, de los profesores José Manuel González Herrán, Salvador García Castañeda, Germán Gullón y, creo recordar, también el ha poco fallecido Anthony Clarke.

A Santander llegó Galdós en 1871, como se ha dicho, y de Torrelavega y Santander se despidió en el verano de 1917, al finalizar las representaciones de Marianela. Era su despedida de Cantabria y, puede decirse, del teatro.   

Galdós y Cantabria por José Ramón Saiz Viadero
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