viernes. 29.03.2024

EL SIGLO DE LOS GENOCIDIOS

Septiembre de 1940. Portbou, en la frontera catalana entre España y Francia. Un hombre aparece muerto, en extrañas circunstancias, en una pensión de la pequeña localidad. Judío berlinés, 48 años. El día anterior ha llegado ilegalmente, cruzando los Pirineos. Su nombre, Walter Benjamin. Uno de los intelectuales más originales del siglo XX.

Walter Benjamin | Foto: Wikipedia

Walter Benjamin | Foto: Wikipedia

1940 pertenece a un siglo convulso. El siglo en el que se acuñó la palabra genocidio. Europa está en llamas, las cenizas de la Guerra Civil española, aún calientes. Hitler se prepara para dar el golpe definitivo a Europa asaltando Inglaterra. Un año antes, en 1939, casi medio millón de refugiados republicanos había cruzado los Pirineos, huyendo de la represión franquista. En 1940 un continuo goteo de europeos y judíos hace el camino inverso, escapando de la Francia colaboracionista y de los nazis.

UN RINCÓN EN NINGUNA PARTE

Ningún lugar es bueno para morir. Porbou era, y es, un hermoso rincón en ninguna parte. Un pueblecito de pescadores al abrigo de un estrecho valle, encajonado entre las últimas estribaciones de los Pirineos, y el mar sobre el que se desploman. Le cupo la suerte de ser un paso fronterizo y de que, en una decisión solo sustentada por la lógica militar, fuese elegido como punto de comunicación ferroviaria entre Francia y España, cuyos trenes cambiaban el ancho de vías aquí.

Portbou, con su estación de tren a la derecha | Foto: Wikipedia

Portbou, con su estación de tren a la derecha | Foto: Wikipedia

SACAR EL MALETÍN DE LA RATONERA

Walter Benjamin había huido de Berlín en 1933, ante el ascenso nazi. Vivió 7 años refugiado en París, hasta que la invasión alemana de Francia le obliga a escapar de nuevo para salvar la vida. Lo consiguió justo a tiempo: muy poco después de su partida, los nazis entraron en la capital francesa.

Para él y otros muchos, Europa era una ratonera

Para él y otros muchos, Europa era una ratonera. Solo quedaba una opción: cruzar el sur de Francia a través del gobierno colaboracionista de Vichy, luego España bajo el régimen pro nazi de Franco, para llegar a Lisboa. Y, desde allí, embarcar hacia Estados Unidos. Toda una odisea.

En setiembre de 1940, Benjamin entra en contacto, en el sur de Francia, con Lisa Fittko, una exiliada y activista judía que se ofrece a guiarle a través del Pirineo. Les acompaña Jenny Gurland –quien acabaría siendo la mujer de Erich Fromm– y el hijo de ésta.

Lisa Fittko desconocía el terreno y nunca había guiado a nadie en las montañas. De hecho, solo contaba con un plano garrapateado para aquella aventura. Pero a partir de ella, se especializó en llevar clandestinamente refugiados a España.

En sus memorias, Fittko describe la agonía de Benjamin, enfermo del corazón, por conseguir cruzar el collado, así como la desesperación de su huida y la obsesión por que los nazis no se apoderasen de un pesado maletín que transportaba con su último manuscrito. “Vale más que mi vida”, les decía.

MEMORIAL SINIESTRO

54 años después, en 1994, y junto al cementerio de Portbou, en el que Walter Benjamin está enterrado, el artista israelí Dani Karavan construyó un monumento en memoria del pensador al que denominó Pasajes, en homenaje a su último libro, Passagenwerk. El memorial, alabado como una perfecta integración de arte y naturaleza es, a ojos del autor de este artículo, una estructura de hierro cuya mejor calificación podría ser la de siniestro. Pero, por eso mismo, indudablemente acertado para la historia que celebra.

La bahía de Portbou desde el memorial | Foto: O.L.

La bahía de Portbou desde el memorial | Foto: O.L.

SOBREDOSIS

Benjamin cruzó clandestinamente los Pirineos porque, aunque contaba con visados para España, Portugal y Estados Unidos, carecía del preceptivo para salir de Francia. Al llegar a Portbou, la policía española informa a los fugitivos de que las disposiciones han cambiado, y no pueden entrar en España. Lo que significa poner a Walter Benjamin  Jenny Gurland, su hijo, y algunos fugitivos más que encontraron en el camino, en manos de los nazis. Tras una discusión, la policía acepta que, esa noche, pernocten en una pensión del pueblo. Al día siguiente, serían repatriados.

Una situación sin salida que, según contó después Jenny Gurland, fuerza al ya desesperado Benjamin a suicidarse con una sobredosis de la morfina que llevaba consigo.

LUZ AL FINAL DEL TÚNEL

Había oído hablar muy bien del memorial de Walter Benjamin y, una tarde del verano pasado, durante unas vacaciones en la Costa Brava, me acerqué a Port Bou. Al calor opresivo de la tarde se sumó lo que había sido un día tedioso cuando ascendía, con desgana, por la empinada cuesta que conduce al lugar. Sobre el mismo borde del acantilado, junto a los blancos muros del cementerio, el memorial es una extraña estructura de hierro oxidado, incongruente en medio de la luz del Mediterráneo. Unas escaleras de metal se precipitan, en la oscuridad, por un pasaje claustrofóbico, en lo que parece un descenso a los infiernos. Al recorrerlos, sentí la desesperación de Walter Benjamin, atrapado sin salida en aquel lugar perdido. Al final de las escaleras, se veía una luz, y la seguí. De pronto, me encontré frente a un cristal, colgado sobre el abismo, por el que entraba toda la azul inmensidad del Mediterráneo. La intensidad de la experiencia convirtió mi aburrimiento en una entusiasmada esperanza.

La construcción, junto al cementerio | Foto: O.L.

La construcción, junto al cementerio | Foto: O.L.

Un claustrofóbico descenso a los infiernos | Foto: O.L.

Un claustrofóbico descenso a los infiernos | Foto: O.L.

La luminosa salida sobre el mar | Foto: O.L.

La luminosa salida sobre el mar | Foto: O.L.

¿ALGUIEN DICE LA VERDAD?

La causa de la muerte de Benjamin está enfangada entre una masa de pruebas inconsistentes. Oficialmente, se la considera un suicidio por el testimonio de Jenny Gurland, quien relata su última conversación con el pensador en la misma mañana de su muerte, en la que éste le confesó haber ingerido una sobredosis de morfina la noche anterior. Pero si fuera así, aquella mañana Walter debería encontrarse ya en coma.

Existe un parte judicial de defunción con claras incoherencias

Existe un parte judicial de defunción con claras incoherencias. El certificado médico de defunción, de uno de los dos facultativos de Portbou, describe una muerte por derrame cerebral. El otro le factura atención médica e inyecciones durante la tarde anterior al deceso.

Por otra parte, Benjamin padecía seriamente del corazón, y aquel día había realizado un esfuerzo temerario. Para finalizar, la Gestapo contaba con, al menos, un representante en el pueblo, y no se descarta una visita policial durante aquella tarde a la habitación del filósofo.

Sobredosis, derrame cerebral, ataque al corazón, asesinato inducido por la Gestapo: sobran motivos para morirse. ¿La maleta que Walter tanto protegía? Nunca apareció.

Tras la muerte de Benjamin –que no es enterrado fuera del cementerio, como correspondería a un suicida y, además, no bautizado– la policía, contra toda lógica, da permiso a los fugitivos para entrar en el país. Embarcarían, desde Lisboa hacia América, unos pocos días más tarde.

UNA TUMBA IMPRESENTABLE PARA UN AUTOR INCLASIFICABLE

Después de visitar el memorial Walter Benjamin, entré en el pequeño cementerio de Portbou, en busca su tumba.

Benjamin fue un pensador heterodoxo y brillante, que abre fronteras en el mundo de la filosofía, la sociología, la política y las críticas de arte y de literatura. Se adelanta a su tiempo, cuestionando el todavía intocable mito del progreso o el valor de las obras de arte reproducidas, al desvincularse del lugar y al momento en que se crearon.

Jenny Gurland pagó, tras la muerte de Benjamin, las facturas que le fueron presentadas: el cura por su misa, los servicios funerarios, la atención de dos médicos, la pensión y un nicho en el cementerio por 5 años. Pasado ese tiempo, los restos fueron depositados en una fosa común que ahora se describe como su tumba, y sobre la que recientemente se colocó un monolito y una roca con una inscripción. Nunca faltan pequeñas ofrendas, piedras o flores sobre la roca. Las visitas a este lugar, de gente de todos los países, no dejan de crecer desde hace varios años.

Monolito dedicado a Walter Benjamin en la fosa común | Foto: O.L.

Monolito dedicado a Walter Benjamin en la fosa común | Foto: O.L.

EL ÁNGEL DE LA HISTORIA

El memorial de Portbou es un homenaje de fuerza conmovedora. En primer lugar, a Walter Benjamin. Y, a través de él, a todas las vidas amenazadas o perdidas de tantos exiliados, perseguidos y fugitivos del agónico siglo XX.

El ángel de la Historia –una conocida metáfora de Benjamin– describe a una figura que, arrastrada por un huracán hacia el futuro, se vuelve al pasado y presencia impotente el espectáculo del tiempo arrasándolo todo y sembrándolo de cadáveres. Una imagen precisa para describir el horror del pasado siglo.

A Walter Benjamin no lo mataron los nazis, ni un derrame cerebral. Ni siquiera la verdadera causa de su muerte fue el suicidio. Él, como tantos otros millones, fue una víctima más del horror de las guerras.

“El XX fue un siglo perdido, de derramamiento de sangre e inmenso sacrificio de vidas” explicó hace unos meses el reconocido filósofo alemán Peter Sloterdijk, en una reciente entrevista. “El XXI es, todavía, una prolongación del XX, concluyó”. No podía haber sido más acertado.
 

¿Quién mató a Walter Benjamin?
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