jueves. 25.04.2024

LA IMPENETRABLE NOCHE DEL DEVENIR

Conocer el futuro. Un sueño tan viejo como la Humanidad, ese hatajo de monos locos siempre debatiéndonos entre lo que somos pero no aceptamos y lo que no somos pero quisiéramos ser.

Todas las culturas encontraron estrategias para intentar adentrarse en la oscuridad de lo que aún no ha acontecido. Pero los caminos más adictivos son los que confían en que, desde el otro lado, los muertos nos lo revelen.

¿ME ENGAÑA MI PAREJA?

Épiro es algo así como la Cenicienta de Grecia. Un territorio pobre y eclipsado por la gloria de Atenas, Macedonia o Esparta. Pero ningún lugar es poco interesante. Ese defecto suele provenir más bien de quienes los visitan.

Ioánnina, capital de Épiro, es una ciudad pequeña con un intenso patrimonio otomano,  asentada entre verdes montañas y el bucólico lago Pamvótida.

En su museo llaman la atención los oráculos escritos en placas de plomo por las sacerdotisas del cercano santuario de Dodona. Eran respuestas a preguntas sobre su futuro que los peregrinos formulaban. Cuestiones que nosotros hoy confiamos a especialistas, con desigual fortuna: ¿Es oportuno este matrimonio? ¿Dónde debo invertir mi dinero? ¿Me engaña mi pareja? También las ciudades-estado y los reyes pedían consejo acerca de guerras, pactos y sucesiones. Decidí que yo también quería peregrinar al oráculo.

El Nekromanteion, descubierto bajo una iglesia | Foto: O.L.
El Nekromanteion, descubierto bajo una iglesia | Foto: O.L.

EL ÁRBOL QUE SUSURRABA PROFECÍAS

Dodona, situada bajo  el esplendor de una impactante montaña, resultó ser el centro de adivinación más antiguo de Grecia. Hace cuatro mil años se superpuso allí el culto a Zeus sobre su atribución original, de datación desconocida, a Gea, la diosa de la Tierra, a la que a partir de entonces se denominó Dione.

En torno a un roble sagrado, las sacerdotisas, que dormían sobre el suelo para recibir el poder adivinatorio de la diosa, interpretaban el futuro escuchando sus palabras en el susurro que  la brisa producía sobre las hojas del árbol.

Más tarde, a medida que Dodona se fue convirtiendo en un centro de peregrinación del tamaño de lo que hoy podrían ser Lourdes o Fátima, se añadieron edificios administrativos, un estadio y un enorme teatro.

El venerable roble que revelaba el futuro fue talado en el siglo IV, por orden del emperador Teodosio, para que su culto no compitiese con el cristianismo. Al menos, hoy ha sido sustituido por un ejemplar moderno.

El roble sagrado, entre las ruinas del templo Dodoni | Foto: O.L.
El roble sagrado, entre las ruinas del templo Dodoni | Foto: O.L.

ELEANOR

“Veo que estuvo en Dodona ¿Ha percibido su fuerza?”

La pregunta me sobresaltó. Estaba abstraído sobre mapas y folletos, mientras esperaba mi comanda en un restaurante de comida griega tradicional, en Ioánnina.

Tenía enfrente a una mujer menuda y entrada en los setenta, con una penetrante mirada de un azul inusualmente intenso.

Después de presentarse, Eleanor me dijo que había trabajado hasta su jubilación  como operaria en una filial de la Bodleian Library de Oxford. Y que la pasión de su vida era el helenismo.

Le respondí que la visita a Dodona me había impresionado. Ella desveló entonces el motivo de su irrupción:

“Hay un sitio aún mejor, y menos conocido: el Nekromanteion, un oráculo en el que el futuro se consultaba a los difuntos. Un lugar fascinante, visitado por Ulises, según menciona Homero en la Odisea. Está a poco más de una hora, pero yo aún no pude ir porque solo es posible llegar en vehículo privado ¿No habrá usted alquilado un coche?

 LA PITONISA VOLVIÓ A FUGARSE

Acordamos salir al día siguiente. Inmediatamente después, caí en la cuenta de que todo aquello parecía un tanto peregrino.

Durante el viaje, entre pasajes de la Ilíada y la Odisea recitados en griego arcaico, empecé a entender que Eleanor no vivía del todo en este mundo. Y que la intensidad de su hermosa mirada, que quería tender al añil, a veces parecía cruzar la frontera de la realidad.

Eleanor me habló de otros oráculos, casi siempre vinculados a la faceta oscura de Apolo, de los que el más famoso era Delfos. “Allí”, relató, “la pitonisa, sentada en un trípode sobre una roca de la que emanaba un vapor probablemente tóxico, escuchaba la pregunta y desgranaba su incoherente respuesta. A partir de ella, los sacerdotes la reelaboraban para que tuviese una calculada ambigüedad”.

Así  supe que la vida de las pitonisas era tan dura que, tarde o temprano, terminaban por fugarse con algún peregrino, dejando al oráculo sin siquiera servicios mínimos. Las autoridades de Delfos terminaron por establecer una edad mínima de 50 años para ejercer la profesión. Afortunadamente, hoy día habría que irse más allá de los 80.

LAS PUERTAS DEL INFIERNO

Alcanzamos la costa y, al doblar una curva, se adivinó una playa. “Es allí”, me dijo Eleanor entusiasmada, indicando que me desviase. Detuve el coche frente a una hermosa cala de arena blanca.

“Pocos lo saben”, continuó mientras apresuradamente salía del vehículo, “pero este es el lugar: el Nekromanteion original estaba aquí. Ulises varó su nave sobre esta arena en la que ahora los niños chapotean, tal y como describió Homero hace casi tres milenios. El héroe buscaba satisfacer la vieja aspiración humana de hablar con los muertos y pedirles consejo. Superar esa angustia que todos compartimos sobre lo que va a suceder”.

A nuestra espalda se levantaba Ammoudia, un pequeño pueblo playero de casas bajas, tan ajeno a toda esta historia como ansioso de adjudicarse su parte del pastel del turismo griego, que llega con cuentagotas a la siempre apartado región de Épiro.

La gruta oculta bajo el Nekromanteion
La gruta oculta bajo el Nekromanteion

LA SANGRE DE UNA OVEJA

Eleanor me describió cómo, siguiendo las instrucciones de la hechicera Circe, Ulises había navegado hasta el lugar en el que nos encontrábamos, por el que los muertos entraban en el Hades: una playa junto a un área cenagosa, en el norte de Grecia, formada por la confluencia de varios ríos.

En la playa en la que desembocan, Ulises cavó un agujero en la arena y degolló una oveja. La fuerza vital de la sangre hizo que las almas del infierno que vagaban por la ciénaga empezaran a materializarse.

Así, el héroe se topó con el fantasma de su madre, cuya muerte desconocía, y los de sus  compañeros difuntos en las correrías por Troya: Agamenón, recién asesinado por su esposa Clitemnestra para ceder el trono a su amante Egisto, y Aquiles, desengañado ahora de la gloria póstuma por la que había perdido la vida. Pero sobre todo, buscaba y encontró al vidente Tiresias, quien le predijo que volvería a Ítaca y hasta cómo sería su propia muerte.

“Cómo pudo ser Homero tan literal?”, le contradije. “Estamos hablando de una obra literaria escrita hace 2.700 años sobre hechos ocurridos otros cinco siglos atrás...”.

Eleanor se volvió con violencia.

“¿Por qué no iban a existir Ulises, Agamenón y sus compañeros si se han encontrado Ítaca y Micenas, donde residían? Como la misma Troya. Los arqueólogos se reían de  Schliemann hasta que dio con ella”.

PREGÚNTALE AL FANTASMA DE MI MUJER

Volvimos al coche. El navegador señalaba la situación del Nekromanteion unos kilómetros hacia el interior, y conduje por una carretera que dejaba a la izquierda las mismas ciénagas que Homero había mencionado en la Odisea.

Trescientos años después de Homero, ya en el siglo V a.C, el lugar reaparece descrito por Herodoto. Y por primera vez le da un nombre: Nekromanteion, que viene a significar el oráculo de los muertos. Para entonces era un destino de peregrinación masiva, a la altura de Delfos o Dodona. El texto de Herodoto relata cómo el tirano corintio Periandrio hizo preguntar al fantasma de su mujer, Melissa, por el escondrijo de un tesoro. Pero de ese edificio no ha aparecido ningún rastro.

Las ciénagas en primer plano del pueblo de Ammounia y la playa al fondo | Foto: O.L.
Las ciénagas en primer plano del pueblo de Ammounia y la playa al fondo | Foto: O.L.

LA GEOGRAFÍA LO CLAVA

De los ríos que menciona Homero, dos; el Acheronte y el río Negro siguen teniendo el mismo nombre en la actualidad. Junto con las ciénagas y la playa, las referencias geográficas eran tan claras que, en los años 60 del pasado siglo, el arqueólogo Sotirios Dakaris rastreó la zona en su busca. A corta distancia de la costa y  bajo de los cimientos de una iglesia que antes fue un monasterio, ambos construidos como para ocultarlas, encontró unas extrañas ruinas del siglo IV a.C.

Cuando llegamos al lugar, nos recibió un espeso silencio. No había visitas. En ese ambiente opresivo que la propia sugestión genera, nos adentramos en el interior del laberíntico edificio situado bajo la iglesia. Los arqueólogos habían encontrado allí enormes vasijas para grano y vajilla de uso doméstico. Pero la presencia de exvotos con la imagen de Perséfone, esposa de Hades, orientó el sentido de la interpretación. Y fue el descubrimiento de una estancia subterránea, excavada en la roca, lo que la determinó. Los peregrinos pasarían unos días de adaptación en el Nekromanteion alimentándose con una dieta especial, con la probable inclusión de sustancias alucinógenas, hasta estar preparados para el descenso a la caverna.

Aún hoy, descender a la cripta resulta una experiencia que sobrecoge. Un acceso a través de un agujero, sin  escaleras –probablemente  bajarían a los peregrinos colgados de cuerdas–, propiciaría el encuentro que habían venido a buscar.

¿QUIERES SABER CÓMO SERÁ TU MUERTE?

De regreso, Eleanor quiso despedirse de su playa. Bajo la luz de la última tarde, corrió por la orilla con los brazos extendidos mientras recitaba incomprensibles estrofas dactílicas. Y sucedió lo que tenía que suceder.

“He llegado…” me dijo. “Estoy entre los dos mundos”. Y me señaló el lugar exacto en el que había varado la nave en la Odisea. “Ulises está degollando la oveja ¿Quieres saber tu futuro?”.

Hubo algo en la visión de Eleanor, desgreñada y enloquecida, que me aterrorizó ¿Temí por mi propia pérdida del control? ¿O fue mi miedo a conocer? Sin responderle, di la vuelta y me dirigí al coche para esperarla allí.

Por el camino recordé que ella me había contado cómo Tiresias predijo a Ulises que llegaría a viejo, y que su muerte vendría del mar. Y que así fue, porque Telégono, un hijo habido del héroe con Circe, lo mató con una lanza cuya punta estaba hecha con el aguijón de una raya.

No, yo no tenía el coraje de Ulises para afrontar el destino. Ni el de Eleanor para buscar su verdad más allá de la razón. Las mejores profecías no son las que te iluminan un dudoso futuro, sino las que te desvelan el presente que te niegas a ver.

LO QUE SE OCULTA BAJO LA PLAYA

Supe más tarde que el edificio del Nekromanteion que visitamos había sido destruido por los romanos en el 167 a.C., aunque la actividad del oráculo pareció sobrevivir aún algunos siglos. Luego, todo lo emborrona el paso del tiempo: no hay conocimiento de la situación del Nekromanteion de Herodoto, al menos cien años anterior a éste, y menos aún del descrito en la Odisea, aunque quizá en el siglo VIII y anteriores los rituales se oficiasen, como describe Homero, en la misma orilla del mar. Quién sabe si Eleanor tenía razón, y cualquier día se encontrarán sus ruinas en la playa.

Pero si el infierno es, en realidad, el lugar en el que se esconde lo que nos asusta o no soportamos en nosotros mismos, mejor sería olvidar las ruinas, allá donde estén. Que continúen, amenazadoramente ocultas bajo la  arena sobre la que campean las sombrillas, retozan los niños y se broncean las ninfas del siglo XXI. Así, como siempre ha sido.

Nekromanteion: la playa sobre el infierno
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