viernes. 29.03.2024

Mucho antes que los humanos, los lobos han sido dueños y señores de las montañas, unos habitantes afables que ocuparon laderas y transitaron por los bosques, en los que ocupaban un lugar primordial en el ecosistema, siendo el eje sobre el que orbitaban el resto de especies en la cadena alimenticia. Sin embargo, de la noche a la mañana se han convertido en el centro de todas las miradas. Ganaderos y aldeanos se han ‘levantado en armas’ contra esta especie, alegando que los caminos de los lobos cada vez transitan más cerca de las poblaciones, con el consiguiente perjuicio de algunos ataques a ganados y cultivos. Sin embargo, esta convivencia ha sido respetuosa a lo largo de muchos años.

Hablamos de ello con el geógrafo Jesús García Díaz, un cántabro que conoce las montañas y sus especies como la palma de su mano. Una vida entre montañas le ha servido para escribir el libro ‘La huella del lobo en la cultura y el territorio cantábricos’, en el que desgranada las múltiples peculiaridades del lobo y rebaja la tensión en cuanto a su presencia en el ecosistema.

Jesús habla de las características del lobo y el trato inadecuado que está recibiendo ahora. “Se necesita un modelo de protección para conciliar esfuerzos. Es obvio que en algunos lugares la presencia del lobo colisiona con los ganaderos”, apunta Jesús. Sin embargo, considera que se están produciendo “actitudes excluyentes. No ayudan las posiciones alarmistas y catastrofistas que se promocionan desde la administración. Se están creando alarmismos sin rigor”.

"Debe haber un mando único en España, no puede haber unas normas específicas para Cantabria, Asturias o Castilla y León"

Desde luego hay que proteger al lobo, haciéndolo de una manera que encauce los deseos y el bienestar de los habitantes y los ganaderos. Pero la disparidad de legislaciones según la comunidad autónoma es algo que no contribuye a sumar. “Debe haber un mando único en España, no puede haber unas normas específicas para Cantabria, Asturias o Castilla y León. Debe ser una gestión de una especie poblacional única. Por ello se debe conciliar a todas las administraciones bajo el mismo paraguas, hay que implementar medidas”.

Lejos de fomentar la caza o ponerle coto a la misma, es necesario alcanzar otras soluciones. En vez de destinar una partida económica a la disminución de la misma, se puede optar por medidas para que las especies no salgan de sus zonas habituales. El gasto sería el mismo, pero más allá de diezmar su población simplemente se les dejaría estar en su zona. A este respecto, Jesús García Díaz apunta a que hay “medidas incentivadas que se componen de la falta de ataques. Eso garantiza la tranquilidad del ganadero. Mismo gasto público”.

Las batidas de caza se plantean como soluciones al tener como objetivo acabar a los lobos, pero al encontrarse los cazadores en su terreno, esto hace que la manada huya en diferentes direcciones. Por lo que esta disgregación no hace más que dispersar la presencia de los mismos fuera de su hábitat natural, esto lleva a que haya más terreno por los que se pueda vislumbrar uno de estos mamíferos. “El lobo tiene una gran movilidad y busca moverse es espacios reducidos”. Por lo que la caza conlleva a la dispersión de los lobos, cuando ellos buscan ocupar unos espacios en calma.

Pero llegado un momento la población de los lobos aumenta y aquí sí se realizan ciertas migraciones: “El problema viene cuando la población aumenta, pero el espacio es el mismo”. Pero la solución no es darles manga ancha a los cazadores de gatillo fácil, la respuesta es estudiar y comunicar más las características del lobo: “La movilidad es un factor importante, por lo que es necesario conocer sus hábitos y sus pautas”.

"Las batidas rompen la estructura. Así los lobos se dispersan"

“Las batidas rompen la estructura. Así los lobos se dispersan. De esta manera los convertimos en animales erráticos. Hay zonas en las que por las incidencias no se les puede echar y a veces se les echa”.

Al final, el miedo y la desinformación forman un cóctel explosivo, que pasa de mano en mano hasta que un día explota en una encarnizada lucha contra el lobo ante la cual el mismo no puede más que huir de las balas, de manera que más población tendrá presencia de lobos solitarios que, alejados de su manada y sus lugares de tránsito habituales, podrá tener un comportamiento menos cívico. Por ello no es necesario ir al ataque, sino defenderse (en la medida en que uno se sienta vilipendiado por uno estos animales). 

El propio Jesús García Díaz se ha visto frente a frente con un lobo, un episodio que lejos de recordarnos a una lucha encarnizada entre un depredador y su víctima, parecía más bien una conversación silenciosa entre dos seres vivos indolentes. “Me encontraba haciendo fotos entre el Saja y el Nansa, esperando a que los lobos pasasen para fotografiarles. Hubo un momento, tras comer un bocadillo, en el que me eché una cabezada. Al despertar me incorporé y sentí algo tras de mí. Me giré y allí estaba, a unos 15 metros de distancia se encontraba un lobo. Estaba sentado, observándome y en ese momento cogí mi cámara de fotos para retratarle. En ese instante el lobo dio media vuelta y se marchó”.

Para finalizar, Jesús García apunta que “el lobo es un patrimonio de todos, es un bien cultural. Parece que este mensaje sistemático de alzar la voz contra el lobo se deba más a otros intereses, es como si simplemente quisieran hacerse oír en ámbitos rentables. Hay que sentarse, defender lo anterior y llegar a un acuerdo”.

Al fin y al cabo, hombre y lobo convivieron durante muchos años, una dupla que no debe ser excluyente, sino que pueden formar una relación simbiótica. Hagámoslo así, aprendamos a convivir, perdón, sigamos conviviendo con los lobos como hemos hecho durante siglos. Con la distancia protocolaria que tan en boga está ahora y con una mirada cómplice y respetuosa entre animal y humano.

"El lobo es un patrimonio de todos, parece que alzar la voz en su contra se deba más a...
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